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Andy Griffith y la corrupción domesticada

En todas las kino-reseñas en que hemos platicado de gánsteres encontramos lo que los académicos de la torre de marfil mexicana llaman redes de macro-criminalidad. (Liga 1.) En los 1840s, Bill The Butcher Cutting no sería nada sin Bill Tweed, el cacique demócrata que controla la machine político-electoral de Manhattan en Pandillas de Nueva York (Scorsese, 2002). En los 1880s, Billy The Kid no habría tenido necesidad de tomar las armas si el monopolista Murphy del condado de Lincoln no hubiese sido apoyado por un político poderoso de Santa Fe llamado Thomas B. Carton (Hirst, 2022-2025). En Los Asesinos de la Luna, la tragedia que cayó sobre el Pueblo Osage en la Oklahoma de los 1920s se debió a que el jefe político local (El Rey Hale) organizó los asesinatos y aseguró la impunidad comprando a todas las autoridades, municipales, estaduales y hasta federales (Scorsese, 2023). La centralidad de los poderes fácticos locales está perfectamente retratada en El Imperio del Malecón (HBO, 2010-2014). Por cierto: he estado escribiendo mal el nombre de esa serie: es Boardwalk Empire y no Broadwalk… ¡perdón, lectores y lectoras!) Incluso en las historietas de apariencia inocente de Hergé podemos ver la importancia del contubernio de la autoridad local para que exista eso que llamamos crimen organizado (Tintín en América, 1930-1946).

Los moneros son mucho más certeros que los politólogos para captar la esencia de los problemas. Recordemos el cartón de Hergé en Tintín en América adonde el super-reportero adolescente se acerca a un uniformado en Chicago y le dice: ¡Vénga corriendo míster policeman! ¡Acabo de capturar a Al Capone y a dos de sus secuaces! Presto, el policía lo tunde a macanazos y, desde el poste de teléfono oficial, llama a su Superioridad para informar: ¿Oiga? Necesito un coche enseguida: Tengo a un loco peligroso que dice haber capturado a Al Capone y a dos de sus compinches ¿Realmente el míster policeman creyó loco a Tintín? ¿Ó más bien era un policía en la nómina de Capone? La sugerencia gráfica del autor belga apunta a lo segundo (Recuerda que dos álbumes antes, en 1929, ese mismo superhéroe había burlado a la Cheka soviética en su visita al país de los Soviets…)  

En todos los casos que hemos abordado, en Nueva York, Oklahoma, Chicago, Boston, Nueva Jersey, las redes de macro-criminalidad tienden a la violencia desbocada, pero al mismo tiempo tratan de contenerla y de construir algún tipo de hegemonía social estable. Para entender esto vale la pena recordar lo que Rosario Villari —en Rebeldes y reformadores del siglo XVI al XVIII, Serbal, 1981— nos enseñó acerca del fracaso de la Monarquía Católica en construir un Estado moderno en Nápoles y Sicilia durante la modernidad barroca. La incapacidad de los agentes del gobierno central (los virreyes españoles en las Dos Sicilias) para establecer una alianza permanente con la intelectualidad y la naciente burguesía, impidió que se organizara una sociedad civil alrededor de la Corona. En la práctica, el poder quedaba en manos de la nobleza heredada del medioevo, en perpetua pugna con un campesinado fragmentado. Pero cuando la nobleza degeneró, el control territorial quedó en manos de caciques locales y de redes municipales de poder Los antecedentes de la mafia y la camorra posteriores.

A partir del análisis de las películas sobre El Gatopardo en este espacio sugerí que en ese nivel de territorialidad —lo micro— eran comparables las experiencias de una sociedad antigua (Sicilia) y de una sociedad nueva (Estados Unidos de América). En ambos “extremos” históricos y de complejidad, las negociaciones y pactos entre cacicazgos locales y autoridades del Estado eran parte de la construcción del Estado moderno (State-building). En la Sicilia española el resultado fue un “Estado fallido”. En los EUA la idea del Estado moderno se ha impuesto —hasta ahora— pero nunca ha logrado erradicar los poderes fácticos que nacen desde abajo —y desde las élites de robber-barons capitalistas— en la forma de crimen organizado y redes de macro-criminalidad. Y si ese es el Estado nacional más fuerte y exitoso, querida lectora, ¡imagina el desastre en Estados con menos éxito!

Agrego un último detalle sobre el poder local, en los micro-territorios.

La importancia de la formación del poder en los micro-territorios era una de las preocupaciones centrales del proceso de la diócesis católica de San Cristóbal de Las Casas bajo el obispo Samuel Ruiz García (1959-2000). Ruiz decidió empoderar a las comunidades de fieles y promovió la preparación de catequistas en cada una de las poblaciones indígenas. La red de catequistas fue el semillero de liderazgos no sólo religiosos, sino civiles. Un problema —debatido ampliamente desde la base hasta la cúpula eclesiástica— era EVITAR la formación de cacicazgos. Para ello, al principio la diócesis adoptó los liderazgos rotativos y reglas estrictas de no-reelección. Sin embargo, con el tiempo, la organización comunitaria se fue complejizando, los cargos exigieron especialización y la diócesis aceptó que las comunidades —cada una de acuerdo con su tradición y a la realidad de su experiencia colectiva— debían determinar la permanencia de personas en los cargos. En lo religioso, a principios de los 1990s, la red de catequistas chiapanecos había producido un gran número de diáconos ordenados,

permanentes y casados —algunos de los cuales ejercían su cargo junto con su mujer quien actuaba de facto como diaconisa. En lo civil, la red de funcionarios indígenas había creado cooperativas de producción y consumo, compañías cafetaleras, sindicatos campesinos, uniones de crédito y organizaciones políticas complejas. Tan complejas que, entre 1983 y 1994, formaron un ejército y una milicia popular que se levantó en armas. ¿Eran esos liderazgos permanentes? Lo eran. ¿Eran caciques? No, en el sentido negativo de la palabra. Sí, en el sentido de ser intermediarios entre la red de comunidades y la formación Estatal mexicana. ¿Generaron corrupción y pactos de macro-criminalidad esos “caciques”? No, pero el nacimiento de la compleja sociedad política que describo en este párrafo ha generado, para 2025, condiciones para que los liderazgos locales en las microrregiones de Chiapas participen en redes de macro-criminalidad. ¿Lo harán ó no lo harán? Ese es el debate actual de la seguridad pública en aquél Estado.

Hoy termino esta serie de kino-reseñas acerca de gánsteres con una producción televisiva estadounidense de los años 1960s. Me tropecé con ella gracias a una de las pelis que te recomendé, querida lectora. El director de Far and Away (1992) es Ron Howard (n.1954) y él empezó su carrera en Hollywood en el programa de televisión del que hoy quiero hablarte. Adjunto una imagen de este show wholesome (puro y bueno) en el que vemos a Howard adolescente.

En 1960 Howard tenía apenas seis años. La producción de The Andy Griffith Show, de la cadena CBS, lo escogió para interpretar a Opie Taylor, el hijo del sheriff y juez cívico Andy Taylor. Los Taylor viven en un pequeño pueblo en Carolina del Norte llamado Mayberry. El programa se volvió un clásico y se transmitió por ocho años. Es decir, Opie/Howard pasó de ser un infante a un adolescente preparándose para entrar en la prepa.


El show de Andy Griffith (1926-2012) es una “secuela” de otra serie, llamada The Danny Thomas Show —que se transmitió en ABC entre 1953 y 1961. El actor Danny Thomas (1912-1991) interpretaba a un comediante llamado Danny Williams, quien actúa en Nueva York en el Club Copa. La serie aprovechaba el club ficticio para presentar en sus episodios bandas musicales y cantantes. El club de la tele estaba inspirado en el Copacabana neoyorquino. Aparte, la serie ofrecía historias familiares a partir de la familia Williams. El componente familiar se haría más fuerte al paso del tiempo y el show se llamó Make Room for Daddy…

El 15 de Febrero de 1960, en la séptima temporada de The Danny Thomas Show /Make Room for Daddy, salió al aire el episodio titulado “Danny meets Andy Griffith”. (Lo puedes ver en YouTube en la Liga 2, gracias a @FilmRiseTelevision, en Inglés con aceptables subtítulos en Castellano.) La narración es sencilla: el exitoso neoyorquino Danny Williams viaja en su elegante auto de regreso a la Capital del Mundo, Nueva York. Decidió seguir una “pintoresca” ruta por las zonas rurales. Pasa por el municipio norcarolino de Mayberry y allí —supuestamente— se pasa un alto. El policía del pueblo, Andy Taylor, lo detiene y pretende ponerle una infracción. El soberbio urbanita cree que el policía campirano quiere extorsionarlo

ó abusar con una multa exagerada. (Lo último sí ocurre, pero nomás para bajarle los humos al citadino.) Se hacen de palabras. La mujer de Williams trata de tranquilizar al comediante, sin éxito.

Todos terminan “en la delegación” ó “en la barandilla” ó “con el juez cívico”. El policía campirano (Andy) se sienta en el escritorio del sheriff. ¡Así de chiquita es la policía de Mayberry! El urbanita neoyorquino (Danny) exige ser presentado al juez. Andy saca el letrero de juez de un cajón, lo pone sobre el escritorio y guarda en el cajón el letrero de sheriff. ¡Así de chiquita es la administración pública municipal de Mayberry!

El urbanita neoyorquino (Danny) exige hacer una llamada al periódico local, para denunciar la corrupción y abuso del sheriff/juez municipal. El policía campirano (Andy) le da el número de teléfono y le pasa el aparato (de los 1920s, de columna de baquelita negra). ¡Así de retrasada es la tecnología de Mayberry! Danny pide que le comuniquen al número del periódico. La operadora le pide esperar. Y suena otro aparato telefónico en la delegación. Andy contesta: el campirano también es el director del periódico local… ¡Andy Griffith es el cacique!

Ante la evidente trampa de Andy, Danny se niega a pagar la multa y acepta que lo arresten. A través de su mujer, habla con sus productores en el Club Copa y se organiza para que el show de la semana se transmita por TV desde la cárcel de Mayberry. ¡Danny hará un exposé en la transmisión, denunciando a nivel nacional al corrupto sheriff-juez-periodista del pueblucho de Carolina del Norte!

En los días siguientes, el cacique de Mayberry trata bien al neoyorquino quien espera paciente en su celda. Desde allí Danny puede ver la cotidianidad de Andy y descubre que es un buen padre de familia, que dirige como buen patriarca a sus conciudadanos en Mayberry. El programa de TV no será un exposé sino la canonización del “buen cacique”.

Esta es la premisa central de The Andy Griffith Show. La serie retrata un idealizado pequeño pueblo. Sociedad patriarcal pero muy humana en la cual el sheriff sabe quién está destilando licor ilegal, pero, como conoce al campesino, procura que las cosas nunca se salgan de madre. El sheriff es el mejor aliado de la oficina de reclutamiento del US-Army en los momentos en que aún existía la conscripción obligatoria y EUA se enredaba cada vez más en Vietnam. El sheriff toca la guitarra y hace dueto con el joven “rebelde sin causa” que debió encerrar en la celda. El sheriff tiene como segundo de abordo a un tonto llamado Barney (interpretado por Don Knotts) quien un día mete a la cárcel a mucha gente por tonterías –que su jefe arregla en un santiamén (¡En Mayberry no hay violaciones a derechos humanos!). Cuando un crimen mayor ocurre, y llegan los federales, el sheriff Taylor sabe cómo convencer a sus conciudadanos de cooperar por las buenas con el FBI. Y los malos siempre son aliens, fuereños… Y este programa nunca salió de la lista de 10 más vistos. Y durante la temporada final era el más visto en EUA.


El 4 de Marzo de 1996 Matt Lauer entrevistó para la NBC a Griffith y a su ayudante Knotts. (Puedes ver la conversación en la Liga 3.) El famoso sheriff confesó allí que la “pureza” de la sociedad que retrataban en Mayberry no era propia de los 1960s, sino que era nostálgica de los apacibles años 1930s. ¡Vaya! Los años de la Gran Depresión, la mafia, la violencia endémica y la legalización del alcohol… Por eso puse de título en esta kino-reseña, querida lectora, la palabra domesticación. El show legitimó y blanqueó el eslabón caciquil de las redes de macro-criminalidad cubriendo la violencia sangrienta de las décadas anteriores con una blanca sábana de “decencia”.

Pura y llana mentira. En Mississippi en llamas (Mississippi burning, dirigida por Alan Parker en 1988), el veterano agente del FBI Rupert Anderson (Gene Hackman) le explica al novato é idealista Alan Ward (Willem Dafoe) cómo era realmente la policía rural en el Sur racista de EUA en los 1960s: “—Mr. Ward, no sé si Ud lo sabe, pero yo fui sheriff en un pueblito de Mississippi como éste. … Si el sheriff dice que algo pasó, eso es lo que pasó”. El problema es que el sheriff de Jessup había secuestrado y ejecutado a tres jóvenes activistas por los derechos civiles, dos judíos blancos y un afroamericano. Los mismos cacicazgos, la misma violencia, la misma red de macro-criminalidad, que idealizaba, blanqueaba y domesticaba el show de Andy Griffith.

¡Salud y República!

Ligas usadas en este texto:

Liga 1:
https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/16/7597/13.pdf

Liga 2:
https://www.youtube.com/watch?v=fkFDKu54ZfU&t=657s

Liga 3:
https://www.youtube.com/watch?v=3ahbyf9cbEU

La opinión expresada en esta sección de colaboraciones es responsabilidad exclusiva de su autor y no refleja necesariamente la postura de Potosinoticias.

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