Federico Anaya Gallardo
Te preguntarás, lectora, por qué me he detenido tanto en la manera en que el cinematógrafo estadounidense ha tratado la figura de Andrew Jackson (1767-1845), séptimo presidente de los EUA (1828-1836). Cuando empecé esta serie de kino-reseñas, te comenté que el general Jackson (quien siempre prefirió esa denominación y no la de “presidente”) se había encontrado con nuestro general Santa Anna cuando este llegó encadenado a Washington DC luego de su miserable derrota en San Jacinto. El vencedor de este último combate fue Sam Houston –quien fue lugarteniente y protegido de Jackson cuando éste comandaba la Guardia Nacional tenneseña. En otras palabras, Jackson es relevante para la Historia mexicana. Por otra parte, el contraste entre su personalidad y la de nuestro Quince Uñas puede resultar útil en estos días en que las y los mexicanos estamos rediscutiendo identidad é historia nacionales.
Empiezo esta kino-reseña mostrándote dos estampas. A primera vista, se parecen mucho. Si pasas rápidamente los ojos por ellas bien las podrías confundir. Ambas serían material para un juego de “Encuentra las Diferencias” en una revista ligera. Las dos nos muestran un militar de alto rango (por la pechera llena de entorchados) saludando con su bicornio en la mano derecha, mientras con la izquierda sostiene firme las riendas de su bello corcel. Ambas traen una leyenda al pie.
La primera dice: “Gen: Andrew Jackson. The Hero of New Orleans.” Fue creada por el litógrafo Nathaniel Currier y es el ítem 1975.100 de la Historic New Orleans Collection. Circuló masivamente entre 1828 y 1856 en los EUA. Esta organización la publicó (Liga 1) como parte de una nota que analiza de dónde se inspiró el escultor Clark Mills (1810-1883) para fundir en 1853 el primer bronce ecuestre estadounidense –que se colocó en la plaza Lafayette de Washington DC (primera fundición) y en la plaza Jackson de Nueva Orleans (segunda fundición). El escultor nunca conoció a Jackson, así que se basó en las muchas representaciones que circulaban del general.
La segunda dice: “Honor de su Patria” y fue impresa cerca de la iglesia de la Profesa en la Calle de San Francisco, en la ciudad de México. Podemos asumir que se imprimió y circuló antes de 1854 –cuando la Revolución de Ayutla derrocó finalmente al Dictador Resplandeciente. Se trata de una de las representaciones más conocidas de Santa Anna.
El parecido entre las dos imágenes hizo volar mi imaginación. Te recuerdo, lectora, que en 1836 (16 de Noviembre) Sam Houston mandó a su prisionero Santa Anna a Washington DC luego de capturarlo en San Jacinto (21 de Abril). El viaje fue por tierra, atravesando el grandioso valle del Mississippi y remontando los Apalaches para bajar a la costa atlántica. Nota, sin embargo, que entre la captura del general-presidente mexicano y el viaje pasaron siete largos meses.
Acompañaron al general derrotado Juan Nepomuceno Almonte (sí, lectora, el hijo del Gran Morelos) quien le servía de intérprete y testigo (a veces molesto, a veces útil). Houston encargó la seguridad de los prisioneros a tres jefes angloamericanos: George W. Hockley (coronel proveniente de Tennessee), Bernard E. Bee (coronel originario de Carolina del Sur) y William H. Patton (mayor tenneseño). Este último había estado a cargo de vigilar a Santa Anna durante su cautiverio en Texas –y había sido quien investigó y castigó un intento de fuga en Agosto de 1836.
Nuestro “dictador resplandeciente” había tratado de escapar estando en el pueblito de Orozimbo (80 Km al sur del actual Houston). La anécdota nos la cuenta Ramón Martínez Caro, quien le acompañó a Texas como secretario y quien compartió su cautiverio hasta Septiembre de 1836. La versión del secretario, publicada al año siguiente en México, se tituló Verdadera idea de la primera campaña de Tejas y sucesos ocurridos después de la acción de San Jacinto. La puedes leer en línea gracias a la Universidad Autónoma de Nuevo León en la Liga 2. En 1927, nuestro Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía publicó una aguda reseña de Carlos Eduardo Castañeda sobre la relación entre ambos personajes: “Santa Anna visto por su secretario: relato fiel de la campaña de Texas, en la que se le presenta como héroe de pega, armando camorra por los botones de su camisa.” (Liga 3.)
El fracaso de la fuga provocó que el general-presidente y Almonte fuesen encadenados a una gran bala de cañón. Leer a Martínez Caro es útil no sólo porque retrata la irresponsable superficialidad de Santa Anna, sino porque describe el carácter feroz de Patton –quien era capitán durante los siete meses de cautiverio en Texas. Al parecer, lo ascendieron a mayor para el viaje a DC. Su presencia en el grupo indica que los mexicanos iban prisioneros –y no por su propia voluntad, como luego trató de explicarnos nuestro general.
Martínez Caro también nos ayuda a entender el impacto de las nuevas tecnologías en el desarrollo en la cuenca del Mississippi. El secretario nos dice: “en aquél Río [el Brazos] hay siempre lo ménos dos buques de vapor en continuo movimiento y contacto entre las poblaciones situadas á sus márgenes” (pp.66-67). Los colonos angloamericanos de Texas habían llevado consigo los nuevos estilos de trabajo, comercio y transporte de su sociedad. Y esto habría de verlo Santa Anna en su forzada visita a los EUA en aquél invierno de 1836-1837.
Los cautivos fueron llevados por tierra desde el área del moderno Houston a la frontera del Río Sabina y entraron a la Luisiana estadounidense –siguiendo, probablemente, la ruta entre los modernos Nacogdches (Texas), Natchitoches (Luisiana) y Natchez (Luisiana). En esta última población abordaron el vapor Tennessee para remontar el Mississippi. Esta ruta tenía sentido porque ir a Nueva Orleans por mar, aunque más rápido, ofrecía una nueva oportunidad para que Santa Anna escapara.
Enrique Serna, en su novela El Seductor de la Patria (Seix Barral, 2000) nos describe el asombro del general prisionero por el país que atravesaba el Tennessee: “…esta gente progresa, como lo haría el demonio si empleara su perfidia en construir fábricas y telares. No se ve por ninguna parte un campo sin cultivar … los granjeros americanos trabajan como hormigas” (p.252).
En 1971, Randall M. Miller reconstruyó para la East Texas Historical Journal de Nacogdoches la ruta de los prisioneros (Liga 4). El Tennessee remontó el Mississippi y luego el Ohio por veinte días, hasta que los témpanos de hielo en este último río obligaron a desembarcar a 80 kilómetros al sur de Louisville, Kentucky. La escolta continuó por tierra a Lexington –adonde Santa Anna llegó muy enfermo. Pasaron unos días en el Brennan’s Hotel y el general fue atendido por un médico local, de apellido Dudley. Esa región era profundamente anti-mexicana. De Lexington había salido, apenas un año antes (Noviembre de 1835) un comando de 54 milicianos kentuckianos bajo las órdenes del capitán B.H. Duval quienes se unieron al contingente de James W. Fannin en la guerra texana. Muchos de ellos fueron masacrados por órdenes de Santa Anna en Goliad, a orillas del Río San Antonio. (En esto, sigo un artículo de Willard R. Jillson, quien en 1925 revisó los aportes kentuckianos a la lucha texana, Liga 5, pp. 182-183.)
Santa Anna y sus escoltas avanzaron por tierra al norte, hasta la población virginiana de Wheeling (hoy en Virginia del Oeste) y finalmente llegaron a Pittsburgh, Pennsylvania. Sabemos, por el testimonio de un viajero británico llamado Charles Murray, que en esa época los trayectos por tierra eran muy pesados. Por eso era que los gobiernos estaduales habían invertido en canales y ferrocarriles adonde no había grandes ríos como el Ohio y el Mississippi. Que la ruta de los prisioneros mexicanos hacia el Este los llevara a Pittsburgh se explica porque esa ciudad era el término del Pennsylvania Canal System y del Allengheny Portage Railroad creados por orden de la legislatura pensilvania a partir de 1826. Murray usó esa ruta en sentido contrario (rumbo al Oeste) en la primavera de 1835. Lo que más nos interesa a nosotros es que los botes de canal y los pequeños ferrocarriles pensilvanios eran utilizados por todas las clases sociales. Murray refiere haber conversado largamente con un famoso reportero del National Intelligencer, uno de los diarios más famosos de la capital federal estadounidense.(Puedes consultar las notas de viaje de Murray gracias a la Biblioteca del Congreso de EUA en la Liga 6.)
Serna hace decir a Santa Anna, sobre el ferrocarril: “me horroriza la velocidad de este diabólico invento. … La angustia me impide leer los viejos periódicos mexicanos que Almonte consiguió en Louisville. En cambio, los pasajeros yanquis duermen a pierna suelta… para ellos el futuro ya es una costumbre” (p.253).
Las nuevas tecnologías incluían cosas más humildes en apariencia, pero más poderosas. Ocho años antes de la travesía de Santa Anna prisionero, en 1828, Andrew Jackson compitió por segunda ocasión en contra de los políticos fifís de la Costa Este. Entre 1824 y 1828, como parte del movimiento popular jacksoniano, la mayor parte de los Estados de la Unión habían aprobado el voto universal de todos los varones blancos. (En México eso ocurrió hasta 1857.) Para llevar su mensaje a los nuevos electores, los jacksonianos usaron, entre otras innovaciones, la litografía popularizada a pricipios de esa década por Godefroy Engelmann en Francia. Todos los pueblitos de EUA se vieron inundados con la imagen de El Héroe de Nueva Orleans. (Liga 7, minuto 50:00 & ss.) En aquél invierno de 1836-1837, Jackson se preparaba para retirarse –luego de que su partido (el Demócrata) impusiera a Martin van Buren como su sucesor. El general tenneseño seguía siendo el centro del sistema político.
Puedo imaginar a Santa Anna lleno de envidia ante la popularidad del presidente estadounidense. El mexicano fue recibido en dos ocasiones por Jackson, probablemente en la semana del 23 al 29 de Enero de 1837. Pese a estar en los últimos días de su último mandato, Jackson dictaba la política internacional. El 19 de Enero había mandado al Senado la carta que Santa Anna le envió solicitando la entrevista (Julio 1836) y la suya aceptando recibirle (Septiembre 1836), pidiendo a la cámara alta que discutiese la cuestión texana. En 1859, el primer biógrafo del tenneseño, James Parton, tituló uno de los últimos capítulos como “El general Jackson anexa Texas” –puesto que esta decisión, tomada en 1845, siguió las líneas trazadas por él (Jackson) desde 1836.
¿Qué trajo a México Antonio López de Santa Anna? ¿Una propuesta para ampliar la democracia, aunque fuera à-la-Jackson? No. ¿Un proyecto para repartir tierras a pequeños productores? No. ¿Una propuesta para tender ferrocarriles? No. Por lo que se ve, sólo se trajo una copia de las estampitas del general Jackson, saludando con su bicornio desde un hermoso corcel. Llegando le mandó poner su rostro y a nosotros, trató de vernos la cara.
Ligas usadas en este texto:
Liga 1:
Liga 2:
http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080012397/1080012397.html
Liga 3:
https://revistas.inah.gob.mx/index.php/anales/article/view/6963
Liga 4:
https://scholarworks.sfasu.edu/ethj/vol9/iss1/7
Liga 5:
https://www.jstor.org/stable/23369654
Liga 6:
https://www.loc.gov/resource/lhbtn.0373a/
Liga 7: