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Opinión

Ver para pensar: Corazón

Federico Anaya Gallardo

La semana pasada te decía, lectora, que una cosa lleva a la otra. Dos gatos desenterraron en mi casa un recorte de periódico de 2007, que me llevó a una película de Luigi Comencini de 1966 (Incompreso) adonde se analiza la indiferencia adulta frente a la niñez. Pero resulta que este director tiene mucho más qué recordarnos. Y no uso la palabra al tanteo. Notémos que recordar implica repetición (re-) y que -cordar es parte de la familia etimológica de “corazón” en Latín: cordis. Así que recordar implica repetir, revivir, lo que está en nuestro corazón. En esto, la lógica del Castellano, Catalán é Italiano se separó del Latín original, adonde recordar se decía meminisse), una palabra relacionada con memor (“pensar”). Es decir, los romanos “volvían a pensar” en lugar de “volver a sentir”. El recuerdo como memoria y no necesariamente como empatía. Los ingleses siguieron esa línea y dicen remember. Cuando recuerdan, los franceses no usan ni el corazón ni el cerebro, sino la lengua: dicen rappeler. Vuelven a nombrar. (Nota de este lado del Mar Océano: en Tzeltal recordar implica volver a resolver en colectivo, volver a acordar…)

¿Por qué me importa recalcar que recordar está relacionado con el corazón? Porque una de las últimas obras de Luigi Comencini, en 1984, fue una adaptación para televisión de Cuore, Libro per i ragazzi –la obra más conocida de Edmundo De Amicis (1846-1908). La semana pasada, escribiendo la reseña de Incompreso terminé viendo dos de las seis entregas del Corazón de Comencini. En la Liga 1 puedes ver la quinta y YouTube te guiará a la sexta. (¡Si encuentras las entregas 1 a 4, no dejes de mandarme noticia de ello, lectora!) Se trata de versiones en Italiano, pero siendo hablante de Castellano y picándole al traductor automático de la plataforma no deberás tener problema en seguir el hilo de la trama. Porque, aparte de todo, Corazón, Diario de un niño –como se conoció la novela de De Amicis en nuestras tierras– seguramente está en tu memoria (y en tu corazón).

Repasemos primero a De Amicis. Aquí, quiero primero que nada hacer una confesión de brutez. En algún momento de la Primaria ó Secundaria, mi memoria confundió a Edmundo De Amicis con Gabriel D’Annunzio (1863-1938)… el literato fascista.  No tengo perdón de Dios ni de la República por esta confusión, pero argumentaré en mi defensa (ten caridad de mí, lectora) señalando que el tono meloso y patriotero de las lecciones del profesor Perboni a sus alumnos de tercero de primaria me parecían el perfecto caldo de cultivo del fascismo.

Pero De Amici estaba situado en el campo social contrario a D’Annunzio. Este último era un escritor exquisito que viajó del simbolismo y el decadentismo a la alucinación reaccionaria del fascismo. En cambio, De Amici era un patriota liberal que evolucionó en socialista. Esto debería haber sido evidente para mí (y para mis profesores maristas en la Primaria) porque en la familia turinesa del niño-narrador de Corazón (Enrico Bottini) no se celebra la Navidad. La Patria italiana que De Amici ayudaba a construir con su novela ignoraba la raíz católica y buscaba anclarse en el progreso científico. (Ahora entiendo por qué el otro adulto que siempre me recomendaba leer Corazón era mi abuelo Emigdio Spivis Gallardo –masón y cardenista  de la Comarca Lagunera.)

Este De Amici es el que recuperó Luigi Comencini en sus seis episodios para la Radiotelevisione Italiana (RAI) en 1984. La adaptación es un homenaje a la evolución ideológica del autor de Corazón. Comencini nos propone imaginar a los niños del profesor Perboni en la Primera Guerra Mundial. Esto es una licencia importante, porque en la novela original, los niños cursaron su tercer año de Primaria en 1882-1883, cuando tendrían entre nueve y once años. En 1914 todos habrían pasado de los cuarenta. Así que el cineasta movió la línea de tiempo hacia adelante y ubicó a los chicos del profesor Perboni en 1905. De este modo, Enrico Bottini (el narrador), Franti (el delincuente), Garrone (el gigante de alma noble) y los demás muchachos serán veinteañeros durante la guerra. Y en ella encontrarán una muerte sin sentido.

Cada una de las seis entregas de la serie ilustrará el contraste entre las enseñanzas patrióticas en la primaria turinesa y la praxis adulta de los chicos convertidos en combatientes. Al final de la serie (capítulo quinto), Bottini debe dirigir un comando para cortar los alambres de púas austriacos en una operación suicida que su comandante justifica “por la Gloria de Italia” y ve morir a su lado a un joven que –igual que Franti– había sido enviado al Reformatorio a los once años. La muerte de esos jóvenes no tiene nada que ver con el heroísmo del Tamborcillo Sardo.

Por cierto, lectora: recordarás que uno de los atractivos de la novela de De Amici es que cada mes el profesor Perboni ofrecía a los chicos una historia ejemplar. Así se insertan en la narración los cuentos del tamborcillo, El Pequeño Escribiente Florentino, La Sangre Romañola, De los Apeninos a Los Andes, etcétera. Dado que Comencini movió la acción a la primera década del siglo XX, los cuentos se presentan a la clase como funciones de cine mudo. Un elegante artificio que permite al director re-cordar el modo en que el Séptimo Arte contó originalmente sus historias y facilita a las audiencias modernas entender las varias historias simultáneas que De Amici narra.

Aparte, insertar los cuentos patrióticos de Corazón como cortometrajes educativos subraya su naturaleza como propaganda política del Estado liberal italiano. Esto facilita a Comencini contrastar esas narraciones con la carnicería a la que los políticos italianos condenaron a sus juventudes entre 1915 y 1918. En la sexta entrega, el teniente Enrico Bottini regresa a Turín en Agosto de 1917, justo cuando ocurría una rebelión espontánea contra el hambre y la guerra. Su padre, el ingeniero hijo de ingeniero, organiza una elegante cena para presumir a su heroico hijo oficial. Los invitados fifís muestran su desprecio por la gentaglia (“la escoria”), la folla (“la canalla”), los rivoltosi (“alborotadores”). ¡Y todavía se atreven a sugerir que el problema es que el gobierno no ordena un ataque más fuerte contra los austriacos! (Precisamente lo que gente como D’Annunzio y Mussolini exigían en ese tiempo.)

Enrico estalla. Le grita a los invitados y abandona indignado la mesa. El padre lo corre de la casa. El joven oficial se va a buscar al ya viejo profesor Perboni –quien aún vive solo y pobre, como siempre. Juntos pasan la última tarde de la licencia de Enrico. Recuerdan cómo la escuela reunía en una sola clase (salón, grupo) a todas las clases (sociales). Perboni recuerda con nostalgia el último día de clases y cómo el silencio sustituyó el rumor de cuadernos en los pupitres, de los pasos en los corredores, de los gritos en el recreo. El profesor se lamenta de haber enviado a sus alumnos al silencio de la muerte en la guerra.

Comencini nos muestra el último servicio filial de Perboni, quien obliga a Enrico a regresar a casa y reconciliarse con su familia. Después de todo, aún ha de regresar al sangriento frente. Más tarde, Perboni acompaña al teniente a la estación de tren. Cuando el convoy arranca, el viejo maestro le confiesa al exalumno que él siempre había sido socialista.

De los socialistas que exigieron que Italia permaneciese neutral. De los socialistas que expulsaron a Mussolini por su llamado a la “guerra patriótica”. De los socialistas que escribían en el periódico Avanti!…Un medio en el que colaboró De Amicis alrededor de 1900, Gramsci hacia 1916 … y también Comencini, en 1945 –en los días de la Liberación contra los nazi-fascistas.

Una cosa lleva a la otra. La serie de TV de Comencini re-cuerda (vuelve a sentir con el corazón) la tragedia que llevó del liberalismo al fascismo y las luchas del socialismo. También nos ayuda a nosotros a re-cordar al modo Tzeltal: volver a tomar acuerdo acerca de la función de la escuela pública en la formación de la identidad colectiva. Las luchas por la Liberación se entrecruzan en lugares completamente inesperados (una reseña cinemática) y uno aprovecha para corregir zonzos errores de Primaria y Secundaria (no es lo mismo De Amicis que D’Annunzio)…

Ligas usadas en este texto:

Liga 1:

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