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Opinión

Ver para pensar: Una familia de marginales

Federico Anaya Gallardo

La semana pasada te decía, lectora, que para las audiencias estadounidenses de principios de los 1940s, la idea original del Capitán Marvel como alter-ego de un voceador casi niño de la calle (Billy Batson) era una imagen mucho más atractiva que la del héroe venido de Kriptón. Atractiva porque era real y cercana a quienes leyeran las aventuras a cambio de diez centavos. Probablemente por eso es que su creador C.C. Beck recurrió a la magia para unir los poderes de seis seres mitológicos (Salomón, Hércules, Atlas, Zeus, Aquiles y Mercurio, SHAZAM) y otorgárselos al muchacho marginal.

La competencia comercial con el Supermán de Detective Comics y el plagio convirtieron a Batson en una imitación de Clark Kent, como te conté la semana pasada. Pero Beck y su equipo de ilustradores no desperdiciaron la idea de retratar y atraer a los marginales. La guerra y sus terribles consecuencias resultaron un ambiente adecuado para eso. Imagino que hubo también algo de plagio, puesto que Robin, el disturbing compañero de Batman había aparecido en Abril de 1940 y tuvo gran éxito, duplicando los lectores –especialmente entre niños y adolescentes. Para Diciembre de 1941 el equipo creativo de Fawcett Comics ya había desarrollado al acompañante joven del Capitán Marvel.

Ricardo Tapia (Dick Grayson, Robin) es el hijo de una familia de trapecistas famosos adoptado por el millonario Bruno Díaz (Bruce Wayne, Batman) luego de un terrible accidente y se va a vivir en la elegante mansión Díaz para convertirse en entenado del rico y aprendiz del vigilante.

Capitán Marvel Jr (ciertamente, poco original) es un adolescente tullido quien, igual que el Batson original, vende periódicos en la calle. Una vez que se terminó de elaborar su carácter, también apareció una tragedia familiar –pero mucho más anclada en la historia contemporánea que el accidente que mató a los Tapia/Grayson.

Freddy Freeman es un amigo de la escuela de Billy Batson. Vive con su abuelo. Un día, mientras nieto y abuelo pescan en un lago, Capitán Marvel se enfrenta en los aires con Capitán Nazi. Uno de ellos cae al lago. Freddie y su abuelo, creyendo que se trata de Marvel, se apresuran a ayudarle. Pero es Nazi y una vez rescatado, los ataca. El Capitán Marvel llega justo antes de que los asesine –pero el abuelo morirá de sus heridas al poco y Freddie quedará con una pierna paralizada y caminará el resto de su vida con una muleta. Marvel lo lleva al lugar mágico adonde el antiguo mago lo convirtió en super héroe y le pide que sane a su amigo. Imposible: el poder del mago ya no puede ser compartido. Pero lo que sí se puede, es que Marvel transmita algo de su poder para ayudar al chico herido.

Freddie Freeman se convierte en Capitán Marvel Jr gracias a esta intervención. Cuando pronuncia el nombre de su benefactor (¡Capitán Marvel!) cae el rayo mágico y lo transforma. Pero el super héroe no es adulto: es un chico de la misma edad, pero sin discapacidad. He agregado a esta kino-reseña dos de las portadas de los 1940s. La primera muestra la doble personalidad que te cuento. Fue publicada el 18 de Diciembre de 1941 –dos semanas después del ataque a Pearl Harbor. En el rótulo abajo a izquierda se anuncia que el adolescente con discapacidad víctima del Capitán Nazi se enfrentará, como superhéroe, con Captain Nippon. Un mes después, en la edición del 20 de Enero de 1942, Capitán Marvel Jr se enfrentará con un supervillano nazifascista que manipula a la niñez y juventud estadounidense como un moderno Flautista de Hamelin. Para vencerlo, el superchico actuará él mismo flautista para salvar a los inocentes.

Detalle para recordar: en los EUA de 1941-1945 todomundo sabía que el presidente demócrata Franklin D. Roosevelt era paralítico –aunque ninguna fotografía lo mostrase en muletas. No es descabellado que la figura mítica de Freddie Freeman/Capitán Marvel Jr haya buscado tocar esa cuerda de la consciencia nacional. Un mensaje poderoso de superación aunque, como veremos, sus creadores también desarrollaron un lado oscuro.

Por todo lo que te cuento, lectora, no me parece extraño que, en dos de las modernas versiones cinematográficas del Capitán Marvel, ¡Shazam! (2019) y ¡Shazam! La Furia de los dioses (2023), ambas dirigidas por David F. Sandberg, Freddie Freeman (y no Billy Batson) resulte la figura central.

Entre 1987 y 2012 DC Comics modernizó la biografía fantástica de todos los personajes del “mundo Shazam”, eliminando el origen de la discapacidad de Freddie y otras referencias a la Segunda Guerra Mundial. También retornó a Billy Batson al espacio de la marginación social –presentándolo finalmente (2012, versión de Geoff Jones) como un adolescente huérfano ingobernable que escapa de todas las casas de acogida (foster homes) en que lo coloca el DIF local de Filadelfia. Finalmente llega a la casa que dirigen Víctor y Rosa Vázquez. (Sí, estadounidenses de origen latinoamericano.) Allí hay otros cinco huérfanos (dos chicas y tres chicos), uno de los cuales es Freddie. Esta es la versión que usó Sandberg en 2019 para su primer película.

Importa contar que en el cómic original, cuando Billy Batson se transformaba en el Capitán Marvel, el adulto superpoderoso es otra persona. Es decir, Billy y el Capitán son dos personajes distintos, sabedores ambos de la existencia del otro, pero con consciencias diferenciadas. Así las cosas, Billy-adolescente es una especie de reportero de la radio que investiga crímenes al estilo del belga Tintín. Pero cuando las cosas se ponen difíciles ó imposibles de resolver, convoca al Capitán Marvel quien arregla todo con sus super-poderes. Este arreglo se parece al que usaron los creadores de Ultramán y Ultraseven en el Japón de los 1960s: el poderoso extraterrestre “habita” el cuerpo de un humano, quien puede activar al titán cuando los monstruos espaciales estén destruyendo Tokio.

A partir de 1990 DC Comics decidió que Billy y el Capitán serían la misma persona: el adolescente. Al principio se usó esta excusa para explicar la ñoñez del Capitán Marvel/Shazam frente a los mucho más oscuros héroes y anti-héroes del Universo DC. (Algo parecido al personaje de Brendan Fraser en Mi novio atómico/Blast from the past de 1999, de Hugh Wilson.) El director de la película de 2019 mantiene esta hipótesis y trata de sacarle jugo.

Billy no está a gusto en la casa de acogida de los Vázquez y menos aún con su compañero de cuarto, Freddie el tullido. Y el problema no es la discapacidad, sino que el muchacho es un nerd obsesionado con superhéroes. Pero en la escuela (highschool) Billy, que es de mecha corta y colérico, salta a defender a su hermano-postizo contra unos bullies miserables. Esta acción es detectada por el moribundo mago Shazam en el inframundo y Billy es abducido a un lugar extraño adonde el mago lo convertirá en el superhéroe.

¿Conviene dar tales poderes a un adolescente? La primera respuesta es que no, pues Billy le cuenta a Freddie y ambos se la pasan jugueteando con los poderes. Terminan haciendo el bien, pero más bien por error. Que el gigantón Shazam tenga en realidad una edad mental de 15 años es un desastre. El actor Zachary Levi aparece como un tonto y no como un inocente. (Uno hubiese deseado en ese rol al Tom Hanks de Big/Quisiera ser grande de Penny Marshall, 1988.) La primera película de Sandberg (¡Shazam!, 2019) nunca sale de esta trampa.

Al final, cuando Billy reconoce a su foster-family como su verdadero hogar y les comparte el poder mágico de Shazam, aparece una “Familia Shazam” completa… que tampoco es interesante. En realidad, este arreglo es tan malo que lo único que lo salva son las buenas actuaciones de Billy (Asher Angel) como huérfano en busca de hogar y de Freddie (Jack Dylan Grazer) como persona con discapacidad enfrentando la discriminación.

Regreso al Freddie Freeman original, que quedó inválido en el invierno de 1941-1942 por culpa de un supervillano nazi. Ese adolescente no era ni inocente ni sencillo. Detrás de la ropa raída que nos muestra la portada de 1941, hervía la sed de venganza. Freddie nunca perdonó al Capitán Nazi el asesinato de su abuelo y su discapacidad. Eventualmente, en la búsqueda de venganza, él mismo cruzaría la raya y se volvería una especie de anti-héroe. Esto último no terminó de desarrollarse porque Fawcett Comics debió cerrar las historias luego de pactar extra-judicialmente con DC Comics en el famoso juicio Kent vs. Batson.

El potencial del personaje Freddie reaparece en la segunda película de Sandberg (¡Shazam! La Furia de los dioses, 2023). Sin embargo, la sed insaciable de venganza no es de Freddie (después de todo, en esta versión del cuento, no sabemos por qué el chico es cojo) sino en unos personajes mágicos. Se trata de las tres hijas del titán griego Atlas: Héspera (Hellen Mirren), Calipso (Lucy Liu) y Anthea (Rachel Zegler). El trío representa la tierra y el paso del tiempo: una misma mujer en tres edades: anciana, madura y niña. La última, Anthea (cuyo nombre se usaba para designar a Venus-Afrodita como reina de las flores), se termina enamorando del chico con discapacidad –quien pierde bien pronto sus poderes pero descubre que pese a sus defectos puede ayudar a quien está en peligro.

La espiral del odio que trae la venganza se resolvía en los cómics de los 1940s exiliando a Capitán Marvel Jr. En la película de 2023 se resuelve cuando Anthea demuestra a sus dos hermanas que los humanos son capaces de mejorar y vencer la crueldad. Y Freddie es la prueba viviente… ó más bien, sobreviviente.

¡Punto para Sandberg! Pero… por la necesidad de llenar el filme de efectos especiales y peleas monumentales, esas líneas argumentales no brillan como debieran.

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