Jorge Ramírez Pardo
La tarde de ayer martes, de visita por galerías de arte en el Centro Histórico, era posible ver un ejercicio de formación de público infrecuente. A las 5 de la tarde y, a pesar de la ínfima promoción, si ingresabas al recinto del Palacio Municipal, en la sala Tere Caballero podías ver a un concurrido grupo juvenil seguir atento las explicaciones en torno a la exposición pictórica que da título a esta nota.
Gamaliel Tristán, el guía y autor del conjunto de cuadros ahí exhibidos, es un joven pintor de piezas de tamaño mediano (entre 1.50 y 2 metros cuadrados), lo mismo en formato vertical que apaisado u horizontal.
Tristán exhibe un conjunto pinturas con unidad temática y estilística, calidad de forja y continuidad visual de figuras anatómicas realistas en medios tonos, dicho por el propio autor, inspiradas en trazos y tonalidades de pinturas del italiano Michelangelo Mersi, más conocido como Caravaggio (1571-1610), el holandés Rembrandt Harmenszoon van Rijn (1606-1669) y el sueco Odd Nerdrum (1944-…).
Trabajos sorprendentes en un pintor joven y capaz de comunicar sus propósitos, técnicas y trazos empleados, cuántas capas de pigmento y por qué/para qué, veladuras, elementos de composición y motivos para abordar temas emanados de sus propias emociones: pérdida (de su madre), purificación, promesa y liberación, según sus propias palabras.
Aprendizajes teóricos, reflexiones e intenciones conceptuales, vivencias y desafíos, identificados por el propio pintor ante un público juvenil como él, de estudiantes de pintura cómo él era formalmente hasta hace poco. Ellos lo seguían atentos y Gamaliel decía que esa muestra es final y principio porque lo que sigue debe ser preparado con el mismo empeño, reflexión, búsqueda y experimentación que le llevaron al punto de esa muestra convenida con uno de su profesor/mentor ahí presente en el recorrido guiado.
De elemento para su identidad
“Esta exposición –anota el texto de Cindy A. Rivera, a la entrada de la muestra- nos traslada a un desequilibrio físico, emocional y mental, evidente en el uso de expresiones naturalistas y el lenguaje corporal, concernientes iconográficamente al barroco y tenebrismo del siglo XVII”.
Si antes o después de contemplar esta exposición, lector, te asomas a ver pinturas en la Catedral vecina al recinto de la muestra, las que están al fondo casi de salida a la calle de Morelos, encontrarás similitudes de ese tenebrismo, sólo que en la iglesia mal iluminadas, a una altura muy distante de los visitantes y oscurecidas por la pátina del humo de velas que el tiempo y la falta de restauración le imponen.
En cambio, en los trazos, medios tonos, veladuras y resoluciones temáticas de Tristán, te puedes topar con la alegría de cuerpos desnudos (la influencia más reciente del sueco Nerdrum). Tristezas, duelos y congojas encuentran alivio en la luz y la sensualidad. El mismo pintor hizo énfasis en su cuadro más luminoso en tonos azul agua, a propósito del rito cristiano del bautismo con el sentido purificador que conlleva.
Menos que poco
Como casi todo la oferta cultural en la ciudad, esta muestra, no sólo carece de una adecuada promoción y comunicación de su existencia. En una cartelera general fuera del edificio, se anuncia, sin precisar qué día de febrero se inauguró (puesto que en enero el municipio no exhibió oferta cultural, excepto unas efímeras momias de Guanajuato) y se clausura esté próximo domingo 16 de febrero. Si bien le fue, estuvo 10 días hábiles y en la oscuridad de la incomunicación.
Si se considera que próximos eventos pictóricos están programados hasta el 5 de marzo y no suelen requerir de un montaje complejo, justo sería que la muestra Limbo, un estado indefinido, de Gamaliel Tristán tenga una prórroga en su exhibición y afortunado será si el autor de las pinturas hace más recorridos guiado.