Federico Anaya Gallardo
Lectora: hoy quiero contarte de una película que nos cuenta la difícil relación de un guardián de los reales bosques y reales aguas frente al Roi Soleil. Te adelanto que las cosas habrían sido más fáciles entre ellos si el Señor Guardián no hubiese puesto a hablar a las ranas y a los zorros de sus forestas. Desde los días de Esopo el griego sabemos que las primeras son parlanchinas é irresponsables… y que los segundos siempre se roban el queso. Pero no, el guardián dejó hablar a sus animalitos y el rey león enfureció… ó eso quiere que creamos el director Daniel Vigne (n.1942).
Empecemos por el principio. Es la noche del 17 de Agosto de 1661 y estamos en una gran fiesta en el palacio de Vaux-le-Vicomte, a cincuenta kilómetros al sureste de París. El orgulloso dueño de la residencia es Monsigneur Nicolás Fouquet (1615-1680), superintendente de finanzas del Rey. El palacio, recién terminado, está plagado de ardillas. No los simpáticos (pero peligrosos) roedores arbóreos de colas esponjadas, sino las que adornan el escudo de armas del dueño. Se trataba de un escudo reciente. Los Fouquet habían hecho fortuna en el comercio de textiles y su padre era un abogado que había logrado la nobleza a través de la judicatura (nobleza de la toga, noblesse de robe, como la que creen tener algunos ministros oligarcas de nuestra Suprema Corte).
Ya encumbrados, los Fouquet hicieron una inmensa fortuna a la sombra de los gobiernos de Richelieu y Mazarino. Pero no eran los únicos burgueses beneficiados por los dos cardenales. Otra familia de burgueses enaltecidos, los Colbert, recibieron el favor de ambos ministros. Mientras los Fouquet vendían telas, el primer Colbert fue un muy próspero maestro albañil en la Reims a fines del sigo XV. Un siglo más tarde, sus descendientes eran prósperos arquitectos, comerciantes y banqueros. Los Colbert consiguieron también un escudo de armas: una culebra azul ondulante.
La película de la que hablo hoy –y que inicia con la gran fiesta en el palacio de Vaux-le-Vicomte– la dirigió Daniel Vigne en 2007 con un guión de Jacques Forgeas. Lleva el título Jean de La Fontaine, le défi (el desafío) porque Vigne subraya la apuesta política que habría realizado el escritor Jean de La Fontaine (1621-1695) a favor de lo que hoy llamamos “libertad de expresión” y “opinión pública”. Por ello, esta kino-reseña podría llamarse también El Rey, los Animalitos y la Opinión Pública. (La puedes ver en Facebook en una versión algo mala, sin subtítulos. Liga 1.)
Es muy probable que tú te acuerdes, lectora, de las Fábulas de La Fontaine. Se trata de 239 cuentos cortos con animales como protagonistas. Cada una lleva una enseñanza ética. Su autor las publicó en doce libros a lo largo de su vida –entre 1668 y 1694. Recientemente, una de esas fábulas se hizo famosa en México, cuando el López Obrador recomendó que leyésemos «Las ranas pidiendo rey». (Liga 2.)
Igual que en los días del Rey Sol, en 2019 Todomundo empezó a debatir si la fábula era de Esopo ó de La Fontaine. A este último, sus enemigos lo criticaron toda su vida por ser un “autor menor” que sólo hacía versiones francesas de textos antiguos. La película de Vigne nos cuenta de ese desprecio y demuestra que La Fontaine era mucho más complejo é importante que lo que sus críticos dijeron. Yo te lo mostraré, precisamente, con la fábula que nos recomendó hace cuatro años nuestro presidente.
La versión de Esopo inicia así: Βάτραχοι λυπούμενοι ἐπὶ τῇ ἑαυτῶν ἀναρχίᾳ, πρέσβεις ἔπεμψαν πρὸς τὸν Δία, δεόμενοι βασιλέα αὐτοῖς παρασχεῖν (Bátrachoi lypoúmenoi epí tí eaftón anarchía, présveis épempsan prós tón Día: deómenoi basiléa aftoís parascheín), que en Castellano se leería como “Las ranas, entristecidas por su anarquía, enviaron embajadores a Zeus, pidiéndole que les diese un rey”. El caos produce tristeza. Se le pide al dios orden y este manda un rey. (Puedes ver la versión bilingüe de García Gual en la Liga 3.)
La versión francesa de La Fontaine comienza diciendo que Les Grenouilles, se lassant / de l’état démocratique, / par leurs clameurs firent tant / que Jupin les soumit au pouvoir monarchique (Las ranas cansadas / del estado democrático, / con sus clamores lograron / que Júpiter las sometiera al poder monárquico). (Liga 4.) Nóta, querida lectora, el modo en que el poeta usa las palabras “état/estado” y “pouvoir/poder”. Hoy en día podríamos poner ambas en mayúsculas. Frente al Estado democrático, el Poder del liderazgo individual. Pero, sin poner esas mayúsculas que nos han heredado a nosotros doscientos años de debates políticos; de todas maneras es claro que La Fontaine está hablando de algo más parecido a nuestros debates del siglo XXI que a las preocupaciones griegas de Esopo.
No sólo eso. En la versión griega original el cuento es corto. Zeus les mandó a las ranas un leño como rey. A estas les pareció poca cosa y pidieron un rey más activo. Zeus las castigó enviándoles una culebra que se las comió. En la versión francesa del Grand Siècle las ranas se quejan de su mala suerte con la culebra y Zeus las regaña: Vous auriez dû premièrement / garder votre gouvernement (“Deberían primeramente / haber mantenido su propio gobierno”). La Fontaine estaba haciendo política con sus versos simples.
Esto lo entendieron todos, incluidos los lectores extranjeros. En 1781, Felix María Samaniego, en la España ya borbona y que admiraba todo lo francés, tradujo el inicio de esa fábula así: “Sin Rey vivía, libre, independente / El pueblo de las Ranas felizmente”. (Liga 5.) El español omite las palabras “pesadas” de la oposición política: democrático/monárquico.
Seis años más tarde, en 1787 –dos años antes de la Gran Revolución en París y ya independientes los EUA– otra traducción al Castellano, de Bernardo María Calzada, restituye las palabras duras al inicio de la fábula: “De1 democrático estado / disgustadas ya las Ranas, / tanto hicieron con sus ruegos, / que Júpiter las regala / el monárquico poder”. (Liga 6.)
Se ha criticado a Jean de La Fontaine, le dèfi de Vigne por presentarnos una “débil puesta en escena” ó de tener un “guión, débil y desarticulado”. (Míra los comentarios en la página www de Amazon, Liga 7.) A mí me parece exactamente lo contrario. Regresemos a la primera escena de la película.
Fouquet ha organizado una fiesta impresionante para inaugurar las últimas obras en su palacio. Los fuegos artificiales iluminan los cielos, los ballets entretienen a los invitados, el buen vino corre a raudales. La arquitectura es soberbia, los jardines son exquisitos. Uno de sus protegidos, La Fontaine, se divierte en medio de la muchedumbre. El Rey Luis XIV (de apenas 23 años) y la Reina madre están presentes. El monarca está furioso por la ostentación de su funcionario. Fouquet presume tener más poder que el Roi Soleil. Y por eso lo despidió y arrestó.
El cardenal Mazarino había muerto apenas cuatro meses antes. Un siglo más tarde, Voltaire escribía: “Jamás hubo en corte alguna más intrigas y esperanzas que durante la agonía del cardenal Mazarino”. En 1751, cuando publicó El Siglo de Luis XIV, el gran ilustrado simpatizaba con Fouquet y afirmó que el Rey había sido injusto con su funcionario. También nos reportó que “varios literatos se declararon abiertamente en su favor y lo ayudaron con tanta decisión que le salvaron la vida”. Entre ellos estaba La Fontaine.
La película de Vigne retoma esa defensa y nos presenta a La Fontaine como el artista que siempre permaneció fiel a su primer mecenas (Fouquet), mientras otros intelectuales y creadores artísticos cambiaron sus lealtades para apoyar a Luis XIV y a su ministro Colbert. Ciertamente, como dice uno de los críticos de la peli en Amazon (Lampe Jean-claude, 27 de Agosto de 2010), La Fontaine “no era en absoluto un rebelde, a pesar de sus simpatías” por el funcionario caído en desgracia. Toda su vida, el poeta recibió apoyo y protección de miembros de la familia real y de poderosos nobles. Pese a que Colbert y el Rey no lo promovieron como a Racine ó a Molière, tampoco lo exilaron ni censuraron sus obras.
Eso sí, a La Fontaine lo ningunearon por mucho tiempo. (Esta miserable práctica de desprecio entre pares no es exclusiva de la Intelligentsia mexicana, querida lectora.) Colbert y el Rey permitieron que, en la violenta sociedad cortesana, los enemigos personales de La Fontaine lo atacasen una y otra vez. El poeta de las fábulas, sin embargo, se ganó lectores más allá de la Corte. Las rimas sencillas de sus versiones francesas –y su pertinencia política y social– hicieron que incluso los analfabetos estuviesen familiarizados con sus metáforas.
Vigne (quien en 1982 nos regaló El regreso de Martin Guerre) no hace mal su trabajo. Sus personajes hablan directamente de la “Opinión Pública” y vemos a La Fontaine alimentando ésta con fábulas sencillas, bien escritas y descriptivas. El poeta era un personaje excéntrico. En el siglo XX, otro literato francés, Jean Giraudoux, lo retrató en su libro Les cinq tentations de La Fontaine (1967) adonde lo presentó como “un hombre ‘ondulante y diverso’, despistado, poco hábil en su conducta en la vida pero hábil en contradecirse a sí mismo, un gran amante del sueño y dotado de un descuido que rayaba en la inconsciencia”. (Liga 8.)
La Fontaine no se enfrentó al poder absoluto del monarca y éste le dejó en paz –aunque siempre vigilado. (Otra vez: la política paternalista de los autoritarios tampoco es exclusiva del priísmo mexicano…)
Colbert (la culebra) venció a Fouquet (la ardilla) é hizo sufrir a quienes permanecieron leales a esa desgraciada ardilla. Luis XIV, que había mandado la culebra al bosque, terminó por hacer justicia poética. Colbert murió en 1684. Ese año, La Fontaine llevaba más de dos décadas tratando –sin éxito– de ser electo miembro de la Academia Francesa. Ocurrió entonces el milagro. La Fontaine substituyó a Colbert en el Sillón 24. En la película de Vigne, el Rey le anuncia a Colbert que hará esa distinción al fabulista. Una bella lección de política y estadismo. Reyes Heroles el Viejo insistía en que lo que se opone, apoya. Disfruta este retrato de La Fontaine, lectora, es muy pertinente para nuestros tiempos.
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