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OpiniónPORTADA

Ver para pensar: Montecristo crítico de la Economía

Federico Anaya Gallardo

 

 5 de Marzo de 1844. Estamos cerca del final del primer capítulo de la adaptación de Josée Dayán del Montecristo de Dumás. (Liga 1.) En las oficinas del armador Leoncio Morrel, Lord Wilmore, representante del banco Thomson & French declara “—Si la palabra milagro existe en la lengua de los hombres, es porque se refiere a una realidad …aunque sea de vez en cuando.” Ese día, de hecho, ocurrieron dos milagros. Primero, una anciana entregó a Maximiliano Morrel –el hijo de Leoncio– una vieja bolsa de cuero con monedas de oro suficientes para cubrir el adeudo del armador con el banco. Segundo, el Faraón entró en el puerto de Marsella lleno de ricos productos de Italia. Cosa imposible, porque el Faraón, último navío de la Casa Morrel, se había hundido a principios de Diciembre de 1843 y su tripulación había sido rescatada por el Luxor y llevada a Marsella. A bordo del Luxor venía Lord Wilmore, bajo máscara: la del Conde de Montecristo.

¿Cómo había podido resucitar el navío? Porque Wilmore y Montecristo eran ambos embozos de Edmundo Dantés, joven capitán del Faraón que conocía la nave a la perfección y ya siendo el Conde de Montecristo, había ordenado construir una réplica exacta en Italia. Y fue el mismo Conde –sólo que disfrazado como el Abate Busoní– quien llenó de oro la vieja bolsa de cuero y ordenó llevarla a Morrel “en pago de una vieja deuda”. Era la bolsa del padre de Edmundo Dantés a quien Morrel jamás abandonó pero quien murió desesperado por la desgracia de su hijo preso.

Ya te he contado, lectora, que Montecristo estuvo prohibida por la Iglesia Católica. Una de las varias razones es que Dantés –personificando al abate Busoní– se rebela ante Dios en una pequeña capilla cerca de Marsella, a orillas del Mediterráneo, y le advierte al Creador que, en vista de que Él no ejerce su justicia divina, él la hará por cuenta propia. El humilde ermitaño franciscano que allí oraba se persigna espantado ante la promesa sacrílega… Después de todo, es el pecado luciferino.

Pero ese no es el único Luzbel que Dumás nos muestra en la novela. Hay uno más sutil. É igual hace milagros. Nos lo anuncia Dayán cuando Dantés-Wilmore explica a los Morrel el milagro de la resurrección del Faraón (nota, lectora, qué es lo que resucita… el rey-dios del antiguo Egipto pagano). Les dice: “—Yo soy un hombre de finanzas, señor Morrel. Estoy habituado a ver las cifras en la frialdad de los hechos… Si Usted tiene una Biblia, señor Morrel, démela. Estoy listo a jurar sobre el Libro Sagrado con mi mano derecha que he visto el Faraón desaparecer en la profundidad de la mar. Pero, estoy igualmente presto a jurar, delante de Dios, que viniendo a su oficina he visto al Faraón entrar en el puerto de Marsella bajo la bandera de su Compañía.” El financiero es el profeta de los milagros que realizará Montecristo. (¿Comprendes los varios niveles de desafío a lo católico que traía el texto de Dumás, querida lectora?)

En la versión 1998 de Dayán, Dantés es personificado por un Gérard Depardieu que ya había perdido la lozanía de la juventud (que hizo inolvidable su Olmo Dalcò en el Novecento de Bertolucci, 1976); pero quien aún no es el monstruo obeso que personificará a Obélix en cuatro ocasiones entre 1999 y 2012. Estamos ante un Depardieu que se impone con gran porte y engatusa a todomundo con su ingenio. Pero lo esencial está en su rostro, que alternativamente nos deja ver a la bestia herida que reclama venganza y al joven ilusionado que trata de reencontrar a su amor perdido. Un Lucifer perfecto.

En la segunda entrega de Dayán (Liga 2), ese diablo de hombre se acercará al contador Danglars quien, luego de deshacerse de Dantés en Marsella, prosperó con malas artes, logró casarse con una baronesa en París y fundar la Banque Danglars. Allí por 1845, Montecristo se hará presentar al Barón Danglars y depositará una cuantiosa suma en su banco. El ambicioso capitalista se dejará aconsejar por el recién llegado –cuyos contactos le parecen extraordinarios. ¿Acaso no tiene una fortuna para demostrar su buena fé?

Regresemos a la escena de la resurrección del Faraón. Wilmore-Montecristo-Dantés mentía. La palabra milagro existe para nombrar algo que ocurre en la realidad, pero el milagro no es algo sobrenatural, sino producto del ingenio humano. Frente al banquero, el primer milagro de Montecristo será llevar a Carlos de Borbón al trono de España –atizando una nueva rebelión carlista en la Península. Se trataba de una fake-news insertada por el Conde en la última posta del “telégrafo aéreo” que llevaba y traía noticias entre 24 ciudades francesas.

Nuestro Conde se apersonó como turista en la última posta y entrevistó al anciano encargado. Este le contó que el trabajo es pesado (encaramarse todos los días en una alta caseta de madera y observar con un catalejo las señales de las otras postas). El veterano empieza a sufrir achaques por el frío viento del norte y por la edad –y teme mucho que un día ha de caerse. Montecristo le señala: “—Pero seguro que la empresa le dará una pensión…” El anciano le explica que el salario (mil francos anuales) es miserable y que no hay pensión por accidentes, retiro o vejez… Acto seguido, Montecristo le ofrece 35mil francos (mucho más que el salario de toda una vida).

El anciano telegrafista le pregunta al Conde: “—Pero, ¿no será inmoral su mensaje?” Montecristo le responde, mientras entrega el grueso fajo de billetes en sus las arrugadas manos: “—No se trata de moral. Se trata de justicia”. La noticia falsa llegará a París esa misma tarde.

En la capital francesa, otra corruptela permitirá que el Barón Danglars se entere antes que nadie de la nueva revolución carlista en España: un periodista que desea festejar a una muchacha le vende el telegrama por 300 francos. (Uso de información privilegiada no accesible a otros jugadores en el mercado de valores.) Durante la tarde-noche, Danglars se ha deshecho de sus bonos españoles. Al día siguiente, en la Bolsa, Danglars es celebrado por su mágico presentimiento. Montecristo llega a mediodía para unirse a las felicitaciones. Y entonces, el periodista corrupto se acerca a Danglars y le muestra el desmentido que su diario está publicando en la edición vespertina. ¡No hay nueva rebelión carlista! Caos en el piso de remates. El banquero corrupto ha perdido más de un millón de francos.

Poco después, Danglars se consuela. Una maravillosa inversión en minas de plata en Zacatecas, México, ha de regresarle lo que ha perdido ¡y más! Su mujer le pregunta qué seguridad tiene de esa inversión. Danglars le responde: “—Lord Wilmore, de la Casa Thomson & French me debía un favor. Y su información es de toda confianza”.

Montecristo recetará a misma amarga medicina a su verdugo una vez más, con una inversión en esturiones rusos. Ya vez el rostro de nuestro segundo Luzbel, lectora: es el mercado de la globalización capitalista, impulsado por la tecnología y la ambición orgullosa de los Europeos.

El diablo-Conde colabora con el diablo-Mercado y entrambos hundirán a Danglars en la bancarrota. Al final, ayudados por el bandolero social Luigi Vampa, secuestrarán al banquero y le obligarán a comprar a precio de oro su comida –hasta que no le quede nada. Sólo entonces le liberarán, convertido de nueva cuenta en un hombre común. El rescate millonario será repartido por Vampa entre los pobres del agro italiano. Al llegar a este punto, sin embargo, ya no sabemos si Montecristo-Luzbel es en realidad Montecristo-Miguel, humillando a los explotadores capitalistas.

Ligas usadas en este texto:

Liga 1:

Liga 2:

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