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¿Caminito de la escuela? La travesía de 16 km a pie para 3 niños que solo buscan superarse

Los Guayabitos, es un rancho ubicado a 24 kilómetros de La Paz, allí habita una familia de 10 integrantes quienes al no contar con un vehículo propio o algún otro medio de transporte, tienen que caminar poco más de 8 kilómetros para llegar a zonas más habitadas, lo más cercano, la subdelegación de El Ancón.

Para ir y regresar de la escuela infantes tienen que caminar más de 16 kilómetros diarios.

Paola de 9 años, Jesús de 7 y Dulce María de 4 años de edad, todos los días se levantan a las 5 de la mañana para empezar con sus actividades escolares. Su abuelo les acompaña con una taza de café en mano mientras su abuela les ayuda a arreglarse, el brasero de su cocina es la única luz que alumbra.

Con esa poca luz, peina a su nieta para que acuda a su jornada.  Antes de salir, llenan sus contenedores de agua, saben que, como todos los días, será un trayecto agotador

Verónica y María Eduviges acompañan a sus hijos en la odisea diaria que es ir a la escuela. El camino atraviesa varios cerros, arroyos y maleza. Suben y bajan la montaña repleta de rocas para poder llegar a su destino.

“Es pesado porque tiene que madrugar uno a cambiarlos, yo me levanto a las cuatro de la mañana hago el lonche tengo que alistar a mi niña y mi niño” dijo Verónica, madre de Dulce María y Jesús.

El agotamiento diario hace dudar a los menores si deben continuar con sus estudios, saben que la única manera de llegar a su escuela es cruzando los cerros.

 “Pesado, muy pesado, la verdad esta semana que veníamos me dijo mi hija que ella ya no quería ir a la escuela, que el día que mire a su papá le va a decir que ya no puede más, que ya estuvo bueno de tanto cansancio” señaló María Eduviges.

Entre veredas resbaladizas, no solo temen de las personas desconocidas que puedan encontrarse en el camino, también se cuidan de las caídas, plantas con espinas y de la fauna peligrosa.

 “Si nos han salido víboras, le tenemos que sacar la vuelta porque no me animo a matarlas”.

El agotamiento hace mella conforme avanzan. El grupo tiene que detenerse en repetidas ocasiones para que los menores descansen un poco. Ya son tres años que las madres de familia caminan por las mismas veredas para llevar a sus hijos a la escuela. Podrían evitar este trayecto al dejar a sus hijos en un albergue, pero las vivencias en la infancia las dejaron marcadas y no es opción para dejar a sus hijas.

“Albergues no, yo la verdad estuve en un albergue cuando me quedaba aquí que fui niña y no, me pasaron muchas cosas feas que no quiero que pase mi niña y yo prefiero andar cansada como ando. No, para mi niña no, la verdad que no”.

Las recientes lluvias han provocado que las veredas sean más angostas, con el paso del tiempo ya conocen bien el camino, los ladridos de los perros les indican que han llegado al pueblo. Llegan pasadas las 8 de la mañana, la escuela primaria profesor Benito Beltrán Beltrán ubicada en El Ancón les espera.

Los retos educativos para estos tres menores son cuesta arriba, llegan cansados, saben que horas más tarde tendrán que volver a realizar el mismo recorrido de vuelta.

“Sí es cansado, por supuesto es cansado para ellos, para los padres de familia que tienen que acompañarlos cuando vienen y cuando van a la casa, es muy complicado y es grande el esfuerzo, se reconoce doblemente sobre todo por los alumnos y no está en la escuela más que hacerlos sentir bien, hacemos lo posible porque ellos estén bien” dijo Juan Gabriel Orozco, maestro de la escuela primaria Benito Beltrán Beltrán.

El esfuerzo que hacen estas familias para que menores tengan una educación es loable, hay ocasiones que caminan bajo el sol a altas temperaturas y otras bajo la lluvia con el riesgo de los arroyos.

“Hay que ser empático con los alumnos en comunidades de esta zona, caminar con llovizna, mojar mochilas, útiles escolares, el uniforme, los zapatos que con tanto esfuerzo se logra, porque también en comunidades rurales se sufre de falta de trabajo, de empleo” destacó el maestro Juan Gabriel.

Disfrutan de su salón de clases, de su maestro y sus compañeros. Aprovechan el tiempo que tienen para aprender antes de volver a cruzar montañas para llegar a sus casas.

Culminada su jornada educativa se preparan para caminar otras dos horas. Son más de 16 kilómetros diarios que recorren las familias del rancho Guayabitos, de lunes a viernes, en verano y en invierno las jornadas siempre serán agotadoras. Al llegar a casa comen, se bañan, no quedan energías para jugar, se dedican a descasar pues saben que al día siguiente les espera la misma odisea.

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