Potosinoticias.com
CulturaPORTADA

La rumba es cultura

Oye, Salomé, perdónala, perdónala.

Jorge Ramírez Pardo

El rescate de la rumba y el gusto por bailarla y disfrutar de la parafernalia que le rodea, rememora el recuerdo del cine mexicano de rumberas, sólo que sin la carga de culpa y pecado que la doble moral y los pulpitos conservadores le impusieron durante su primera y sustantiva horneada.

Quien, hace algunos lustros, asistió a las aulas de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM en Ciudad Universitaria, en particular a las clases de la entonces denominada carrera de Periodismo y Comunicación Colectiva, es probable que haya participado del fenómeno musical “La rumba es cultura”, cuyos principales impulsores fueron, el profesor Froylán López Narváez, profesor de esa facultad y un recurrente visitante de la misma, Carlos Monsiváis, entonces afamado en ascenso.

Para alumnos de Periodismo de la UNAM, y otras carreras, re-sacralizar la música de ascendente afrocubano fue un remanso y genuina terapia para atenuar o remediar el estrés de la carga por cuotas de aprendizaje memorista e, incluso, asumir el ejercicio escolar como algo más libre experimental y no sólo memorista.

Los escenarios y el himno “Falsaria”

Si bien López Narváez, uno de los líderes de esta resurrección rumbera, tenía como su predilecto al Salón Los Ángeles; el Bar León era otro epicentro neo-rumbero, ahí Pepe Arévalo y sus mulatos daban la pauta musical; por cierto, en 1977, la agrupación fue requerida por el director Arturo Ripstein para musicalizar el inicio y final de su película “El lugar sin límites” (1977) con la versión de “Falsaria” –virtual himno de aquel fenómeno musical-, interpretada por La China, estilizando la clásica versión original en la voz de María Luisa Landín.

El autor de la canción fue el trovador cubano Manuel Corona, y el título original de la misma, compuesta en el año 1900, fue Doble inconsciencia. En 1947, fue incluida en la película mexicana ‘La bien pagada’, cambiándole el título por Falsaria, y sin atribuírsela a este autor.

Cuan falso fue tu amor, me has engañado
El juramento aquel era fingido
Sólo siento, mujer, haber creído
Que eras el ángel que yo había soñado
Con que te vendes eh! Noticia grata
No por eso te odio ni te desprecio
Aunque tengo poco oro y poca plata
Y en materia de compras soy un necio

Los salones, Los Ángeles, en la colonia Guerrero; el California, en Calzada de Tlalpan; el Colonia en la colonia Obrera –escenario al inicio y final de la película “Danzón” (1991) de María Novaro-, eran lugares de recreo para obreros, y trabajadores de distintos oficios; cuando Monsiváis y López Narváez se acercaron a ellos y llevaron acompañantes, la clase trabajadora padeció un incremento en los precios y la convivencia con un sector social que le era ajeno. Pasada aquella moda, de tonalidad vital entre 1970 y 1980, los salones volvieron a su quintaesencialidad primigenia.

A esa misma ola renacimental de la rumba, se sumó la empresaria Margo Su. Ella adquirió el inmueble y revivió durante unos años el Salón México, escenario de la película homónima Salón México (1948) dirigida por Emilio “Indio” Fernández.

Paliativo para el dolor

Vale señalar que los estudiantes de la UNAM, tenía aún viva la herida profunda –próxima en el tiempo- causada por la masacre de Tlatelolco en año 1968. En tal sentido, el acercamiento a la cultura general y a expresiones de arraigo popular fueron un paliativo.

También por aquellos años, una ola musical procedente de Latinoamérica, tuvo arraigo y resonancia entre los universitarios. Se le denominaba Nueva trova y comprendía música folklórica, argentina y chilena de manera subrayada y cantantes autores de gran solidez como Mercedes Sosa, Atahualpa Yupanki, Violeta Parra y muchos más. La contraparte en México fue el surgimiento de las “peñas” –recintos para escuchar esa música, beber y conversar- que vio la consolidación de Óscar Chávez, el surgimiento de Amparo Ochoa, Salvador “Negro Ojeda”, Eugenia León, Guadalupe Pineda y el grupo Los Folkloristas.

Fue en esa década cuando se construyó en Ciudad Universitaria de la UNAM el Centro Cultural Universitario, en un espacio amplio y abierto que comprende la Unidad Bibliográfica, el Espacio Escultórico y recintos especializados como la Sala Nezahualcóyotl, creada ex profeso para conciertos musicales; la Sala Miguel Covarrubias, diseñada para la ejecución dancística; o la zona de cines, en donde también se ubica la librería “Julio Torri”.

En sus inmediaciones, se encuentran, además, el Museo Universum de divulgación científica, el Instituto de Investigaciones Estéticas, la Escuela Nacional de Cine (hasta hace dos años Centro Universitario de Estudios Cinematográficos), la Filmoteca de la UNAM.

Unos años después, a unos pasos del lugar de la mencionada masacre del 68, junto a la Plaza de las Tres culturas, en el edificio que antes ocupó la secretaría de Relaciones Exteriores, el Centro Cultural Tlatelolco.

De regreso a la rumba

La escritora Ángeles Mastreta (“Arráncame la vida”, “Mujeres de ojos grandes”) ingresó en 1971 a la carrera de Periodismo en la UNAM y así recuerda aquellos días de acercamiento al conocimiento crítico/críptico y a la rumba en las clases de Narváez.

Parece que lo oigo: “Vamos a ver, señoritas y señores ¿tienen ustedes idea de por qué están aquí? ¿De qué se tratan sus vidas? ¿A dónde quieren ir con ellas? Pregúntenselo bien, porque aquí no se viene a ocupar un asiento para salir con la misma cara con que se entra.”

“¿Quién aquí lee varios periódicos al día?” Nadie levantó la mano. “¿Quién lee dos?” Nadie levantó la mano. “¿Quién lee uno?” Algunos levantaron la mano. Yo no. (…) “Vayan a la hemeroteca que para eso existe. Y aprendan a elegir lo que les parece verdad y lo que no”.

Que “la rumba es cultura”, esto que ahora parece una obviedad, nos lo enseñó una noche, cuando nos llevó a un bar perdido en el centro de la ciudad, entonces del todo frecuentado por trabajadores de edad mediana e ingresos menos que medianos, dispuestos a gastar para sentarse a oír música, en vivo. Música que así de cerca, así de espontánea, así de fresca, yo no había oído nunca. Y muchos de los demás, tampoco. El Bar León. Se oye de tal modo lejano. “¿Usted señorita, no se distraiga, ¿en qué está pensando?” Y ni para decirle. Entonces, para mí, todo estaba por pensarse.

Que una parte esencial del trabajo es el trabajo en sí, también lo aprendimos con él. ¿Qué más? De honradez, de congruencia, de insensata obsesión por el país y la justicia, de generosidad, también aprendimos con él.

—Profesor estoy tristísima— le dije un día tras la muerte de mi padre—. Ya no puedo creer en Dios.

—No se preocupe— me contestó—. Dios cree en usted.

Por su parte, la investigadora Gabriela Pulido durante el Conversatorio “El cine de rumberas”, así se refiere a las rumberas: Ellas se movían al compás del baile cubano conocido como rumba. Llegaron a trabajar primero en los teatros mexicanos, y más tarde se convirtieron en grandes figuras del cine (…) a pesar de la censura que recibieron por su alta carga de erotismo se fueron multiplicando conforme la apertura social lo fue aceptando.

La doctora Pulido añadió que dicha actividad se fue transformando en un complejo cultural con diferentes formas de expresión; para ello citó a Carlos Monsiváis con la conocida frase que reiteraba: “la rumba es cultura”.

*Todas las imágenes que acompañan al texto –excepto la segunda- están tomadas de la película Danzón (1991) de María Novaro.

Notas Relacionadas

Rayadas goleó al Atlético Femenil 7 a 0

Edición PotosíNoticias

Anuncian arranque de construcción del nuevo puente vehicular en circuito potosí

Potosinoticias .com

Activan alerta Amber para localizar a un bebé de tres meses en Ciudad Valles

Potosinoticias .com

Déjanos tu Comentario