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Opinión

Ver para pensar: Andrew Jackson y la hermosa desvergonzada.

Federico Anaya Gallardo

En uno de los documentales que te recomendé sobre Andrew Jackson (1767-1845) se relata que el primer gran biógrafo del general cerró hacia 1859 su investigación visitando la residencia del tenneseño en Nashville (The Hermitage). James Parton (1822-1891) escribiría tres tomos sobre Old Hickory entre 1859 y 1861. (Los puedes consultar en HathiTrust, Liga 1.) El último se publicó días antes de que estallara la Guerra Civil. Miles de lectores recordaban que Jackson había superado una crisis equivalente en 1832-1833 cuando Carolina del Sur amenazó con separarse por una tarifa federal a la manufacturas extranjeras que enriquecía a los Estados del Norte  y el Oeste perjudicando a los del Sur. El tenneseño superó la crisis con un compromiso contradictorio: presionó al Congreso federal a reducir la tarifa (favoreciendo a los sudcarolinios) y preparando el Ejército federal para invadir el Estado rebelde. Zanahoria y garrote. Habla tranquilamente, lleva un gran garrote en la mano –apuntaría Teddy Roosevelt alrededor de 1900.

James Parton revisó periódicos y consiguió correspondencia pública y privada. Entrevistó testigos, amigos y enemigos de Jackson. Y cerró su trabajo visitando la mansión sureña de Nashville. Le mostraron las habitaciones que Old Hickory mandó decorar en 1834 en estilo imperio –luego de que un incendio destruyera la primera mansión que él y su mujer Rachel Donelson construyeron en 1819. Parton también visitó los jardines y arboledas plantadas por Rachel, en medio de los cuales se erigió una pequeña cúpula sostenida por ocho columnas dóricas. Al centro de ellas se colocó un obelisco, a cuyos lados estaban enterrados los cuerpos de Rachel y Andrew. Ella desde 1828 y él desde 1845. Cosa interesante, habrá pensado el biógrafo: en la lápida de Jackson no se inscribió el título de “presidente” –que los mandatarios estadounidenses conservan para toda la vida– sino el de “general”.

El monumento funerario es sencillo en comparación con la fama que tuvo Andy en vida y después de la muerte. Los admiradores del general lo deificaban ¡y eran dos tercios de la población! Pero el tercio restante lo odiaba. Así nos explica Parton en el Prefacio al primer tomo de su obra (p. viii).

En 1845, el comodoro Jesse D. Elliott acababa de regresar a bordo de su navío, el U.S.S. Constitution, luego de un recorrido por el Mediterráneo. Traía a bordo doce columnas romanas, una momia egipcia y un sarcófago. (Liga 2.) Elliott reportó que compró el sarcófago en Beirut y que estaba relacionado con el emperador romano Alejandro Severo, asesinado en el año 235. Parton registró en su tercer tomo (capítulo 48 “El general Jackson anexa Texas”) que Elliott le ofreció a Old Hickory el sarcófago de mármol con estos votos: “Ruego, general, que siga Usted viviendo bajo el temor de nuestro Dios. También deseo para Usted la muerte de un soldado romano. El ataúd de un emperador le espera” (p. III:666).

El viejo general-presidente declinó la oferta en una carta señalando que ningún buen republicano aceptaría las suntuosas apariencias de la monarquía. Aclaró que los monumentos para héroes y estadistas de una República debían reflejar la sencillez de los ciudadanos “quienes son los soberanos de nuestra gloriosa Unión … La verdadera virtud sólo puede florecer con el Pueblo –en la gran masa trabajadora y productiva que es el hueso y tendón de nuestra confederación” (pp. III: 666-667) ¡Un héroe popular y democrático! –aplaudirían los dos tercios de admiradores. ¿Y los muebles imperio de su casa? ¡Andrew Jackson es un hipócrita! –respondería el tercio que le odiaba.

En el prefacio al primer tomo, Parton anunciaba su opinión: “He llegado a comprender que Andrew Jackson fue un patriota y un traidor. Un gran general pero completamente ignorante del arte de la guerra. Un escritor brillante, elegante, elocuente pero incapaz de escribir correctamente una oración ó deletrear palabras de cuatro sílabas. Primero entre los estadistas pero nunca diseñó una política. El más sincero de los hombres pero capaz de los engaños más enrevesados. El ciudadano más respetuoso de la ley pero el que más la desafiaba. Rigorista de la disciplina pero nunca dudó en desobedecer a sus superiores. Un democrático aristócrata. Un salvaje urbano. Un santo atroz” (p. I: vii).

La virtud de Parton fue retratar las contradicciones de su biografiado y señalar a sus lectores que la Opinión Pública había pasado juicio a favor del héroe-villano. En el último capítulo del tercer tomo (“Conclusiones”) señala que más allá de las opiniones encontradas que generó, “debía reconocerse su invencible popularidad”, sugiriendo que “lo que admiramos amorosamente es lo que todos somos, en cierto grado”. Jackson era un fiel representante de las y los estadounidenses de su tiempo –un resumen de sus contradicciones (p. III:685).

Casi un siglo (91 años) después de muerto Old Hickory, en 1936, el director Clarence Brown (1890-1987) decidió llevarlo a la pantalla pero, contrario a DeMille, Brown no escogió el momento cumbre del héroe que salvó a la República de la reconquista británica; sino una trifulca de alta sociedad que casi destruyó la primera Administración Jackson entre 1829 y 1831. El affaire quedó registrado en la Historia como el Petticoat Affair (el “Caso de las Enaguas”).

Las mujeres de los secretarios del primer gobierno de Jackson boicotearon socialmente a Margaret (Peggy), la mujer del secretario de la Guerra John Eaton. Según ellas, Peggy no cumplía los estándares morales de una “Dama del Gabinete”. Para que imagines de qué se trataba el escándalo, lectora, el título de la película fue The Gorgeous Hussy, que podemos traducir como La Hermosa Desvergonzada, pero que se distribuyó en el mundo de habla Castellana como La Divina Coqueta ó La Bella Libertina. La puedes ver completa en una buena versión en Inglés sin subtítulos en Odnoklassniki.ru (Liga 3).

La película de Brown se inspiró en una novela de 1934 (con el mismo título), escrita por Samuel Hopkins Adams (1871-1958). Este Adams era un periodista muckracker –es decir, de los que escarban en el lodo para descubrir corruptelas. Hizo su fama denunciando las pobres condiciones de la salud pública en los EUA. En 1905 atacó los fraudes de la medicina de patente –lo que llevó a una Ley federal en 1906 (la Pure Food and Drug Act). En 1911, la Suprema Corte estadounidense echó atrás los avances señalando que las prohibiciones de la nueva ley sólo aplicaban a los ingredientes de las medicinas. (Ya ves que el nuestro no es el único Alto Tribunal que se vende a las grandes compañías, lectora.) Protegidas por los ministros, las farmacéuticas volvieron a publicitar sus productos con mentiras. Adams volvió a la carga, ahora denunciando las ligas entre farmacéuticas, publicidad y periódicos.

Aparte de su trabajo como periodista de denuncia, Adams el muckracker publicó bajo el seudónimo “Warner Fabian” novelas que analizaban temas sexuales y el modo de vida de las mujeres flapper –atrevidas, impetuosas, provocadoras é inmaduras. Me parece que este interés suyo en las mujeres que rompían cánones fue lo que lo llevó al Escándalo de las Enaguas. Al inicio de la novelita, en una “Carta al Lector Meticuloso”, Adams explicó a quienes leerían The Gorgeous Hussy que no se trataba de un libro de Historia –pero que como novelista él debía ser leal a la integridad de sus personajes dramáticos. Por lo mismo, ejemplificó, su Andrew Jackson no podía ser un biddable-namby-pamby (un “dócil-bobo-emocional”)… y su Peggy Eaton tampoco podía ser una mujer “casta como una virgen”. (Puedes consultar ese prefacio en la Liga 4.)

Margaret (Peggy) era la hija mayor de William O’Neill, el dueño de la Franklin House –un hotel y taberna en Washington, D.C. –ubicada muy cerca de la Casa Blanca. El negocio de los O’Neill era un hervidero de políticos y militares en las primeras décadas del siglo XIX. Peggy, nacida en 1799, era muy instruida pero desde la adolescencia fue señalada como una mujer “demasiado independiente”. En 1816, de 17 años, Peggy se casó con un hombre 22 años mayor que ella: John B. Timberlake –quien tenía fama de borracho y mal deudor. El oficio de Timberlake era ser contador (purser) en barcos de la Marina estadounidense. Tanto los O’Neill como Timberlake conocieron en ese tiempo a un joven Senador tenneseño, John Eaton (parte del grupo político del general Jackson).

La amistad de Eaton con los Timberlake-O’Neill le llevó a proponer en el Senado el pago de las deudas de John. (Las legislaturas de esos tiempos autorizaban muchos asuntos que hoy son privados, como divorcios y reconocimiento de deudas.) La iniciativa falló, pero el senador Eaton logró colocar a John B. Timberlake en un puesto lucrativo en el Escuadrón del Mediterráneo. Esto encendió las alarmas de las viejas beatas de Washington. ¿Quería Eaton alejar al marido de la bella Peggy? En 1828, Timberlake murió en alta mar. La comidilla se volvió feroz a las orillas del Potomac.

Andrew Jackson fue electo presidente precisamente en ese 1828. En el invierno de ese año, antes de la toma de posesión, murió su mujer, Rachel Donelson. Todos asumían que el estrés de la campaña provocó el infarto que la mató. Los enemigos de Jackson habían hecho una horrible campaña negra contra los Jackson acusándolos de “adúlteros” porque se habían casado antes que la legislatura de Kentucky hubiese autorizado el divorcio de Rachel con su primer marido. Old Hickory nunca olvidó los ataques de sus adversarios electorales contra su amada mujer: “—Ojalá Dios todopoderoso los perdone, como sé que ella lo hizo. Yo nunca los perdonaré”. El general tomó protesta como presidente ya viudo. Su rencor sólo aumentó cuando sus adversarios empezaron a atacarlo por sus políticas a favor del Pueblo.

Jackson conocía a los O’Neill y, por supuesto, al senador tenneseño Eaton. Fue el presidente electo quien recomendó que Eaton se casara con la viuda Peggy. Como “apenas” habían pasado nueve meses de la muerte de Timberlake, la sociedad washingtoniana estalló.

El problema era más profundo. La élite de la república estadounidense era terriblemente conservadora. Para esa gente era un agravio la llegada de Jackson al poder, montado en los votos de granjeros salvajes y borrachos. Jackson lo sabía. Y por lo mismo, retó a los fifís a través de la boda Eaton-O’Neill. Acto seguido, las mujeres de casi todo el gabinete le rehusaron la palabra y cualquier tipo de invitación al secretario de la Guerra y a Peggy. El presidente viudo defendió hasta el final a la pareja. Terminó despidiendo a todo su gabinete. (Una crisis ministerial que no se ha repetido en EUA desde entonces.)

El historiador John S. Marszalek escribió en 2000 un libro titulado The Petticoat Affair: Manners, Mutiny, and Sex in Andrew Jackson’s White House (El Caso de las Enaguas: Buenos modos, motín y sexo en la Casa Blanca de Andrew Jackson, publicado por la editorial de la Universidad Estatal de Luisiana). Marszalek nos dice que “aceptar a esta tosca, impura, abierta mujer de mundo significaba derruir virtud y moralidad. La sociedad quedaría expuesta a las temibles fuerzas del cambio. Margaret Eaton no era en sí misma importante; la amenaza era lo que ella representaba”.

La novela de Adams y la película de Brown no siguen con exactitud el escándalo histórico –pero sí nos muestran a Old Hickory defendiendo a la mujer independiente que la sociedad elitista rechaza. Peggy es interpretada por una impresionante Joan Crawford, a quien no se le identifica con “papeles de época”. De hecho, un crítico youtubero (“Ian Patrick Classic Reviews”) asegura que The Gorgeous Hussy es la única película de época de la Crawford. (Liga 5.) Ian Patrick no entiende por qué la película desperdicia las buenas historias de amor de Peggy/Crawford y se encierra en la política de la Era Jackson. Es probable que este crítico desconozca la línea novelística de Adams y su interés por las mujeres que rompían las costumbres establecidas. En esto, la sección de la película que retrata el rechazo de la élite washingtoniana a Peggy es explícita. La sociedad conservadora se oponía a Jackson en todo y este respondía apoyando cualquier tipo de rebeldía. Y, precisamente por eso la Crawford es perfecta para el papel. Es la mujer potente, orgullosa que apoya al presidente que golpea a las y los hipócritas. Y en este punto el director Brown casi eleva a Old Hickory a los altares.

Con estas pistas, nosotros podemos apreciar mejor The Gorgeous Hussy… pero ¿eso hace a Andrew Jackson un hombre progresista que defiende los derechos de las mujeres? No. Por supuesto que no. Recuerda, querida lectora, que el gran populista de los EUA decimonónicos nunca dejó de ser un esclavista represor de indígenas y apoyo seguro de los filibusteros texanos del primer imperialismo yanqui. Pero la película sí nos muestra la sensibilidad de la sociedad estadounidense de los 1930s, que en la Era del New Deal sí le interesaba cualquier signo de rebeldía contra el patriarcado angloamericano –aunque fuera muy superficial.

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