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Juan Diego y las apariciones de la Virgen de Guadalupe; herencia del virreinato

El 12 de diciembre de 1531, según los relatos tradicionales, la Virgen María se apareció al indio Juan Diego en el cerro del Tepeyac y le mandó que le dijese al obispo de México, fray Juan de Zumárraga, que le erigiera un templo. El obispo le pidió a Juan Diego que le llevara una prueba. La Virgen, en una segunda aparición, le ordenó que cortara flores del lugar y las llevara el prelado, ambos se admiraron de que, al abrir la capa en las que la llevaba envueltas, milagrosamente apareciese una imagen que desde entonces se venera con el nombre de Nuestra Señora de Guadalupe.

El célebre bibliófilo Joaquín García Icazbalceta, sin embargo, no halló el menor rastro de ese evento entre los escritos de Zumárraga, como lo hace constar en la extensa carta –entonces de carácter privado- que en 1883 dirigió al obispo de México, don Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, en respuesta a su petición de hacer un análisis histórico de las apariciones.

No obstante, para el siglo XVIII el florecimiento de diversos relatos sobre la aparición de la Virgen había influido fuertemente en la cultura novohispana. Sus consecuencias ideológicas en el devenir histórico de nuestro país han sido objeto de profundos y trascendentes estudios contemporáneos en los que se observa que la devoción guadalupana fue uno de los ejes estructurales de la génesis de un sentimiento patriótico entre criollos y mestizos en Nueva España, distinto al de los españoles peninsulares; por ello es considerada una de las piedras angulares de la idea de emancipación de la Corona española.

Así lo entendieron los caudillos de la Independencia, Miguel Hidalgo y José María Morelos, quienes usaron aquella imagen religiosa como estandarte de la rebelión, a lo que los realistas respondieron con la elección de la Virgen de los Remedios como su guía para combatir a los insurgentes.

Actualmente, esta devoción sigue viva –aunque se procura mantenerla separada de la vida política- y forma parte de la compleja cultura mexicana. En un ensayo más extenso podremos abordar las circunstancias y la prolífica obra del ilustre Joaquín García Icazbalceta. Mientras, reproducimos un fragmento de la carta a la que nos hemos referido y que jamás quiso hacer pública (puede hallarse en internet en www.proyectoguadalupe.com/documentos/carta_icazbalceta.html):

Católico soy, aunque no bueno, Ilmo Sr., y devoto en cuanto puedo de la Santísima Virgen; a nadie querría quitar esta devoción: la imagen de Guadalupe será siempre la más antigua, devota y respetable de México. […] Por supuesto, que no niego la posibilidad y realidad de los milagros: el que estableció las leyes, bien puede suspenderlas o derogarlas […]. De todo corazón quisiera yo que uno tan honorífico para nuestra Patria fuera cierto, pero no lo encuentro así; y si estamos obligados a creer y pregonar los milagros verdaderos, también nos está prohibido divulgar y sostener los falsos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Con información de Relatos e Historias de México.

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