Federico Anaya Gallardo
Por qué debería importarnos en México la figura de Sissi, emperatriz de Austria? En parte, porque siempre será de buen gusto hacer la crítica de lo kitsch… A santo de estas kino-reseñas, consultemos el Diccionario del Español en México (DEM), que registra kitsch en relación con el cinematógrafo y la estética Camp con este ejemplo: “una película de estética kitsch”. Los académicos monarquistas, en Madrid, registran que la palabreja kitsch significa “estética pretenciosa, pasada de moda y considerada de mal gusto”. La Wikipedia en español nos dice que es “un estilo artístico considerado «cursi», «adocenado», «siútico», «hortera» o «trillado» y, en definitiva, vulgar, aunque pretencioso y por tanto no sencillo ni clásico ni naíf, sino de mal gusto y regresivo o infantiloide.” Si aplicamos todo lo anterior a la saga Sissi de Ernst Marischka (1955-1956-1957), daremos en el clavo. Pero lo kitsch nunca es inocente. Muchas veces es falsa inocencia. La semana pasada ya te conté, querida lectora, de la conexión nazifascista de los Marischka y la liga entre la saga sissiana y las batallas culturales en contra del comunismo soviético.
En la tercera entrega de la saga de Marischka (Sissi–Schicksalsjahre einer Kaiserin, Los años fatídicos de Sissi, 1957, Liga 1) el actor austriaco Albert Rueprecht (n.1929) interpretó a Fernando Maximiliano de Habsburgo-Lorena. Maximiliano/Rueprecht es presentado tarde en el filme, luego de contarnos algunas “tragedias” familiares de Sissi… Que si ella y el emperador estuvieron a punto de ser infieles (en los 1950s sería inconcebible que lo hubiesen sido)… Que si el hermano mayor de Sissi se casó sin permiso con una artista en Múnich… Que si Sissi tiene una grave enfermedad respiratoria…
Recuerda, lectora, que Marischka sigue el guion de una zarzuela: todo se resuelve más fácil que en el más aguado de los melodramas. Sissi se recupera milagrosamente luego de unas vacaciones en Madeira y las islas griegas. (¿Quién no?) Y retorna a los brazos de su imperial marido para abrazar a su hijita Sofía Federica –quien en la vida real murió de tifo en Hungría a los dos años de edad. El hermano de Sissi se casó no con una artista, sino con dos (sucesivamente, aclaro, la bigamia siempre ha sido mal vista). Pero ambas artistas fueron elevadas a la nobleza por la poderosa parentela de Sissi –detalle que, aunque el director lo retrata de modo jocoso, no deja de mostrar la hipocresía de las aristocracias.
Finalmente, el super-yo de Sissi (interpretada por Romy Schneider, 1938-1982) así como el de Francisco José (interpretado por Karlheinz Böhm, 1928-2014) jamás permitiría un desliz –¡al menos no en un filme alemán de los 1950s! (La realidad fue muy otra: ambos se fueron infieles.) En el filme clásico, confrontados ante el deseo sexual (ella por el líder húngaro Gyula Andrássy; él por la hermana mayor de Sissi, Elena Nené Wittelsbach), ambos rechazan al demonio de la lujuria, y de inmediato, toman su carruaje para reencontrar a su cónyuge. El encuentro ocurre en un pueblecito de la frontera entre Austria y Hungría.
En este punto, entre muchos otros, la saga Sissi de Marischka nos conecta con lo que en Alemania se llama Heimatfilm ó película patria –de heimat, ciudad natal. Estas películas no son exactamente “nacionalistas” sino “folklóricas” y muestran a la audiencia un mundo rural idealizado, en el cual nobles y campesinos viven en paz –todas ellas vestidas con dirndls con bellos delantales de encaje; todos ellos vestidos con lederhosen.
¿Se trata de un inocente sentimiento a favor de la “patria-chica”?
No. Los heimatfilm de los 1950s eran sucesores directos de la producción fílmica nazi. En su libro Bloodlands (Tierras sangrientas, BasicBooks, 2010) Timothy Snyder nos ha explicado que el proyecto hitleriano para el Este europeo preveía un imperio agrario nacido de la guerra racial. Por lo mismo, luego de invadir la URSS, los alemanes destruyeron la infraestructura industrial, reorganizaron la producción agrícola y ruralizaron el entorno. El paraíso nazi-fascista estaría poblado por arias y arios con dirndls y lederhosen organizando oktoberfests mientras explotaban el trabajo esclavo de campesinos eslavos. (Liga 2.)
Con eso en mente, lectora, regresemos a Albert Rueprecht y su Maximiliano en 1957. Aparece tarde en el filme (la última media hora), cuando Sissi se ha recuperado milagrosamente de su enfermedad y está de nuevo al lado de su amado Francisco José. Como hay que aprovechar la reaparición de la emperatriz en la corte, el gabinete austriaco organiza una visita de Estado a Lombardía-Véneto –territorio controlado por los Habsburgo desde la Restauración conservadora de 1815. Maximiliano/Rueprecht –virrey en ese lugar– se opone a la visita, señalando que es riesgosa por la agitación nacionalista. Lo vemos con uniforme de almirante en un elegante despacho con vista al mar (clara evocación de Miramar). Pero la decisión ya ha sido tomada y la visita se realiza. En Milán, una función de ópera termina con el público cantando el Coro de los Esclavos Judíos del Nabucco de Verdi (Va, pensiero, sull’ali dorate… Vuela pensamiento, sobre alas doradas…).
Hace ya muchos años, cuando estas películas las transmitía Televisa en “Cine Permanencia Voluntaria” de los domingos, mi padre me explicó que durante el proceso italiano de independencia y unificación el apellido del compositor se había vuelto un acrónimo sedicioso: V.E.R.D.I. Vittorio Emmanuele Rege D’Italia. Que la última película sissiana de Marischka incluyese el Coro de los Esclavos Judíos es interesante, pero nosotros sólo podemos entenderlo como un guiño al nacionalismo italiano. De hecho, la película terminará con un solemne encuentro entre los emperadores y el alto clero católico en Venecia –como si la “magia” de la emperatriz rebelde hubiese reconciliado a los italianos lombardo-vénetos con la corona Habsburgo. Pasó exactamente lo contrario. Austria perdió Italia en la siguiente década.
Un último detalle sobre esta película de 1957. Albert Rueprecht siguió ligado a su personaje. En 1970, ZDF (Alemania Occidental) y ORF (Austria) estrenaron una película para TV en dos partes (185 mins.) llamada Maximilien von Mexiko –adonde Rueprecht interpretó a Francisco José, mientras que nuestro Max fue llevado a la pantalla por Michael Heltau (n.1933). Hay que buscarla.
Dicho lo anterior, déjame contarte de la versión Netflix de las modernas series de streaming sobre Isabel Wittelsbach –la cuñada de nuestro Max. Lleva el título de La Emperatriz (Die Kaiserin). Ya tenemos dos temporadas y el éxito de la última tal vez prediga una tercera. En los papeles principales tenemos a la alemana Devrim Lingnau (n.1998) como Sissi; al franco-alemán Philip Froissant (n.1994) como Francisco José; a la irano-alemana Melika Foroutan (n.1975) como la archiduquesa Sofía (la madre archi-conservadora de Franz y Max); y al austriaco Johannes Nussbaum (n.1995) como Maximiliano.
El Maximiliano/Nussbaum de 2022 tiene mucho más espacio y resulta mucho más creíble que el Maximiliano/Rueprecht de 1957. Basta con mirar las dos fotografías que agrego, adonde el joven archiduque mira obsesivamente a su interlocutor. La de la izquierda corresponde a la primera temporada (2022) y la de la derecha a la segunda temporada (2024). En la primera, Maximiliano/Nussbaum es parte de una conspiración para tomar el poder en Viena. Esto es un escenario bueno para el rating pero no es histórico. En la segunda, Maximiliano/Nussbaum es perdonado por su hermano y mandado como virrey en Lombardía-Véneto. Allí, tratará de congraciarse con el Pueblo italiano patrocinando educación y las artes; mientras que el comandante militar austriaco sigue oprimiendo a la ciudadanía. Este es un escenario bastante cercano a la realidad histórica.
De hecho, hasta en la versión de Marischka de 1957, el emperador declara que, en Italia, “Radetzky se pasó de cruel y mi hermano de tolerante”. Radetzky (a quien Strauss le dedicó la famosa Marcha) era un anciano héroe de las guerras contra el gran Napoleón. Gobernó las posesiones italianas de los Habsburgo al frente del Ejército desde la Revolución de 1848 (que él derrotó en Italia) y hasta su muerte en 1857. Maximiliano fue enviado a sustituirlo y estableció un régimen más liberal, pero que nunca llegó a implantar la autonomía que los italianos reclamaban. ¿Se lo impidió el emperador desde Viena ó Maximiliano era de natural mediocre?
La serie Die Kaiserin, dirigida por Katrin Gebbe (n.1983) y Florian Micoud Cossen (n.1979) se inclina por la mediocridad de Maximiliano. Pero sugiere mucho más. Primero, Max es mediocre pero tiene grandes ambiciones. Para subrayar esto, la serie se inventa el complot contra el emperador en la primera temporada. En la segunda, esa narración se refuerza con la aparición de la princesa Carlota de Bélgica –de quien se enamora perdidamente nuestro Max. Las ambiciones de Carlota son tanto ó más grandes que las del joven Habsburgo. Por supuesto, los tórtolos principescos se conocen en el París de Napoleón III. Si la serie fuera mexicana, ya están dadas todas las premisas para la tragedia subsiguiente.
Pero la serie es alemana-austriaca. Y su centro es Sissi. Pese al tiempo y recursos disponibles, Gebbe & Micoud Cossen no logran escaparse del embrujo kitsch del canon Marischka. Así, la Sissi/Lingnau de 2022-2024 sigue siendo en esencia la misma muchacha “natural” que era Sissi/Schneider en 1955-1956-1957. Muchacha auténtica que lucha contra formalidades hipócritas en la corte vienesa. En la versión de Netflix, sin embargo, podemos ver que la “rebelión” de la princesa nace más de su neurosis personal que de una convicción política. Un avance y una pista para entender al resto de los personajes –y al escenario general de la época.
La antagonista de Sissi sigue siendo la oscura archiduquesa Sofía. Ella es el verdadero supremo poder conservador en Viena. Aparte de Franz y Max, Sofía engendró a otros dos príncipes: Carlos Luis (1833-1896) y Luis Víctor (1842-1919). Sólo el último aparece en Die Kaiserin. Su rol es mostrarnos el horror conservador católico frente a la diversidad sexual. La homosexualidad de Luis Víctor es un hecho histórico. La serie nos muestra cómo su madre permitió que el cardenal-arzobispo lo torturase para “rectificar” su sexualidad.
El último detalle nos regresa a la cuestión de las neurosis mal trabajadas en la élite austro-húngara. Los últimos Habsburgos experimentaron con el romanticismo de su joven emperatriz para legitimar su dominio sobre el Estado multi-étnico que gobernaban; pero despreciaban el liberalismo que les habría permitido construir un gobierno democrático multi-nacional. Bajo Francisco José I Habsburgo, los asuntos de Derecho Familiar se entregaron al clero católico. Un régimen kitsch: de mal gusto, regresivo é infantiloide. (Supongo que por eso nuestros conservadores derrotados en 1861 vieron a Max como opción para su México reaccionario cuando lo visitaron en Miramar.)
Advertencia: la serie de Netflix es la más luminosa de las versiones modernas de Sissi, lectora. La semana que viene te cuento de las oscuras.
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