El consumo humano de plaguicidas industriales, a través de alimentos no regulados, representa un riesgo grave para la salud, mientras las autoridades se mantienen pasivas y omisas ante este este problema, advirtió el doctor Fernando Bejarano González, director de la Red de Acción sobre Plaguicidas y sus Alternativas en México (RAPAM) A.C.
Como parte de la conferencia magistral que el especialista impartió, en el marco de la 10ª Semana y 12º aniversario de la Coordinación para la Innovación y Aplicación de la Ciencia y la Tecnología (CIACyT) de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí (UASLP), detalló que los plaguicidas de la industria química, están vinculados a un modelo de agricultura dependiente de insumos externos, basado principalmente en monocultivos, el cual surgió después de la Segunda Guerra Mundial, cuando la influencia de Estados Unidos dirigió la política de ciencia y tecnología en México.
Este enfoque genera desequilibrios ecológicos que en el pasado habían sido mitigados por la diversidad en los sistemas agrícolas tradicionales, lo que llevó al uso de productos químicos para subsanar los problemas emergentes, como la pérdida de fertilidad del suelo y los desequilibrios ecológicos, utilizando fertilizantes y venenos desarrollados por la ciencia química, lo que ha provocado graves problemas de contaminación y daños a la salud.
Al comparar los plaguicidas autorizados en México con los altamente peligrosos, el doctor Bejarano González destacó que estos últimos tienen la capacidad de causar la muerte a corto plazo y de generar efectos crónicos en la salud, como cáncer, problemas reproductivos y alteraciones hormonales, y en el medio ambiente, como toxicidad para abejas y organismos acuáticos. Destacó que muchos de estos químicos están prohibidos en otros países o señalados en convenios ambientales internacionales.
Resaltó que la comunidad internacional reconoce la necesidad de políticas que reduzcan el uso de pesticidas y, si es posible, que se prohíban, pues existen alternativas sostenibles, como adoptar un enfoque agroecológico para enfrentar el problema de las plagas y las enfermedades en los cultivos; la interacción de diversos factores, como la fertilidad del suelo, la sanidad de las plantas, la diversidad biológica y el papel de los insectos benéficos, entre otros. Señaló que es urgente cambiar la mentalidad que sólo busca sustituir un químico por otro.
El experto insistió en que deben establecerse políticas de Estado que ataquen las raíces del problema y no se limite a tomar medidas superficiales. Advirtió que la percepción de inocuidad es ilusoria, ya que no existe un sistema de monitoreo transparente y público, que permita conocer de manera sistemática qué plaguicidas se usan, dónde y en qué cantidades.
A pesar de los esfuerzos para apoyar a pequeños agricultores y promover una estrategia agroecológica acompañada de asistencia técnica, aún falta mucho por hacer para que esta política se profundice y se aplique a una mayor escala de producción.
El director de RAPAM señaló que es crucial que los agricultores comprendan que depender de las innovaciones científicas y tecnológicas ofrecidas por empresas transnacionales es una trampa, pues estas compañías sólo buscan maximizar sus ganancias sin preocuparse por el bienestar a largo plazo de los agricultores, del ambiente o de los consumidores. Los mismos productores, que muchas veces trabajan con este tipo de pesticidas, están expuestos a las mismas sustancias tóxicas, advirtió.
Por último, señaló, la situación actual es absurda, ya que los productos agrícolas que aseguran no utilizar agrotóxicos tienen precios elevados, mientras que aquellos que utilizan plaguicidas peligrosos se venden a precios más bajos.