Federico Anaya Gallardo
Ya habrás notado, querida lectora, mi fascinación con la época en que ocurrieron los hechos relatados en la novela y el filme La Sombra del Caudillo. El día de hoy quiero relatarte algunos hechos que demuestran aquello de que la realidad siempre supera a la ficción –pero que bien podrían inspirar narraciones cinematográficas interesantes. Empecemos como inicia la novela de Martín Luis Guzmán: “El Cadillac del general Ignacio Aguirre cruzó los rieles de la calzada de Chapultepec y vino a parar, haciendo rápido esguince, a corta distancia del apeadero de ‘Insurgentes’.” (Liga 1.)
El Cadillac del general Aguirre nos remite a la Era de la Prohibición. Como ya te he contado, la vida en el México postrevolucionario era tan azarosa y violenta como la de los gánsteres estadounidenses. (Agrego la imagen de un Cadillac 1927, para clarificar la ambientación.) La novela de Guzmán, sin embargo, se escribió desde lejos y para lectores clasemedieros y asustadizos. Aún en todo su horror, no refleja exactamente la violencia de la vida en la capital federal mexicana de aquéllos años. La versión de Bracho, filmada en la urbe administrada por Uruchurtu, es aún más austera con la violencia…
Sin embargo, hay otra narración de la crisis que llevó a la Masacre de Huitzilac, escrita por un testigo presencial de los hechos –y que fue el único superviviente del grupo que acompañó al general Francisco Serrano a Cuernavaca. Se trata de Francisco Javier Santamaría (1886-1963), quien en los tiempos que nos interesa (1920-1927) era reportero en la ciudad de México. Veinte años más tarde sería gobernador Tabasco (1947-1953) y un reconocido escritor –autor de un Diccionario de Americanismos (1942) y de un Diccionario de Mejicanismos (1959).
El libro de Santamaría del que hoy quiero contarte, lectora, se titula La tragedia de Cuernavaca en 1927 y mi escapatoria célebre y se publicó en 1939 –cuando el general Cárdenas había expulsado a Calles y consolidado un régimen social mucho más incluyente que el desarrollado por los sonorenses. El Estado cardenista tenía una política de masas más consolidada y profunda, que obligaba a los actores políticos personalistas a disciplinarse en una coalición ideológica más compleja. El recuento de Santamaría sobre la represión sonorense contra la rebelión del general Serrano (el Aguirre de La Sombra del Caudillo) ya podía leerse sin perturbar a nadie. Desde 1928, Obregón estaba muerto. Desde 1935, Calles estaba exilado.
Yo conocí el texto gracias a una edición de 1978, publicada por la Editorial Independencia de Villahermosa, Tabasco, como primer volumen de una colección de textos históricos. Trae un breve prólogo (p.9) firmado por Eduardo Estañol Vidal y Roberto Matus Cortés el 16 de Noviembre de 1978 –poco antes de que los sexenios del presidente José López Portillo (1920-2004) y del gobernador tabasqueño Leandro Rovirosa Wade (1918-2014) cumpliesen dos años. Esta edición ocurrió en los tiempos de la Reforma Política federal que inició la larguísima transición mexicana a la Democracia y cuando en Tabasco Rovirosa experimentaba con jóvenes en las agencias que atendían a la población en territorio, como Andrés Manuel López Obrador (entonces de 25 años) ó Luz Rosales Esteva (entonces de 20 años). La Guerra Sucia había acabado y la amnistía que permitiría a los jóvenes guerrilleros incorporarse a la vía electoral estaba en marcha.
Estañol y Matus nos dicen en el prólogo que en la Historia mexicana “hay pasajes muy oscuros … de los que ningún pueblo debe sentirse orgulloso. Para evitar que se repitan es preciso esclarecerlos”. Los prologuistas equiparan la matanza de Huitzilac a Tlaxcalantongo (muerte de Carranza) y Tlatelolco (la masacre que rompió el régimen postrevolucionario). Esa edición se logró gracias al material aportado por un sobrino de Santamaría (Ernesto Ortiz Pérez) y por Máximo Carrera Sosa.
Lectora, tú puedes consultar el texto completo en la Liga 2 gracias a la edición original de 1939, puesta en la red www por Memoria Política de México (iniciada por Doralicia Carmona Dávila) y la Universidad de Guanajuato. Esta versión incluye una introducción por Arnulfo R. Gómez García, nieto del general Arnulfo R. Gómez –el otro candidato anti-reeleccionista que fue fusilado en 1927, al poco que fallase el intento de golpe de Estado que Serrano trató de orquestar en el Valle de México. (Gómez-nieto aclara lo anterior, pero omite decir que Serrano sí estaba implicado y que Santamaría –aliado de Gómez-abuelo– acompañaba a Serrano cuando éste huyó a Cuernavaca.)
Leyendo La tragedia de Cuernavaca en 1927 y mi escapatoria célebre descubrirás por qué el tabasqueño Santamaría no sólo sobrevivió a la masacre, sino por qué él siguió vigente en la política mexicana. Es un protagonista que no se arrepiente de las opciones que tomó y que no oculta sus intenciones. Lo mismo exige a los adversarios. Santamaría, en mi opinión, es un mejor candidato para el rol del ficticio Axkaná González en la narración de la tragedia. Desde Madrid, Martín Luis Guzmán se imaginó a un Axkaná diputado que creía verdaderamente en los ideales de la Revolución y que estaba dispuesto a arriesgar su vida por quienes los defendían. Así era Santamaría. La crueldad creciente de los sonorenses en el poder le repugnaba y le encabritaba que el obregonismo hubiese realizado la reforma constitucional que autorizaba la reelección del Manco. (Agrego una foto de Santamaría y el Axkaná de Bracho, interpretado por Tomás Perrín en 1960.)
Santamaría se movía entre los políticos que hacían oposición al régimen de los sonorenses. Entre ellos estaba el general Antonio I. Villarreal González (1879-1944), el viejo y legendario magonista que estuvo preso tres años en Los Ángeles con Ricardo Flores Magón y Librado Rivera (1907-1910). Santamaría nos lo describe así: “Hecho de una sola pieza y rebelde a todas las tiranías, Villarreal ha vivido constantemente enfrascado en conspiraciones y movimientos sediciosos fracasados”. Agrega que el exmagonista, “en una de tantas de sus periódicas ocultaciones revolucionarias, andaba en ese año de 1927 todavía a hurto de la vigilancia policíaca, como rebelde no amnistiado de la última ‘bola’ hasta entonces, la de la revolución delahuertista, de los años 23 y 24”. (Liga 2, p.48.)
De hecho, en 1927 Villarreal llevaba casi cuatro años escondido en la ciudad de México –adonde había regresado de incógnito luego de que el gobierno de Obregón lo diese por muerto en un combate en Quintero, Tamaulipas –cerca de El Mante. José C. Valadés, que entrevistó en profundidad al exmagonista en 1934, refiere que luego de la derrota Delahuertista, en 1924, Blanca Sordo, mujer de Villarreal, viajó a Tampico para buscar los restos de su marido. (La Revolución y los Revolucionarios, Tomo II, “Memorias Políticas de Antonio I. Villarreal”, p.334. Liga 3.)
Santamaría era uno de los habitués de Villarreal clandestino en 1927: “se nos presentaba furtivamente a cada noche a asustar con su presencia a los amigos que más le hemos querido; a asustarnos por el temor de que fuera aprehendido, cuándo sabíamos y hemos sabido cómo las gastaba el hojalatero líder máximo. De cuando en cuando también nos topábamos en las calles con un obrero de ‘overol’ azul y ancho sombrerón ranchero, o nos dejaba fríos al presentarse aquél obrero en una librería a comprar libros de exégesis del comunismo o del marxismo”. (Liga 2, pp.48-49.)
Villarreal era, recuerda Santamaría, igual que su paisano neoleonés Fray Servando –aficionado a las fugas y a las aventuras. Y una de estas últimas es impresionante. Ocurrió bajo el gobierno de Calles. Santamaría llevaba en su auto a Villarreal. Tomaron la lateral de Reforma y, en el cruce con lo que ahora es la calle Villalongín, casi los choca un automóvil elegante. Era el del presidente, que se dirigía a la residencia en Chapultepec. Calles sacó la cabeza “por la portezuela izquierda trasera de su coche, como para identificar a Villarreal que iba adelante a mi derecha. Villarreal también hizo hacia fuera la cabeza a la derecha, y viendo de frente y muy de cerca a Calles, le dijo con voz fuerte: ‘¡Turco hijo de la…!’.” (Liga 2, p.49.)
A continuación el auto presidencial empezó una persecución. Santamaría siguió a toda velocidad por Reforma hasta lo que ahora es la Estación Chapultepec del metro, adonde lograron perder a sus perseguidores. Santamaría nos explica que “terminé por tirar al General Villarreal no recuerdo dónde y encaminarme seguidamente a mi casa, Sonora 81, en que vivía”. Unos polizontes ya estaban allí y lo interrogaron. No negó que Villarreal andaba con él, pero quedó claro que el gran escapista había huido nuevamente. (Liga 2, p.50.)
La víspera de la Masacre de Huitzilac, cuando Santamaría y sus amigos estaban a punto de salir a Cuernavaca, adonde serían arrestados junto con el general Serrano; visitaron la casa de Villarreal. Esa noche diluviaba en México: “Las cataratas del cielo se habían abierto para volcarse sobre la tierra”. Pero los conspiradores insistieron en llegar con el exmagonista. Este los recibió “en un amplio salón, lujoso y acondicionado como para recepciones cotidianas, inmerso en la media luz de una penumbra oriental”. El general estaba vestido “en correcto traje de calle [y] se destacaba moriscamente arrellanado en una acojinada poltrona de pelo de camello o vicuña”. (Liga 2, p.51.) Los tertulianos analizaron las posibilidades del golpe de Estado planeado por los serranistas y si los seguidores de Arnulfo R. Gómez debían apoyarlo. Varios fumaban puros…
A la mañana siguiente, el golpe de Serrano había fracasado. Obregón tomó el control de la represión y todos, menos Villarreal, fueron arrestados en Cuernavaca. Y Santamaría se salvó por un azar digno de película de Indiana Jones cuando lo llevaban preso por las calles de la capital de Morelos.
¿No crees, querida lectora, que sólo esto que te cuento bastaría para una magnífica película sobre los estrepitosos años 1920s mexicanos? En lugar de seguir llorando la censura de La Sombra del Caudillo de Bracho, deberíamos retomar las fascinantes biografías de nuestros ancestros revolucionarios para llenar las pantallas de streaming de historias relevantes. Porque la realidad siempre supera al realismo mágico.
Ligas usadas en este texto:
Liga 1:
https://tlriidcchazcapotzalco.files.wordpress.com/2014/01/martc3adn-luis-guzmc3a1n-la-sombra-del-caudillo.pdf
Liga 2:
https://www.memoriapoliticademexico.org/Efemerides/10/Img/santamaria-tragedia_cuernavaca_1927.pdf
Liga 3:
https://inehrm.gob.mx/work/models/Constitucion1917/Resource/499/1/images/La_revolucion_y_los_revolucionarios_t_II_parte_2.pdf