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Actualizan exhibición de la Tumba 7 de Monte Albán

El descubrimiento de la Tumba 7 de Monte Albán, Oaxaca, representa uno de los hitos de la arqueología mexicana y un precedente en la creación del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). En el marco de su 80 aniversario, la institución se dio a la tarea de brindar una puesta al día del espacio museográfico dedicado a “la tumba más rica de América”, como la calificó en su momento el arqueólogo Alfonso Caso Andrade (1896-1970), su descubridor y quien sería también el primer director del INAH.

Tras permanecer cerrada por varias semanas por remodelación, en el arranque de 2019 la Sala Tumba 7 abrió de nuevo sus puertas en el Museo de las Culturas de Oaxaca, Ex Convento de Santo Domingo de Guzmán. En la reapertura, el director general del INAH, Diego Prieto Hernández, y el gobernador de Oaxaca, Alejandro Murat Hinojosa, resaltaron que este hallazgo marcó la consolidación de la arqueología mexicana como disciplina de vanguardia a nivel mundial, y puso en escena a las culturas zapoteca y mixteca entre las grandes civilizaciones mesoamericanas.

Bajo el título El lugar de los ancestros. Ta’ta ñuu ana’a, la actualización museográfica permite admirar no sólo la rica diversidad de materiales de este “tesoro”: concha, coral, perlas, turquesa, cristal de roca, obsidiana, alabastro, azabache, ámbar, oro, plata, cobre, barro y dientes, así como huesos de animales con finos grabados tipo códice; sino el esplendor del arte mixteco en cada una de las más de 600 piezas que lo conforman.

El mandatario estatal expresó que la belleza, la precisión y el simbolismo de esos tesoros remiten a una época en la cual se sentaron las bases del pueblo multicultural que es Oaxaca, donde al día de hoy coexisten 15 pueblos indígenas y, por supuesto, el pueblo afromexicano. Es por ello que “la Tumba 7 pertenece a la eternidad, como eterno será el orgullo de que haya sido en la ciudad de Monte Albán, su nicho y su origen”.


Peto de cuentas de oro y cascabeles.

Acompañado de su esposa, Ivette Morán, presidenta del Sistema DIF Oaxaca, y con la presencia del empresario Alfredo Harp Helú, el gobernador reconoció la labor que el INAH ha realizado a lo largo de ocho décadas “para salvaguardar la historia de México, en la cual se lee y se cifra nuestra identidad”.

Por su parte, el titular del INAH, Diego Prieto rememoró el hecho ocurrido hace 87 años, el 6 de enero de 1932, cuando una trompeta de caracol marino y la exclamación zapoteca ¡guelaguetza! (ofrenda, intercambio) anunciaron el hallazgo de este extraordinario tesoro. Codo a codo con María Lombardo —su esposa— y los arqueólogos Martín Bazán, Juan Valenzuela y otros colaboradores, Caso exploraría el recinto funerario y la abundante ofrenda dispuesta en su interior.

Tras exhaustivos estudios, en los años 60 el arqueólogo concluyó que la ofrenda pertenecía a grupos mixtecos que en el periodo Posclásico (1250–1521 d.C.) reutilizaron la tumba zapoteca del Clásico (0–100 d.C.), para enterrar a sus nobles y dedicarles los exquisitos objetos que representan a deidades y en algunos casos llevan inscritos pasajes de su devenir.

De esa manera, “en aquellos pocos metros cuadrados se conjuntaban tiempos, espacios, culturas, linajes, y cerca de mil 300 años de historia”. El antropólogo Diego Prieto sostuvo que las investigaciones alrededor de la Tumba 7 de Monte Albán y su ofrenda no han cesado, muestra de ello son los estudios multidisciplinarios e interinstitucionales que un equipo de expertos han llevado a cabo recientemente, entre ellos la doctora Nelly Robles, del INAH.

Al parecer los mixtecos del periodo Posclásico eligieron este recinto como un santuario subterráneo para el culto a los antepasados: una cueva o cahua, lugar sagrado de entrada al inframundo y de inicio de la vida. La tumba se consideró un sitio digno y propicio para el depósito de bultos sagrados o tnani, envoltorios de manta que agrupaban reliquias de ancestros con efigies de deidades y objetos de gran valor; símbolos de linaje con los que viajaban los mixtecos. Los códices mixtecos muestran que eran venerados y se ofrendaban en rituales de fundación, para legitimar el poder dinástico, celebrar alianzas y otros sucesos importantes.

De ahí el título de la sala: El lugar de los ancestros. Ta’ta ñuu ana’a, donde importantes trabajos de acondicionamiento y renovación, que comprenden aspectos de tecnología digital, iluminación y seguridad, permiten reconocer el valor simbólico y la maestría insuperable detrás de cada objeto. Profesionales de la Coordinación Nacional de Museos y Exposiciones del INAH se encargaron de la distribución y colocación de las joyas en el nuevo mobiliario museográfico, elaborado por ellos mismos, y que destaca por su diseño, elegancia y amplitud.

Durante el recorrido por este espacio, la curadora del mismo, la maestra en arte Pilar Cuairán Chavarría, y el director del Museo de las Culturas de Oaxaca, José Luis Noria, hicieron hincapié en que la nueva museografía permite detenerse en cada obra, incluso rodearla y admirar todas sus caras, pero sin perder de vista que se trata de un conjunto. Esto obedece a un estricto guión que incorpora información precisa de las piezas y del contexto arqueológico, datos que no figuraban en el viejo montaje.

Por mencionar algunas de las piezas que ahora lucen en vitrinas diseñadas específicamente para mostrarlas como nunca antes, están tres urnas zapotecas que se hallaron en la antecámara de la tumba y que representan a deidades como Cocijo; y el icónico cráneo cubierto con turquesas adheridas con resina compuesta de copal y semillas de amaranto, el cual hoy se sabe es un objeto ritual mixteco, representación de Mictlantecuhtli o el “Señor del inframundo”.


Actualizan exhibición de la Tumba 7 de Monte Albán, El lugar de los ancestros.

Resaltan también la Mascarilla en oro de Xipe Tótec, “Nuestro señor el desollado”, la que —a decir del propio Caso— es “quizá la pieza más bella de las que estaban en la tumba”; el Pectoral con flechas otra obra maestra de la orfebrería mixteca que muestra a Coo Dzavui (Koo Sau), “Serpiente de la lluvia”, adornado con motivos preciosos como plumas de quetzal y rosetones de jade; así como el Caracol trompetacon su punta recortada para convertirse en instrumento musical.

A cada vitrina la acompaña un monitor interactivo con un catálogo digital para navegar a través de la colección, conocer más información sobre ella y disfrutar de imágenes en alta calidad permitiendo un acercamiento visual a los detalles más finos, por ejemplo, los motivos esgrafiados en más de 30 huesos de animales que refieren a eventos de las historias dinásticas y fundacionales mixtecas, y la fineza de las tallas de jade y cristal de roca.

Cabe mencionar que el esplendor de las joyas también es resultado de un cuidadoso trabajo de diagnóstico, limpieza y restauración por parte de personal especializado de la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural del INAH. Proceso del que no habían sido objeto desde hace 20 años. El grupo, liderado por la experta Sara Eugenia Fernández Mendiola, realizó estancias temporales a partir de 2014 hasta obtener un estado de preservación adecuado para todo el corpus.

Fueron intervenidos 54 sartales de oro formados por casi tres mil 500cuentas y cascabeles de diversas tipologías; y otros doce constituidos por mil 200 cuentas de materiales mixtos: oro, perlas, jade, turquesa, cristal de roca, azabache, coral y concha, incluido un sartal formado por cien molares de felino. Asimismo, se trabajaron 138 objetos de aleaciones metálicas (oro, plata y cobre); 23 piezas de concha, seis de obsidiana, un caracol, 44 huesos esgrafiados, las tres urnas zapotecas, seis piezas elaboradas en tecali y otras tres de cristal de roca.

Entre los procesos realizados destacan la eliminación de intervenciones anteriores, limpieza de materiales ajenos, unión de fragmentos, colocación de refuerzos, resanes, capas de protección, marcaje adecuado de las piezas y modificaciones en su montaje museográfico para asegurar su conservación.

Una semblanza en video sobre la vida de Alfonso Caso da la bienvenida a la renovada sala de la Tumba 7, que se acompaña de algunos objetos personales que uso durante años en el proyecto de exploración de Monte Albán: su sarakof, una lámpara de queroseno y lápiz de cobre para dibujo arquitectónico, objetos donados por el señor Domingo Aguilar.

La incorporación de humanidades digitales y recursos tecnológicos permite dimensionar el espacio interior de la tumba al momento de su descubrimiento. Mediante imágenes de elevada resolución se recreó digitalmente el piso del recinto funerario, y con aplicaciones de realidad aumentada el visitante puede explorar las piezas principales y descubrir la distribución de los objetos en la tumba según los dibujos de levantamiento arqueológico elaborados por Alfonso Caso.

La curaduría entrelaza así, la voz de Caso desde su emotiva descripción del descubrimiento, hasta su interpretación del hallazgo años después, con la palabra de la investigación contemporánea.

Como concluyó el director general del INAH, Diego Prieto, “hoy comprendemos aquí, en El lugar de los ancestros, que la Tumba 7 fue erigida por los zapotecos y reutilizada más de mil años después por los mixtecos para depositar en ella sus bultos sagrados en ceremonias de ofrecimiento, adivinación, conmemoración y culto”.

Con la renovación de la Sala Tumba 7 se reafirma el sólido compromiso del INAH para preservar, promover y difundir el siempre sorprendente y entrañable legado patrimonial de nuestra herencia prehispánica.

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