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Opinión

Ver para pensar: Cocineras, Amores y Comunidades


Federico Anaya Gallardo

Hoy quiero contarte, lectora, de comidas, apetitos y antojos. Revisaré dos películas. Una ya antigua, otra contemporánea. La primera es de 1987: El Festín de Babette (Babettes Gæstebud) dirigida por el danés Gabriel Axel (1918-2014). La segunda es de 2010: La Historia de un niño hambriento (Toast)dirigida para la BBC por la directora inglesa S.J. Clarkson (n.1970). Puedes ver una versión de El Festín muy bien doblada al Castellano en la Liga 1. Toast se puede ver doblada al Castellano tanto en Amazon Prime como en YouTube (Liga 2).

Los dos filmes son adaptaciones de narraciones escritas. El Festín se basa en un cuento de la escritora danesa Karen Blixen (1885-1962), mejor conocida por su pseudónimo Isak Dinesen y cuyas Memorias de Africa (1937) se llevaron a la pantalla grande en 1985 como Out of Africa (África mía) de Sydney Pollack. Toast se basa en la autobiografía de Nigel Slater, chef y periodista especializado en cocina.

El Festín es ya un filme de culto. El cuento de Blixen es en realidad un pretexto para meditar acerca de la Gracia (así, con mayúscula). La acción ocurre en la segunda mitad del siglo XIX en la costa de Jutlandia, una comarca plana y desolada del reino de Dinamarca. Hay allí un pequeño poblado, formado por no más de diez familias. Se fundó por un pastor luterano que seguía las enseñanzas de Martín Lutero y Felipe Melanchthon. La tierra que araban y las costas en que pescaban pertenecían a una noble escandinava devota del pastor.

Congruente en todo, el pastor bautizó a sus dos hijas Martina y Filipa. Fiel al modelo luterano de búsqueda individual de la Gracia, su pequeña congregación se reunía para leer la Biblia y orar. Leal a la tolerancia de Melanchthon, permitió que sus hijas filtreasen, la una con un joven oficial (sobrino de la terrateniente) y la otra con un cantante de ópera francés (¡un papista!). Pero ninguna de ellas se decidió a dejar la pequeña población. Su verdadera vocación era la vida en comunidad. Cuando su padre murió, ellas asumieron el liderazgo religioso de la congregación.

Pero, tanto el joven oficial como el cantante de ópera siguieron enamorados de Martina y Filipa –y admirados del proyecto espiritual del pastor.

El francés les hizo un extraño regalo. En 1871, en medio de las guerras que azotaron París, el cantante ayudó a una mujer a escapar y les pidió a las hermanas darle refugio en Jutlandia. Así es como llegó Babette al pequeño pueblo. Todos en la comunidad agradecían el regalo, pues la ayuda de la francesa permitía a las hermanas atender mejor a todos. Hasta que un día, catorce años más tarde, Babette se ganó la lotería (un sobrino marinero le compraba un boleto cada año).

Todos en la comunidad asumían que la francesa regresaría a París. Ella insistió en darle un regalo a Martina y Filipa. Ese año se celebraban los cien años del nacimiento del pastor-fundador. Babette ofreció un banquete francés en su honor. La pequeña comunidad se espantó al ver llegar una tortuga, codornices, trufas… ¡y botellas de vino y licor! Pero nadie se atrevió a contrariar a Babette. Se reunieron en oración y se prometieron comer pero no hablar de la comida, para preservarse del pecado que se les ofrecía.

Al empezar el festín, una de ellas recordó: “—No debemos saborear nada, recemos con las palabras de nuestro pastor”. Otro contestó: “—Lo mismo que en las Bodas de Canaán, la comida no tiene importancia”. Ahora bien, el joven oficial enamorado retornó a la casa de Martina y Filipa precisamente esa noche de la cena, acompañando a su anciana tía. Ya era general. Y él –que no había jurado ignorar la comida– es quien fué explicando de qué se trataban las viandas y las bebidas: “—¡Asombroso! Amontillado… el mejor Amontillado que he probado en mi vida. Esto es sin duda sopa de tortuga. ¡Y qué sopa de tortuga!” Los humildes campesinos y pescadores no tenían idea. Cuando se sirvió la champaña una de las ancianas dijo: “—debe ser una especie de gaseosa…” El general comentó “–¡Estoy casi seguro de que esto es Cliquot 1860!” Para volver a la disciplina, un anciano le respondió: “–Sí, sin duda. Estoy seguro que mañana nevará todo el día”.

Para alejarse de la tentación del banquete, todas y todos empezaron a rememorar a su querido pastor, recordando sus experiencias personales de redención y los milagros, bellamente sencillos, que habían presenciado. Relatos anclados en la biografía colectiva de una comunidad de campesinos y pescadores pobres. La vida gozosa de un pastor y de una congregación en la búsqueda de la Gracia.

Pero todo lo anterior nos lo presenta el director Axel al tiempo que Babette va preparando los platillos y Erik, uno de los adolescentes del pueblo, los lleva de la cocina al comedor. Vemos cómo las y los viejos creyentes prueban y saborean cada curso. A cada paso van entusiasmándose más. Su sentido del gusto les hace felices y esa felicidad les facilita el recuerdo de sus memorias colectivas.

Y allí el general descubre para todos la identidad de Babette. Era la chef del Café des Anglais, “el mayor genio culinario de su época” y era la creadora de las “codornices en sarcófago” que los comensales tenían enfrente. Una codorniz horneada rellena de paté y trufa, enfundada en un volován.

La mejor cocinera del mundo occidental había regalado a sus salvadoras un banquete digno de emperadores y reyes. La verdadera Gracia siempre es gratuita. Alguna de las ancianas señaló, ya en las últimas entradas del banquete, que el Buen Libro dice que sólo luego de rechazar el deseo de comida y bebida es que los seres humanos podemos comer y beber en correcto espíritu… Y medita que lo único que hemos de llevarnos a la otra vida es lo que damos gratuitamente a los demás. Como el refugio dado por las hermanas Martina y Filipa a la francesa Babette. Como el festín de Babette ofreció a las hermanas en los cien años del nacimiento de su amado padre.

Lectora, contrastemos ese filme danés de hace cuatro décadas con la producción inglesa de Toast. Pasamos de la Dinamarca decimonónica a la Inglaterra de los 1960s. La cocina está a cargo de Nigel Slater (n.1956) quien –al momento de iniciar la narración tiene apenas nueve años. El que llegará a ser cocinero nos aclara que a esa edad aún no había comido un vegetal que no proviniese de una lata. De hecho, el subtítulo de su autobiografía es The Story of a Boy’s Hunger que se debió traducir no como “niño hambriento”, sino como “hambre de niño”. Contrario a los estrictos luteranos de Jutlandia, el pequeño inglés desea comer y saborear.

En la historia de Blixen/Axel los manjares se imponen desde fuera a comensales reacios. En la historia de Slater/Clarkson el comensal debe liberarse para llegar a los manjares. Más importante aún: en El Festín la imagen del padre es venerada y –pese a lo extraño que nos suena en nuestro mundo secularizado– sirve de guía ética para la comunidad; en cambio, en Toast el padre lejano y violento es uno de los obstáculos que el muchacho debe vencer para realizarse.

Mientras la piadosa comunidad danesa de Blixen no conocía la buena cocina por aislamiento voluntario, Nigel es víctima de la ignorancia de su madre –quien no tenía idea de cómo cocinar. Al principio, el muchacho estaba seguro de que el mal humor de su padre se debía a la mala alimentación –luego descubrirá que su progenitor era simplemente una mala persona. Y fue peor cuando la madre murió de asma. Viudo y huérfano pudieron morir desnutridos (y el chico, maltratado). Les salvó una inesperada madrastra que sí sabía cocinar pero que, en perverso intercambio, atormentó sicológicamente al hijastro. La película de Clarkson es muy clara en este punto: vía los platillos que ponen en la mesa familiar, hijo y madrastra pelean por la atención del padre –quien de todas formas ignora siempre al hijo.

Cuando la autobiografía de Nigel Slater salió a la luz, el diario The Guardian le entrevistó en profundidad. (Liga 3.) El autor no pudo ser más claro acerca de sus sentimientos frente a padre y madrastra: “Hacia el final del libro finalmente me libré (“get rid of”) de ese par de personas que no me gustaban [el padre y la madrastra] y,  siendo honesto, estaba yo muy contento, jubiloso. Desde entonces lo único que deseaba era cocinar”. El contrario a la piedad filial de El Festín, el joven Nigel abandona la casa paterna jubiloso.

La sonrisa oscura y lúdica en ese momento cumbre la esbozó Freddie Highmore –el actor que encarnó a Nigel. Acaso ese instante fue una de las razones para su casting como el sicótico Norman en Bates Motel

Ligas usadas en este texto:

Liga 1:

https://gloria.tv/share/xV9rTYrw4CsN4kGZNcxAzqarR#1445

Liga 2:

Liga 3:

https://www.theguardian.com/lifeandstyle/2003/sep/14/foodanddrink.features2

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