Federico Anaya Gallardo
Marie Kreutzer, directora austriaca nacida en 1977, nos regaló en 2022 una versión inesperada de Elisabeth Wittelsbach, la famosa Sissi de los cuentos de hadas kitsch de los monarquistas europeos y americanos. Contrario a Ernst Marischka (1955-1957), RTL+ (2021-2024) y Netflix (2022-2024), Kreutzer nos presenta a Sissi madura, hacia el año 1877 –cuando ya tiene 40 años de edad, ha parido cuatro veces y asegurado la sucesión Habsburgo mediante su hijo Rodolfo, nacido en 1858. Ha pasado un cuarto de siglo de las aventuras relatadas por las otras versiones filmográficas de la kaiserin.
La película se titula Corsage (Corsé, Corpiño) y es protagonizada por Vicky Krieps (n.1983) como Sissi, Florian Teichtmeister (n.1979) como Francisco José y Aaron Friesz (n.1988) como Rodolfo. La puedes ver en el servicio streaming de AmazonPrime. Igual que Marischka, Kreutzer ha hecho el guion de su película. También por eso me pareció interesante terminar este cuarteto de kino-reseñas sissiánicas con este filme.
Kreutzer asume que todos nosotros podemos ir a la www y surfear en los mil recursos históricos acerca de la emperatriz decimonónica. Es más, su película se disfruta más cuando se han hecho algunas consultas; porque más que un retrato ó una narración, se trata de un ensayo de opinión acerca de los personajes. Hace dos años, en Enero de 2023, Jonathan Romney hizo la reseña de Corsage para The Guardian (Liga 1) y nos decía que la directora hacía un “desmantelamiento feminista de la Sissiolatría”. Cierto.
Pero aparte, Kreutzer hace una dura crítica de clase a la sociedad austro-húngara. Romney lo dice así: “ella [la emperatriz] prohíbe a una de sus damas de compañía que se case porque, es obvio, ella [la emperatriz] es su ama y propietaria.” En su época, Todomundo sabía que Sissi tenía una personalidad conflictiva. La sociedad patriarcal de aquél ayer (y de nuestro hoy) etiquetaba eso como “histeria”. Kreutzer nos invita a ver cómo se comportaba Sissi en sus visitas a los manicomios adonde otras mujeres, “histéricas” como ella, eran maltratadas y objeto de experimentos seudo-científicos. (En 1877, Freud apenas estaba estudiando medicina…) Pero ella era la emperatriz y no sería objeto ni de experimentación ni de rechazo… Las clases sociales existen.
Veamos ahora a la contraparte masculina de la emperatriz rosa. El Francisco José I Habsburgo interpretado por Teichtmeister, de acuerdo a Romney y The Guardian, es un careworn nebbish (un desesperado don nadie). Ciertamente, el hombre calvo que nos ofrece Kreutzer está muy lejos de los bellos prince-charmings interpretados por Karlheinz Böhm (versión Marischka), Jannik Schümann (versión NTL+) y Philip Froissant (versión Netflix).
Para acabarla de atrasar, Kreutzer destruye la imagen impresionante del káiser, que usaba unas billowing side whiskers (ondulantes barbas-patillas) que en México identificamos con su hermano Maximiliano. En una escena íntima, el emperador llega a las habitaciones de Sissi para conversar. Se sienta y un ayudante se acerca con un estuchito en la mano. Francisco José se quita las patillonas y las pone muy cuidadosamente en el estuchito. La majestad es puro artificio. Aquí vemos ya viejo, al Franz que en otras versiones del personaje, se quejaba de ser emperador a fuerzas. De nueva cuenta, no estoy de acuerdo. El gobierno de 68 años de ese káiser no habría sido posible si el tipo no hubiese tenido un mínimo de carácter.
Si el objetivo de Kreutzer es mostrarnos la debilidad estructural –pero siempre oculta– del régimen político austro-húngaro, nos deja una pregunta: ¿Cómo podría durar un gobierno a cuya cabeza estaba un emperador desesperado y una emperatriz neurótica? Luego del periodo que retrata la directora, ¡ese régimen todavía duró treinta años! Peor, en vista al caos que siguió a su desaparición, hoy en día se mira al imperio dual de los Habsburgos como un extraño éxito en la administración del mosaico multirracial del centro de Europa. (Pero acaso esta visión sea sólo producto de la visión rosa y romántica de la propaganda cultural de la Guerra Fría…)
La situación austriaca no era única. Hay que decir que la misma pregunta puede hacerse respecto de todas las monarquías del viejo mundo –con la notable excepción de Inglaterra. Y en este último ejemplo está una de las claves para resolver el misterio: el desarrollo institucional de Gran Bretaña luego de sus dos revoluciones en el siglo XVII (la grande de Cromwell y los Levellers; y la pequeña, llamada “gloriosa”) le permitía resistir la debilidad de cualquier monarca. En cambio, sus primas europeas necesitaban hombres fuertes para prosperar (Metternich en Austria, Napoleón III en Francia, Bismark en Alemania, Stolypin en Rusia). Pese a lo que te digo, lectora, sin un hombre fuerte y sin instituciones bien desarrolladas, el imperio Habsburgo bajo Francisco José I parece mucho más estable que la República Francesa que se estremecía –por ejemplo– con escándalos como el Affaire Dreyfus.
Pese a su crudeza, la película de Kreutzer mantiene algunos elementos del cuento de hadas creado por Marischka y los Heimatfilms. Sissi/Krieps se escapa a los bosques –sea en Inglaterra ó en Bavaria. En este último reino, pasaba temporadas con su sobrino segundo, el rey Luis II Wittelsbach, soberano de Baviera (1845-1886). Recordemos que Sissi nació en 1837, así que era apenas ocho años mayor que Luis. Cuando en 1871 Prusia venció a Francia, Bismark proclamó el Imperio (Reich) Alemán en Versalles. Como Prusia encabezaba una confederación de monarquías, era necesario que esos parlamentos de los reinos eligiesen un emperador (káiser) de entre los monarcas germanos. Hubo dos candidatos, Luis de Baviera y Guillermo de Prusia. Las legislaturas alemanas, dominadas por Bismark, eligieron a Guillermo. Pero Luis siguió siendo rey de Baviera y los bávaros mantuvieron su propio ejército. Pero en el momento en que Corsage nos lo muestra (1877), el rey bávaro estaba más dedicado a sus empresas culturales. Fue el gran patrocinador de Richard Wagner y construyó fabulosos castillos en estilo neo-medieval. Luis terminaría sus días ahogado en uno de sus lagos –pocos días después de ser derrocado por sus ministros, que lo declararon loco. Su tía Sissi declaró algo así como que lo habrían podido tratar mejor. La directora Kreutzer juega con estos hechos y, cuando Sissi/Krieps se muestra desesperada ante su sobrino, el guion hace decir a Luis (interpretado por Manuel Rubey): “—Te prohíbo ahogarte en mi lago”.
La producción de Corsage decidió no ser completamente “de época”. Aunque el vestuario está adaptado con bastante exactitud, los escenarios no. Es evidente que Kreutzer deseaba acercar a sus personajes a nuestra propia época. Pero también noto otra intención. No se usan los palacios del rey Luis de Baviera: suntuosísimos y que hoy producen millones al gobierno alemán por ingresos turísticos. Se escogió una locación en ruinas. Lo mismo que para los hospitales y siquiátricos que visita la emperatriz. El mensaje es de decadencia, de desquebrajamiento. La mezcla es atrayente, como la desesperación que nos lleva a buscar lagos en la oscuridad. La directora jugará con esta imaginería muy bien, hasta el final de la película.
Quisiera agregarte un par de notas finales, querida lectora. Las varias versiones de Sissi que hemos visitado en estas kino-reseñas nos muestran, todas, lujos impresionantes. Uno se pregunta ¿qué sería de los monarcas sin sus coronas de oro, plata y piedras preciosas? ¿Qué sería de reinas y reyes, de nobles y grandes damas, sin el eterno tiempo libre que tienen? La respuesta es: no serían nada. El filósofo alemán Jünger Habermas, en su Historia y Crítica de la Esfera Pública (1962) nos insistía que en el Viejo Régimen todo eran apariencias. Por eso la fórmula para referirse a las testas coronadas era “su majestad”, “su alteza” y cosas por el estilo. La persona humana importaba poco, el símbolo lo era todo. (Esto se lo repiten sus mayores a la Elizabeth Windsor de la serie The Crown a cada rato, pero para las audiencias modernas y republicanas es un concepto extraño… arcano.) Los entorchados y las joyas sirven para realzar la apariencia. Por eso el cuento del Rey que va desnudo es tan potente. Pero, ¡atención! Ese cuento es antiguo. Mucho más antiguo que la Europa monárquica de la que estamos hablando. Tenemos una versión en Ceilán datable hace al menos dos mil años. La riqueza debe ser vista: de otro modo, la persona al mando es sólo una más del montón.
Para sopesar el valor del oro en todo esto, te recomiendo revisar un libro del historiador francés Georges Duby titulado Guerreros y Campesinos: Desarrollo inicial de la economía europea 500-1200 –cuya versión original data de 1973. (Liga 1.) Duby nos muestra de manera muy clara cómo, en el año 500, Europa era una región marginal a las grandes civilizaciones del mundo. Un lugar oscuro adonde el hierro era más escaso –y apreciado– que el oro y la plata. Un espacio bárbaro adonde cada semilla sembrada producía apenas dos –teniendo a los pocos habitantes siempre al borde de la hambruna. Europa era en buena parte pagana y las pocas riquezas que las personas poderosas acumulaban se enterraban con ellas, como un sacrificio final para asegurar que sus espectros no persiguiesen a sus deudos.
Entre esa etapa verdaderamente oscura y la era de Carlomagno (alrededor del año 800) el cristianismo logró que las pocas riquezas acumuladas se salvasen de las tumbas. Y las concentró en las iglesias y alrededor de los príncipes. Pero esta acumulación para la sóla ostentación era sólo derroche, sea en el culto cristiano ó en la majestad monárquica. No permitía la circulación de mercancías ni la creación de nuevas riquezas. Para que estos fenómenos ocurriesen se necesitaron muchos siglos de desarrollo.
De lo que nos cuenta Duby, lectora, quiero subrayar la idea de derroche como signo de la majestad de la monarquía más tradicional. Las raíces de esta costumbre son muy antiguas. En Europa, tienen quince siglos. Pero el derroche siempre ha sido improductivo. Y primitivo. Por eso agravia a las mujeres y hombres quienes, desde 1789 en Europa, han descubierto que ellas y ellos son tan humanos como la emperatriz Sissi y el emperador Franz.
Pero, si todas y todos somos iguales, ¿por qué sólo Sissi y Franz gozan de esos lujos? Es más, en una sociedad de iguales, ¿qué sentido tiene ese derroche?
Estas preguntas son las que debemos hacernos al ver películas sobre estos temas, ciudadana lectora. Hay que verlas con ojo crítico. Te dejo un fotograma de Corsage adonde, durante una elegantísima cena, Sissi le explica a su hijo Rodolfo la ideología de su padre, el emperador: “—Tu padre cree que Dios pone a cada persona en el lugar que Él considera necesario”… Tengamos cuidado con estas mentiras.