Federico Anaya Gallardo
Termino mi serie de reseñas sobre Peter Pan con tres recomendaciones, una muy mercantil, otra muy intelectual y la otra para cerrar políticamente mis reflexiones. La comercial es una serie de televisión titulada Once Upon a Time creada por Adam Horowitz y Edward Kitsis para la cadena ABC (2011-2018, 7 temporadas, 156 episodios). La idea general es dar continuidad a todos los cuentos de hadas imaginados (y por imaginar), explorando la complejidad de los caracteres. Uno de los personajes más oscuros de la serie resultó ser Peter Pan, personificado por el inglés Robbie Kay en 16 episodios, de 2013 a 2018, cuando el actor tenía entre 18 y 23 años. En esta versión del mito de Barrie el deseo de no madurar es oscuro y diabólico. No te cuento más, lectora. Sería un spoiler imperdonable. Sólo comento que si Barrie tuviese oportunidad de ver a este Peter Pan, probablemente nos diría: “—Ah, parece que empiezan a entender de qué se trata el cuento”. Paso ahora a mi recomendación intelectual.
Sir James Matthew Barrie era un entusiasta de las nuevas tecnologías. Ya te conté que hizo una fotonovela con las aventuras de los niños Llewelyn-Davies en sus vacaciones de verano de 1901. Un cuarto de siglo más tarde, en 1923, filmó The Yellow Week at Stanway: A record of fair women and brainy men –una “aventura” escrita por él y estelarizada por el más joven de sus pupilos, Nicholas. Se trata de un antecedente de las home-movies angloamericanas. En los veranos Barrie solía rentar la Casa Stanway a Lord y Lady Wemyss en la región de los Cotswolds (al oeste de Londres, camino de Bristol) y recibía allí a invitados. El anfitrión organizaba diversas actividades, entre las que destacaban torneos de crícquet, veladas literarias, representaciones teatrales y, en aquélla ocasión, rodar una película. Al centro de la película, hay una sección titulada Nicholas’s Dream en el que se presenta la tragedia de un muchacho que no puede conseguir pareja femenina. El filme ha sobrevivido en el National Archive del British Film Institute. En el mismo podemos apreciar otra vez la fijación del autor con sus jóvenes tutorados. (Liga 1.)
Otro filme, en el que Barrie puso aún más cuidado, se tituló How Men Love. Actualmente está perdido, pero contamos con varias descripciones del mismo y una foto fija. Se realizó en 1914. La película tenía dos partes. La primera era una “Cinema Supper” en el elegante Hotel Savoy de Londres, adonde concurrieron amistades de Barrie en la vida real, entre ellas, el Primer Ministro Herbert Asquith, el músico Edward Elgar y los escritores George Bernard Shaw and G.K. Chesterton. Antes de la comida, Barrie organizó a sus invitados en el teatro Savoy para actuar una serie de sketches escritos por él. Durante la comida, Chesterton y otros dos amigos de Barrie (el crítico William Archer y el filántropo Lord Howard de Walden) escenificaron una pelea que terminó en duelo de espadas –para escándalo de algunos comensales distraídos que no entendían que todos eran parte de una película. La segunda parte del filme continuaba la narración con una aventura de vaqueros, filmada en las afueras de Londres y protagonizada por varios de los convidados en la comida. La foto fija sobreviviente (tomada del libro dePeter Whitebrook, William Archer: A Biography) nos muestra, de izquierda a derecha, a Lord Howard, Archer, Barrie, Chesterton y Bernard Shaw. Todos, menos el autor del guión (el chaparrito al centro) aparecen disfrazados de vaqueros.
Chesterton confirmó su participación y recordaba jocoso que en una de las escenas debió dejar caer a sus compañeros por una pared rocosa, pues aunque él era el más obeso de todos, su mole no bastó para sostener al resto de la banda –quienes colgaban de una cuerda. Nota, lectora, que el gran escritor católico hablaba del juego de “make believe” organizado por Barrie como un divertido juego. Los adultos jugaban como niños. A mí me parece interesante el contraste entre el “documental” sobre los grandes personajes reales la primera parte (en el Savoy) y la “aventura” de los personajes ficticios de la segunda (en la campiña). Es como si Barrie quisiera subrayar que realidad y fantasía están interconectados y se suceden la una a la otra. Esta idea está al centro de otras obras literarias de este ya larguísimo siglo XX nuestro, como La Historia Interminable de Michael Ende (1979) y, por supuesto, es elemento esencial de la serie Once Upon a Time que te mencioné arriba. Con esto paso a mi tercera recomendación de hoy.
Se trata de un filme francés: La Ville dont le prince est un enfant (La Ciudad en la que gobierna un niño, The fire that burns, de Christophe Malavoy, 1997). La película es la adaptación para TV de una obra de teatro de un autor más antiguo, Henry de Montherlant (1895-1972) y la narración estaba inspirada en su experiencia personal. Sigo la descripción del sitio IMDB: “Dos chicos en una estricta escuela católica de antes de la segunda guerra mundial forjan una intensa amistad que es afectada por un sacerdote obsesionado con el más joven de los estudiantes”. Más anodino no se puede ser. En el guion original, Montherlant describió su vivencia personal en un colegio jesuita alrededor de 1912 –del cual fue expulsado por “desviación” sexual. La obra narra la competencia por la atención (y el amor) de un jovencito (Serge, protagonizado por Clément van den Bergh). Luchan por él un padre jesuita (Pradts, protagonizado por Malavoy) y uno de los estudiantes mayores (Sevrais, protagonizado por Naël Marandin). Pradts termina por expulsar a Sevrais. (Una corta pero certera reseña de la obra de teatro, de 2006, en la Liga 2.) En la película se nos presenta, al final, un intenso debate entre el padre superior del colegio y el jesuita que ha expulsado al chico mayor. Es obvio que el superior ha descubierto que la expulsión obedece al deseo del padre jesuita, pero por lo demás, el diálogo entre ellos es ininteligible. Hablan del cuerpo y el alma, de la virgen María, del pecado y el arrepentimiento en una clave tan esotérica que uno termina mareado y con ganas de vomitar. El acto de poder que el padre (pére) ha ejercido queda enterrado en esa verborrea. El debate teológico encubre el peligro en que queda el chico más joven –encerrado en el colegio con su acosador. Pradts le había explicado a Serge: “Dios creó a hombres más sensibles que los padres (biológicos), para hijos que no son de ellos y que no son amados, y resulta que te has topado con uno de esos hombres”. Aterrador.
Mi punto: En el mundo angloamericano Barrie bautizó a su adolescente ideal como Pan, en obvia y pública referencia al fauno hermano-amante del bello Dafnis. Los lectores ingleses leían acerca del beso secreto de Wendy-Eire y entendían que representaba la pubertad y la explosión hormonal de la primavera. El público británico leyó y comentó la necesidad de ser padre del veterano que en The Little White Bird adopta un niño ajeno. En los países de habla inglesa se supo y debatió el extraño paralelo entre la obra de Barrie y su vida personal como tutor de los niños Llewelyn-Davies. En cambio, en la Francia de Montherlant los problemas subyacentes de la sexualidad juvenil se reprimían y se escondían tras verborrea religiosa. Así nos fue en el orbe católico… Mientras el mundo angloamericano lideraba las revoluciones sexuales del último medio siglo, franceses e hispanos estábamos encerrados en el internado con Mon Pére Maciel.
Ligas usadas en este texto:
Liga 1:
Liga 2:
http://www.froggydelight.com/article-3332-La_ville_dont_le_prince_est_un_enfant.html