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Opinión

“Ojalá, señora presidenta”: Mi agridulce mensaje a Claudia Sheinbaum

Alma Delia Murillo

Escribo desde la incomodidad, desde un lugar extraño, agridulce. Me siento esperanzada y desencantada al mismo tiempo: ocurre que soy mujer y que soy mexicana; la intersección de esas dos variables ahora mismo en este país es un espacio muy complicado de habitar.

Vamos a tener a la primera presidenta de México. De tanto repetir la frase parece que pierde valor, y sin embargo es absolutamente histórica.

Viendo las imágenes de las celebraciones, se me viene a la mente una clase de Artes en que la maestra nos pidió que hiciéramos un autorretrato del futuro, y una amiga mía que se llamaba Yadira, se dibujó a sí misma como presidenta del país.

Fue la única; las demás dibujamos cantantes, hadas, novias en el altar, enfermeras, actrices de telenovela o del show del Chavo del 8 y Chespirito. Otra compañera le dijo a Yadira que en México no había presidentas.

Nunca voy a olvidar la reacción de la maestra que nos dio un atropellado pero febril discurso sobre por qué estaba bien querer ser presidenta de un país y puso de ejemplo a Margaret Thatcher que era Primera Ministra del Reino Unido y a la que ya apodaban “la dama de hierro”.

Eran los años 80 del siglo pasado y aquello de imaginar una presidenta de México sonaba tan lejano, tan de otro mundo, pero en 2024 llegó. Por eso me siento entusiasta. Pero luego recuerdo que vivo en el país de 11 feminicidios al día, y algo me pide que tenga precaución, como quien ya ha padecido por el corazón roto y no quiere soltar las amarras en un nuevo enamoramiento.

Soy hija de una mujer que nació en un país que no le permitía votar, ni a ella ni a ninguna, el derecho electoral era cosa de hombres.

En el México de 1947, cuando mi madre vino al mundo, no había voto femenino; como no había en el de la poeta Rosario Castellanos que nació en 1925, ni en el de la escritora y periodista Elena Garro nacida en 1916. Ni qué decir de Sor Juana Inés de la Cruz, que vivió en un país —entonces colonia del imperio español— donde ni voto ni universidad; esa niña prodigio, el Fénix de América, por no tener no tenía ni derecho a los libros.

El voto femenino no se aprobó en México hasta 1953. Muchas mujeres lucharon por alcanzarlo.

Yo misma estudié en una escuela primaria que tenía el nombre de una luchadora. Se llamaba “Gertrudis Bocanegra Lazo” y era un internado para niñas que vivíamos en condiciones de precariedad, en pobreza, huérfanas de padre o madre. Cuando me matriculé ahí a los 7 años no sabía quién había sido ni por qué era importante.

Años después vine a comprender que cuando estalló la guerra por la independencia de México, Gertrudis Bocanegra se sumó a la causa. Como sabía leer y escribir, privilegio de poquísimas mujeres en un país mayoritariamente analfabeto, hizo de mensajera entre facciones rebeldes hasta que la capturaron los soldados del imperio y la torturaron para que delatara a los insurgentes. Pero ella no cedió, así que la fusilaron en Pátzcuaro, Michoacán en 1817.

Siglos después pienso en las madres buscadoras abandonadas a su suerte que rastrean entre las casi 6 mil fosas clandestinas de este país para encontrar a sus hijos desaparecidos, y no puedo concebir cómo llegamos a esta distopía de violencia que las madres gestionan dándole un reducto moral a una sociedad devorada por el crimen organizado que las autoridades no pueden o no quieren detener.

Para esas madres ser mujeres en el mismo país donde otra mujer será presidenta, no tiene precisamente sabor a triunfo.

Por eso este ánimo destemplado, discordante.

Aún así, sí, tener una presidenta de México es reivindicativo, es romper un techo no sólo de cristal sino de espeso patriarcado a la mexicana: violento, conservador y retrógrado.

El recorrido de presidentes machistas es nutrido y vergonzoso. Ellos mismos han sellado sus posturas con declaraciones inauditas. Vicente Fox, que estuvo en la presidencia del año 2000 al 2006 por el PAN, hizo un “chiste” diciendo que las mujeres éramos lavadoras no mecánicas, sino de dos patas. Su Secretario del Trabajo, Carlos Abascal, se preguntó si las mujeres éramos seres humanos y aseguró que las labores del hogar eran la realización plena de la mujer.

Enrique Peña Nieto, en el cargo de 2012 a 2018 por el PRI, se excusó de no saber el precio de las tortillas arguyendo “yo no soy la señora de la casa”. Un diputado de su partido, Alejandro García Ruiz, dijo quizá la peor de todas: “Las leyes, como las mujeres, se hicieron para violarlas”.

Y a propósito de violaciones, Andrés Manuel López Obrador, actual presidente de México, respaldó la candidatura a gobernador de Félix Salgado Macedonio, pese a que tenía dos acusaciones de violación y una más por acoso sexual.

Las mujeres nos indignamos, volvimos tendencia una campaña para que AMLO recapacitara, #PresidenteRompaElPacto publicábamos en nuestras redes sociales y en respuesta López Obrador declaró abiertamente que no sabía qué pacto era ese. También dijo que no era feminista y en 2020 aseguró que el 90% de las llamadas por violencia de género que hacían las mujeres a la línea de emergencia 911, eran falsas.

Con ese panorama no hacen falta dotes adivinatorias para saber que la persecución sobre la primera mujer presidenta será feroz, que la exigencia no tendrá el mismo rasero de permisividad que se ha dado a los hombres que ocuparon el cargo: hemos tenido presidentes corruptos, ladrones, con sombras de asesinatos en su historia familiar, que han llevado a crisis devaluatorias la moneda mexicana y la inflación más allá de lo tolerable para la economía de los mexicanos, que han militarizado el país y que tuvieron en su gabinete a personajes como Genaro García Luna, hoy preso con cargos criminales por narcotráfico… el recuento es infame. Y todo se les ha tolerado.

Ojalá que la primera presidenta eleve la vara en el desempeño; pero ojalá, también, que la tabla para medir no sea el machismo ni el encono de quienes no toleran que las mujeres hayamos salido de la sombra doméstica al espacio público.

Sabemos desde ahora que más de uno criticará el cuerpo de la presidenta, más de dos la aleccionarán sobre cómo ser lo suficientemente femenina, y algún macho perspicaz especulará si el desempeño de la presidenta tiene que ver con su vida sexual.

Y ahí estaremos muchas ciudadanas, hayamos votado por ella o no, intentando elevar la conversación, procurando ser guardianas de una civilidad que vuela por los aires cuando de atacar el cuerpo de una mujer se trata.

Al menos yo lo haré porque esta es una lucha colectiva de siglos, una cosecha ganada sobre el sufrimiento de Gertrudis Bocanegra o Leona Vicario, el de Hermila Galindo y mi madre, el de nuestras abuelas y tantas otras compañeras.

Gobernar con perspectiva de género también significa hacerse cargo de que se llega a ese lugar de mando con una deuda histórica de sangre de incontables mujeres, de sufrimiento por una desigualdad brutal.

Por eso anhelo que tener una mujer presidenta se traduzca en pensar políticas públicas desde la cultura de la equidad y el cuidado, que la estrategia central esté en la construcción de paz y en encontrar formas de detener la guerra que ninguna administración anterior se ha atrevido a desmantelar.

Con el corazón espero que la señora presidenta no nos cierre con vallas el Palacio Nacional cada 8 de marzo que salgamos a marchar, como ya lo han hecho en el pasado.

Qué valioso sería que la primera presidenta se atreviera a ponerle su voz a la palabra aborto porque ese derecho recién ganado y siempre en riesgo de perderse, necesitamos fortalecerlo entre todas.

Ojalá que la señora presidenta se pronuncie con cada feminicidio, que su discurso nunca vaya por el rumbo de la revictimización. Ojalá sea compañera de la comunidad LGBTQ+ sin regatear el respaldo a los derechos humanos.

Ojalá, como dijo ella misma en una de tantas entrevistas, no fuera noticia que una mujer es astronauta, ingeniera, gobernadora o presidenta de la república.

Pero hoy es noticia y también revelación y acontecimiento: México tiene a su primera presidenta.

Cierro con estos versos que compuso Vivir Quintana y que en la potencia de su voz conmueven profundamente. Y es que algo habrá que hacer con tantas emociones encontradas, tal vez cantar.

Que te duermas sin deberle la justicia

a las madres que ahora buscan por ahí

a sus hijas entre fosas clandestinas,

que resista la esperanza de vivir.

No te olvides de tus ojos de mujer

No te olvides de tu boca de mujer

No te olvides de tu lucha de mujer(…)

Compañera presidenta, seas quien seas,

es preciso que te llames compañera.

Con información de: BBC

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