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Cultura

Marcelino, el diablero de Ocumicho

Jorge Ramírez Pardo

En diversos lugares mexicanos hay forja de artesanías de gran calidad y desde tiempos ancestrales –particularmente en comunidades indígenas-. Predominan aquellas que no solo decoran, sino tienen alguna función utilitaria (cerámica, muebles, vestuario, sombreros, juguetes, imágenes de culto, máscaras que complementan indumentaria para danza).

La mayoría de artesanías mexicanas de figuras zoomórficas y humanas, incluidos conjuntos de piezas con alguna narrativa, son de factura más reciente y, las hay, de impacto significativo. Algunos de ellos se reconocen un artista o creador que generó la modalidad, otros han tenido un inicio colectivo. Tal es el caso de los alebrijes de la ciudad de México –de dragones- iniciados por la familia Linares, distintos a los de Oaxaca –de gatos y aves-; también de Oaxaca son las figuras de barro negro o las de barro blanco cuya principal exponente fue Teodora Blanco; los amates de guerrero –algunos con firma de sus autor-; figuras de palo fierro –tortugas, aves, delfines- realizados por los seris en la Isla Tiburón en el Golfo de California; o los diablos ocumichos, tema de este escrito.

En Ocumicho, Michoacán, la producción de figuras de barro son decorativas; a diferencia de su vecino próximo, el poblado de Patamban, forjador de alfarería. También en contraste con la mayoría de los pueblos tarascos donde la producción artesanal predominante es de objetos de uso –cobres de Santa Clara, hilados y tejidos, sombreros, forja de indumentaria tradicional, cestería, instrumentos musicales, muebles y utensilios de madera, instrumentos para labranza y pesca. Sin descartar que objetos de cobre y de madera, incluidas las lacas de Uruapan, los hay para uso doméstico y para decoración.

Otro distingo de las artesanías de Ocumicho es: su producción inicia por 1920, a diferencia de la mayoría mencionadas de la Sierra Tarasca, impulsadas para su forja y diversificadas en las comunidades purépechas por el humanista/humanitario Vasco de Quiroga hace más de cuatro siglos y medio.

El apremio y el sino

La Revolución Mexicana fue severa con los pobladores de Ocumicho, de ancestral pervivencia conseguida con la crianza de ganado, producción de pieles y forja de zapatos. Pasado el segundo momento bélico de la Revolución, el de la Guerra Cristera presente en esa región, el regreso a la producción peletera no se logró recuperar debido al alto costo del ganado, y las labores agrícolas eran insuficientes para la manutención. Entonces las mujeres de la comunidad, para apoyar la economía, empezaron a forjar alfarería como ya se hacían en pueblos vecinos Agregaron la producción de juguetes de barro –alcancías zoomórficas y pájaros/silbato-.

Aún no había diablos juguetones en barro, ahora conocidos como ocumichos. Ese es el tema, y se inscribe en un espacio mítico oscilante entre leyenda y realidad.

El origen mitificado

Marcelino Vicente, nacido en Ocumicho alrededor de 1940 y muerto a los 18 años, huérfano y solitario -“él se hacía sus tortillas”-, eligió la forja del barro como trabajo a realizar, tarea realizada en el pueblo sólo por mujeres, y mostró en ello dotes extraordinarias. Hay diversas versiones tomadas de la tradición oral, respecto a la invención de los diablos de barro y la muerte de Marcelino. Estas son algunas de ellas:

  • Que un día un día, no se sabe ni porqué, ni cómo, “de una bola de barro que tenía en la mano le salió un diablo”.
  • Que le inspiró la forja cuando restauraba un diablillo a los pies de una imagen de San Miguel Arcángel.
  • Que un día, al regreso de Tangancícuaro a Ocumicho, Marcelino se topó con alguien que le dijo: “tus diablos son muy feos, mírame yo soy hermoso, tienes que tomarme como modelo” y dio vueltas levantando los faldones de su abrigo. Al mirarlo Marcelino se dio cuenta que tenía una cola, que en vez de manos tenía patas de gallina, y en vez de pies, tenía patas de chiva.
  • Que Marcelino habría muerto en la Sierra, asesinado por resineros.
  • Que lo habrían matado unas personas del pueblo en el campo.
  • Que habría sido asesinado en una de las calles del pueblo por resineros o (tal vez) por compañeros suyos.

Todas las versiones coinciden en lo siguiente: desde su niñez fue iniciado a la cerámica por las mujeres del pueblo y hacía con molde “figurinas muy hermosas, muy bien hechas”, y que “hacía ángeles”. Desde luego, a él se le atribuye sobre todo la realización del primer diablo y la renuncia a los moldes para Hacer de cada pieza una figura única.

A decir de la estudiosa del tema Cécile Gouy Gilbert, Marcelino se convirtió en el intermediario necesario (…) para llevar consigo la culpa de la apertura a una forja artesanal cuyo tema predominante son diablos. Con ello, la comunidad de Ocumicho, racionalizó la comunicación y estableció un lazo con la sociedad mexicana moderna. El “sacrificio” de Marcelino se mitifica y él aparece entonces como el recuerdo de su existencia de la comunidad, de su capacidad de resistir, cuando está obligada a adaptarse. La aparición de las figurillas diabólicas –agrega la investigadora- tuvo como efecto no solo conjurar —incluso exorcizar— los demonios de la modernidad, sino, también fue el signo evidente de un cambio que influyó en toda la comunidad y no sólo al grupo de los alfareros.

La trascendencia

En 1963 se exhiben sus figurinas en la primera feria artesanal de Pátzcuaro; en 1964 se exponen unas piezas en la feria mundial de artesanías en Nueva York.

La desaparición de Marcelino, dice la historiadora, —accidental u organizada, no importa— aparece como la resolución de un conflicto latente nacido de la nueva relación establecida con el Estado y el mercado. Por su carácter marginal, Marcelino es quien aseguró el pasaje entre lo tradicional y lo moderno, entre el interior y el exterior. La técnica que Marcelino puso en práctica y el trastorno que produjo en la temática tradicional al producir la figura del diablo, son otros tantos actos de vanguardia respecto a la comunidad

Actualmente, se forjan en barro distintos temas con presencia de diablillos:

1. Diablos solos, de pie, de unos 40 cts., con reptiles o animales prehistóricos, o escenas satánicas con varios diablos.

2. Diablos modernos. Van en bicicleta, o manejan aviones, helicópteros, camiones o coches; diablos cirujanos o mecánicos, y más.

3. Tradiciones religiosas y festivas. Son temas abordados desde antes de la aparición de diablos: caballos, danzantes o danzas en su conjunto (negritos, moros). La vida de Cristo –ahora con diablillos juguetones inofensivos-: nacimiento, última cena, calvario; otros pasajes bíblicos y, también, sucesos de la vida cotidiana: bodas, entierros, bailes.

4. Además, aprovechando la destreza de los artesanos, hay forjas por encargo. En 1989, por encargo, las artesanas elaboraron figuras que representaran la Revolución Francesa para conmemorar sus 200 años. Las piezas fueron llevadas a París a una exposición en la Casa de México. En 1992, con motivo del V Centenario de la llegada de los españoles a América, las artesanas, a partir de grabados europeos sobre la Conquista, fotografías de fragmentos de murales mexicanos del siglo XX, fotografías de códices produjeron su correspondiente narrativa en barro.

Diablos y expiación para rato

La importancia para la comunidad de esta forja es que, los artesanos dejaron de elaborar figuras repetitivas a partir de moldes y ahora realizan piezas únicas que les inscriben en el arte naif. Ello resolvió en buena medida el quebranto económico del pueblo. La mujer asume ahora en ese contexto un papel protagónico nodal. Dejaron tras una forja tradicional y entraron, sin proponérselo, en una modernidad que no contraviene otros usos y costumbres comunitarios.

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