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Opinión

Ver para pensar: Génesis de La Sombra del Caudillo de Bracho

Federico Anaya Gallardo

Vivir, ésa sería una verdadera aventura… dijo Peter Pan cuando dejó a Wendy y a sus hermanos de regreso con sus padres, Mr. y Ms. Darling. En algún momento de la aventura neozapatista en Chiapas, a finales de los 1990s, Carlos Fuentes le decía a Gabriel García Márquez que la realidad mexicana había superado por mucho al realismo mágico de la literatura de Nuestra América. Hoy quiero empezar contarte, querida lectora, de una película fascinante que evoca todo esto, pero que por sobre todo, nos abre la mente para corroborar la primacía de la vida real por sobre la fantasía.

Una de las historias más conocidas de la censura en México es cómo permaneció enlatada, sin exhibirse, la adaptación cinematográfica (1960) de Julio Bracho (1909-1978) de la novela La Sombra del Caudillo (1929) de Martín Luis Guzmán (1887-1976). La censura contra la película duró tres décadas, de 1960 hasta el año 1990 –cuando se estrenó, y con una mala copia, en la sala Gabriel Figueroa de la Cineteca Nacional. El acto era parte de la supuesta apertura política bajo la Administración Salinas de Gortari. Una copia restaurada puede verse en YouTube, gracias a @MILLIONDOLLARCINEMASTUDIO. (Liga 1.)

Esta historia tiene varios estratos legendarios. El primero nos dice que la película de Bracho heredó de la novela de Guzmán la persecución política. Efectivamente, la novela vio la luz en 1929 en Madrid –adonde el escritor vivía exilado. De hecho, era su segundo exilio y esa novela era su segundo libro. Su novela autobiográfica El águila y la serpiente –publicada un año antes de La Sombra del Caudillo, en 1928– relata su participación en la Revolución. Entonces, Guzmán se alineó con la Convención de Aguascalientes en contra de Carranza y Obregón.

En El águila y la serpiente impresionan sus estampas de los personajes. A mí me sigue fascinando el retrato que hizo de Álvaro Obregón que incluyó en el capítulo 4 (“Orígenes de Caudillo”). Te comparto parte del mismo, lectora. Guzmán conoció a Obregón “a la luz del foco de una esquina” en Hermosillo –adonde el general acababa de llegar luego de triunfar en una batalla:

“De sus ojos —de reflejos dorados, evocadores del gato— brotaba una sonrisa continua, que le invadía el rostro. Tenía una manera personalísima de mirar al sesgo… No tenía ningún aspecto militar. El uniforme blanco, con botones de cobre, le resaltaba en el cuerpo como todo lo que está fuera de su sitio. La gorra, también blanca y de águila bordada en oro sobre tejuelo negro, no le iba bien, ni por la colocación ni por las dimensiones… Se echaba de ver que afectaba desaliño, y que lo afectaba como si eso fuese parte de sus méritos de campaña.”

La idea de afectación es que Obregón fingía. Guzmán completa su descripción así:

“A mí, desde ese primer momento de nuestro trato, me pareció un hombre que se sentía seguro de su inmenso valer, pero que aparentaba no tomarse en serio. Y esta simulación dominante, como que normaba cada uno de los episodios de su conducta: Obregón no vivía sobre la tierra de las sinceridades cotidianas, sino sobre un tablado; no era un hombre en funciones, sino un actor. Sus ideas, sus creencias, sus sentimientos, eran como los del mundo del teatro, para brillar frente a un público: carecían de toda raíz, de toda realidad interior. Era, en el sentido directo de la palabra, un farsante.”

Tremendo, ¿verdad? Recordemos que Guzmán escribe desde su segundo exilio. En el primero (1915) debió abandonar el país ante el triunfo de los carrancistas –logrado por los triunfos del farsante que acaba de describirnos. Lo que Guzmán no nos explica muy claramente es que él regresó de ese exilio gracias a la Rebelión de Agua Prieta (1920), en la que Obregón y los sonorenses derrocaron a Carranza. Supongo que en esos días Guzmán no decía que Obregón era un farsante. De hecho, en 1922 Guzmán fue electo diputado por el 6to. distrito en el DF (hoy Ciudad de México, mañana Anáhuac).

En ese tiempo, los periodos presidenciales duraban sólo cuatro años y las diputaciones dos años. En 1924 se jugaría de nuevo la Presidencia y el grupo sonorense que apoyaba a Obregón se dividió. Por una parte, el secretario de Hacienda (Adolfo de la Huerta) y por la otra, el secretario de Gobernación (Plutarco Elías Calles). Al primero lo apoyaba el Partido Nacional Cooperativista –dirigido por Jorge Prieto Laurens. Al segundo, los agraristas y obreros. De la Huerta optó por levantarse en armas. Siete de cada diez generales con mando de tropa lo apoyaron. Los cooperativistas en el Congreso de la Unión hicieron campaña como quinta columna en la capital federal. En Yucatán, los rebeldes asesinaron al gobernador Felipe Carrillo Puerto junto con sus principales colaboradores. Morelia cayó en manos rebeldes. El ferrocarril entre Torreón y Saltillo era controlado por los levantados.

El mismo presidente Obregón salió a la campaña militar. Él y el general Joaquín Amaro, derrotaron a los rebeldes luego de muchas batallas terriblemente sangrientas. Una de las causas de la subsiguiente disciplina del Ejército Mexicano es que en 1924 la mayoría de sus líderes políticos fueron ejecutados. El diputado Guzmán había apoyado a De la Huerta y salió nuevamente al exilio –adonde rumió su rencor contra Obregón y Calles –quien, por supuesto, ganó la elección de 1924.

La primera parte de La Sombra del Caudillo recupera la oposición entre dos secretarios de Estado que buscan la Presidencia y la bendición del presidente, a quien el novelista llama “El Caudillo” (Obregón). El personaje que representa a Calles como secretario de Gobernación es Hilario Jiménez. Pero en la novela su oponente no es el secretario de Hacienda, sino el de Guerra y Marina, al que Guzmán llama Ignacio Aguirre.

Es probable que Guzmán soñara con regresar a México a la caída de los sonorenses. Pero al final del cuatrienio de Calles, el Caudillo había logrado reformar la Constitución para que se autorizara su reelección. Esta movida produjo dos insurrecciones militares en 1927. Arnulfo R. Gómez se levantó en Veracruz. Francisco Serrano (quien había sido el secretario de Guerra y Marina de Obregón), se levantó en Morelos. Ambos habían intentado un golpe de Estado en la capital federal. Serrano fue capturado en Cuernavaca y a medio camino de su traslado a la ciudad de México él y otros conspiradores fueron sumariamente ejecutados en la moderna carretera callista. Gómez fue fusilado en Coatepec, Veracruz. Luego, Obregón ganó sin oposición la elección de 1928.

Pero, última broma de la Fortuna a su favorito, el Caudillo fue asesinado siendo presidente electo. El país –que podría haberse desbarrancado en el caos– celebró elecciones extraordinarias en 1929, en las que se enfrentaron el mesiánico José Vasconcelos contra Ortiz Rubio –el primer candidato de lo que más tarde se llamaría PRI.

La sangrienta anécdota de 1927 inspira la segunda parte de La Sombra del Caudillo. Guzmán cambia un poco la escena, pero no demasiado. Su Ignacio Aguirre es Francisco Serrano. Aguirre se levanta en el Estado de México y es ejecutado junto con sus acompañantes, en la carretera México-Toluca.

Julio Bracho vivía en el Distrito Federal cuando la Rebelión Delahuertista de 1924. Tenía quince años. Cumplió 18 cuando Serrano fue ejecutado en la carretera a Cuernavaca en 1927. Ese mismo año murió su padre y junto con su primera pareja, Isabel Corona, se dedicó al teatro –primero en Bellas Artes y luego en la Escuela Nocturna de Arte para Obreros. Como la hermana de Bracho (Andrea Palma) actuaba en cine, el joven director de teatro se fue socializando en el nuevo medio.

La Sombra del Caudillo había llegado con dificultad a México, pero para 1934, con la candidatura presidencial de Lázaro Cárdenas, algunos exiliados empezaron a regresar. Guzmán estaba entre ellos. Al parecer, Julio Bracho consiguió los derechos para llevar la novela a la pantalla de plata desde ese tiempo –pero el proyecto se realizaría un cuarto de siglo más tarde.

De acuerdo su biógrafo, Jesús Ibarra, en aquéllos 25 años, el cineasta dejó varios filmes magníficos en proyecto. En 1951 adaptó El puente en la selva de Bruno Traven. El guion lo escribió Bracho acompañado de un misterioso enviado del novelista –quien probablemente fuese el propio Traven. Actuarían Humphrey Bogart y María Elena Márquez. El trabajo no llevó a nada. Dos décadas más tarde, en los 1970s, esa película sería dirigida por Pancho Kohner con John Huston y Katy Jurado. (Ibarra, Los Bracho: Tres generaciones de cine mexicano, 2006: p.137).

En 1956, Bracho soñó con adaptar otra novela de Traven, El Barco de la muerte. Otra vez, quedó en nada. En ese mismo año, Bracho propuso llevar a la pantalla Juan Pérez Jolote la novela antropológica de Ricardo Pozas sobre los chamulas de Los Altos de Chiapas. Este proyecto lo filmaría un amigo del director, Archivaldo Burns, en 1973. (Ibarra, p. 150).

El contexto que te cuento, querida lectora, te muestra el inmenso potencial que tenía una adaptación de Bracho a partir de La Sombra del Caudillo de Guzmán. Estamos ante un cineasta que no sólo se había interesado por hacer llegar la historia nacional al gran público (de él es ¡Ay qué tiempos, señor don Simón! de 1941) sino que trabajó serio para adaptar cinematográficamente a uno de los escritores icónicos del medio siglo mexicano, Bruno Traven. La versión de Bracho de Canasta de Cuentos Mexicanos de Traven, data de 1955.

Ibarra nos dice que a finales de 1959 Bracho declaró en una entrevista para la revista Cine Mundial que “con los mejores elementos técnicos y artísticos y montado en el ‘caballo de hacienda’ que es La Sombra del Caudillo (la mejor novela que se ha escrito en México en los últimos cien años), realizaré la mejor película que se haya hecho en el cine mexicano … La Revolución Mexicana ha llegado, afortunadamente, a un grado de madurez que puede hacer su autocrítica” (p. 156).

Las ilusiones de Bracho eran exageradas. El régimen postrevolucionario estaba a punto de cometer peores masacres que las perpetradas por el obregonismo. Pero la hipocresía y la perversión resultaron mucho más graves de lo que Bracho podría haber imaginado.

Seguiré con esta historia la semana que viene.

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