Federico Anaya Gallardo
La semana pasada te contaba, lectora, que ando a la búsqueda de un retrato fílmico de la verdadera dinámica social del Estado Ruso/Soviético. Me interesa un análisis serio de las contradicciones del Pueblo que se convierte en Estado, pues fue eso lo que ocurrió luego del Octubre Rojo, entre 1917 y 1991. Sólo he encontrado destellos perdidos. Te cuento del más brillante de ellos. Corría el año 1990 y aún tenía yo tiempo que ahora he perdido. Tanto tuve, que en aquél año logré asistir a todas las funciones de la XX Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional. Entre las películas que allí ví estaba El Mensajero/Курьер (Kurier, 1987), dirigida por Karen Shakhnazárov. La puedes ver en YouTube en una versión completa, hablada en Ruso con subtítulos en Castellano. (Liga 1.)
Las escenas que va hilando Shakhnazárov son al mismo tiempo sencillas e impresionantes –en el sentido de que, como sin querer, imprimen profundamente su mensaje. Veamos la primera. Desde la oscuridad de la pantalla escuchamos una aburrida voz femenina recitar una sentencia judicial, en el tribunal distrital de Moscú, en la causa número 2-680/6, en la cual Lidia Miroshkinova demanda el divorcio a Fiodor Miroshkinov, dado que éste ama a otra mujer. La pareja, casada en 1967, ha engendrado un hijo, Iván, nacido en 1969 y quien a la sazón tiene 17 años (estamos en 1986).
Padre y madre divorciantes están parados frente a los tres magistrados en una amplia sala de audiencias, pintada impecablemente en verde pálido y blanco. Él está serio, ella tiene los ojos inundados de lágrimas. El chico les espera al fondo de la sala vacía, desesperado y aburrido. Así vivirá Iván Fiodorovich Miroshkinov los siguientes noventa minutos de su vida, desesperado en su aburrimiento.
El padre es ingeniero y se va a trabajar al África, en la solidaridad comunista internacional –acompañado de su nueva pareja. Iván le admira (y en una cantera de material de construcción imagina ver grandes felinos y caravanas exóticas) pero no le perdona el abandono. La madre se descarga en el chico contándole todas las cosas que ella pudo ser (actriz, escritora) pero abandonó por construir su hogar con Fiodor aceptando ser sólo una maestra de nivel medio superior.
Uno pensaría que Iván aprovecharía el final de su bachillerato para escaparse a alguna universidad. Pero no: a propósito se sabotea en los exámenes de Historia adonde se inscribió para ser profesor normalista. P.: “—¿Cuándo se hizo cristiana la Rusia de Kiev?” R.: “—Soy malo para las fechas”. Poco después, al buscar algún empleo menor, llena un formato de currículum y en su Historia de Vida se describe a sí mismo como “hijo menor del señor de Brissac, nacido en 1662…” en un precioso ensayo de un párrafo al modo de George Duby en William Marshall: The Flower of Chilvalry.No es que a Iván le vengan mal las fechas, es que no entiende el sentido de saberlas.
Una vez que Iván aterriza como mensajero de una revista académica (Вопросы Познания, Voprosy Poznaniya, Cuestiones de Conocimiento) su trabajo le permitirá conocer a personas diversas… siempre que llegue a tiempo a entregar ó recoger manuscritos. Porque prefiere hacer escala en los amplios parques públicos de Moscú para andar en patineta con sus amigos.
La película es una narración de crecimiento o de formación (bildungsroman) con el problema de que el héroe no tiene un lugar ideal al cuál llegar. La sociedad que le rodea no puede ofrecerle pistas, ni siquiera en sus regaños “por su falta total de respeto a los valores tradicionales del estado socialista”. (Así dice la reseña de nuestra Cineteca Nacional, Liga 2.) Me parece que el comentarista mexicano de 1990 no entendió la película. Iván no le falta al respeto a los valores socialistas. De hecho, a mitad de la película, en una escena doble se da el diálogo conque me quedó grabada esta película en la memoria.
Primero, en una tarde gris, el adolescente está en la recámara de su pequeño departamento familiar, viendo en la tele un concierto ilustrado con piezas de arte: La cara dura de Zeus olímpico, los relieves del Partenón, la batalla de centauros contra humanos, y luego… las pinturas de los Borgia italianos. La música romántica nos lleva a la siguiente escena. A la mañana siguiente Iván está con dos de sus camaradas de trabajo en la oficina de la revista. Iván lee un libro sobre Europa en un sillón.
La secretaria gorda mira al infinito. El editor corrige un texto con dureza. La secretaria le pregunta al editor: “—Stepan Afanasievich, ¿cuál es tu deseo más querido?” El editor, sorprendido y perdido, suspira y responde: “—Que en la región de Moscú la presión atmosférica sea siempre 740.” “—¿Por qué?”, inquiere con desgana la secretaria. El editor responde, seriecísimo: “—Porque los peces pican mejor en el río”.
La secretaria cuenta su deseo. Sueña con casarse con un japonés, porque tienen tecnología más moderna. El editor hace una mueca y le pregunta, riéndose: “—¿Un georgiano ya no te conviene?” Ella, fastidiada, le aclara al editor que hablaba en serio y le pregunta a Iván cuál es su deseo. El chico mira al cielo, y aburrido, dice; “Yo deseo que el comunismo venza en todo el mundo”. Los dos adultos se miran sorprendidos, el editor deja de reír, la secretaria deja de soñar. Corte.
Cuando Stephen Kotkin terminó en 2015 el primero de los tres tomos de su inmensa biografía de Stalin, lo presentó en la Biblioteca Central de Nueva york, acompañado de Slavoj Zizek. (Liga 3.) En broma y en serio, Kotkin le dio a Zizek la primicia de su principal descubrimiento: Que los líderes de la Unión Soviética usaban en sus reuniones del Politburó el mismo lenguaje y las mismas ideas que anunciaban en su propaganda; lucha de clases, revolución, transformación de la sociedad, liberar al proletariado (minuto 14:45 y siguientes). Creían en lo que estaban construyendo. Y… yo sospecho que convencieron a una gran, inmensa, mayoría de sus camaradas de lo mismo. (Este es el centro de un encanijado debate entre sovietólogos.) Eso explicaría los muchos milagros de la experiencia soviética, pero también su súbita dispersión.
El editor Stepan Afanasievich sólo sueña conque los peces piquen bien en el río. (No le interesa filosofar ni trabajar en la forja, anotaría un Marx preocupado.) Su secretaria cree que un amante japonés será bueno porque tiene mejor tecnología que los georgianos tradicionales (Stalin nació en Georgia). Sólo el adolescente recuerda la frase central del sueño colectivo … y la repite ominosamente. Sus palabras suenan al mismo tiempo serias y vacías.
La película de Shakhnazárov retrata el brutal vaciamiento ideológico de la URSS. Las últimas escenas nos muestran a Iván y a uno de sus amigos adolescentes platicando acerca de su próximo reclutamiento militar. Saben que serán enviados a Afganistán. Las y los soviéticos estaban atrapados allí y no sabían por qué… Estamos lejos de la alabanza del Estado in abstracto del cine en la Era Putin. Kurier es un producto de la Glasnost gorbachoviana. Lo que encuentro en esta película es el perfil de una ausencia.
Ligas usadas en este texto:
Liga 1:
https://www.youtube.com/watch?v=QSc3uk8Q5w4&t=76s&ab_channel=киноконцерн“Мосфильм”
Liga 2:
https://www.cinetecanacional.net/php/detallePelicula.php?clv=786
Liga 3: