Por Lic. Raúl Sánchez Flores
Secretario General de la Confederación Europea de Familias Numerosas
Según un estudio publicado en abril en la revista The Lancet, en 2100 solo seis países tendrán un índice de fecundidad suficiente para el reemplazo de sus generaciones, fijado en una media de 2,1 hijos por mujer, estos son: Chad, Níger, Samoa, Somalia, Tayikistán y Tonga. Todos los demás están desde hace años inmersos en el llamado invierno demográfico, con un descenso continuado del número de hijos: México, por ejemplo, se encuentra ya por debajo con 1,8 hijos.
Los expertos nos dicen además que viene ahora la segunda ola, la de las generaciones jóvenes “childless”, es decir, sin hijos y sin intención de tenerlos. Dan ya por imposible formar un nuevo hogar con niños, y prefieren dedicar su tiempo y dinero al trabajo, al ocio, viajar, etc. Son las parejas DINKS (en inglés, “doble sueldo, no niños”), donde las mascotas reemplazan a los niños. Las terribles consecuencias de esta situación son evidentes para un sistema de bienestar que se basa, precisamente, en el reemplazo de unas generaciones por otras, y que por tanto hace insostenible mantener pensiones, sanidad, infraestructuras o crecimiento económico.
Tras años de ensayar diversas soluciones, como son transferencias económicas por hijos, medidas de conciliación de vida laboral y familiar, etc., y no dar resultado (el invierno demográfico se da tanto en países ricos como pobres, con medidas de apoyo o sin ellas), se está llegando a la conclusión que el problema reside en el modelo social y cultural que hemos desarrollado, donde solo se prioriza el bienestar individual y la carrera profesional, y por tanto, los hijos son considerados como “un problema”, y no como un valor social y personal, por muchas ayudas que se les quiera dar.
En este sentido, las familias numerosas, aquellas que deciden tener más hijos que la media necesaria para el reemplazo generacional, se convierten en unos verdaderos revolucionarios, un modelo interesante que nos permitiría salir de esa espiral autodestructiva. Compensan la baja natalidad y aportan el capital humano necesario para el desarrollo económico y social. Promueven un estilo de vida sostenible y con una economía de escala. En su seno se viven valores como la generosidad, la ayuda mutua, la sobriedad, el compartir. En un mundo en el que ya no se tienen hermanos, ni primos, ni tíos, las familias numerosas restablecen la red familiar como la mejor política social contra la soledad.
¿Queremos solucionar el invierno demográfico? Promovamos entonces un modelo social y cultural family-friendly, donde tener hijos se trate como un valor positivo reconocido a todos los niveles, y donde las familias numerosas sean un modelo que pueda realizarse y desarrollarse, con el apoyo de toda la sociedad. Las asociaciones de familias numerosas juegan un papel fundamental para liderar y llevar a la agenda pública esa batalla, haciendo posible que tener los hijos deseados no solo sea un imposible, sino que reciba el reconocimiento social y económico que merece. Por eso, este siglo XXI debe ser el de la ‘revolución de la familia’, donde se recupere y se dé espacio a la dimensión familiar de las personas, por encima de la productividad, el consumismo y el bienestar hedonista que hoy impera. Nos jugamos nuestro futuro.