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Ver para Pensar: Melody y el matrimonio

Federico Anaya Gallardo

Hace unos meses, en un chat de WhatsApp de mis amigos de la preparatoria, uno de ellos posteó: “Miren, para un sábado de nostalgia…” Se trataba del link a YouTube de la película inglesa Melody, dirigida en 1971 por Waris Hussein (n.1938) sobre un guión de Alan Parker (1944-2020) quien luego alcanzaría alta fama por Pink Floyd: The Wall (1982). Melody fue estelarizada por el aún niño Mark Lester (n.1958, de 13 años) en el papel de Daniel Latimer y por Tracy Hyde (n. 1959, de 12 años) en el papel de Melody Perkins. La música se la debemos a los Bee Gees. (Liga 1.) La película tuvo un notable éxito en México, adonde permaneció en cartelera por varias semanas. Al parecer se ha vuelto filme de culto en Latinoamérica –y en Japón.

Lester ya era conocido por su rol como Oliver Twist en el musical Oliver! dirigido en 1968 por Carol Reed. Su destino sería controversial, como uno de los amigos íntimos de Michael Jackson. Hyde no tenía tablas más allá de audiciones para anuncios comerciales. Este último detalle no es menor: varios de los directores ingleses de los 1970s habían iniciado su trabajo en esa sección poco glamorosa de la industria. Acaso esos orígenes influyesen en el encuadre de clase que planteó Parker para su guión.

La película sigue la vida de un grupo de chicos de secundaria en dos barrios londinenses: Hammersmith (hogar de John Milton en el siglo XVII) y Lambeth (cruzando el Támesis, frente al Parlamento, espacio tradicional del arzobispado). Todas y todos asisten a una escuela mixta, dirigida por la Iglesia Anglicana. La escuela atiende clases sociales diversas que socializan en instituciones comunes. Por ejemplo, Daniel y quien resultará su amigo más cercano, Tom Ornshaw (interpretado por Jack Wild, 1952-2006) se conocen en la banda de la Boys Brigade (BB) –una institución con una función similar a los Boy Scouts: socializar a los varones en los papeles que la tradición espera de ellos. Daniel no está aprendiendo bien la lección: durante el desayuno juega con cerillos y enciende el periódico de su padre… ligero anuncio de lo que viene.

El padre de Daniel cuestiona la BB como silly things que su mujer le impone al niño, pero no alcanza a entender mucho. Como profesionista aspira a que su núcleo urbano –habitado por arquitectos, contadores y actores– “esté a la altura” de los barrios centrales de la capital británica. Tom Ornshaw, en cambio, vive en una unidad habitacional de obreros criado por una madre soltera. Aunque los servicios urbanos sirven a todos, Tom se cuida mucho de no mostrar a la madre de Daniel el lugar exacto de su casa. Las fronteras de clase existen y el espectador entiende que son infranqueables. Este tema lo encuentro a cada rato en series inglesas más recientes, que recapitulan el periodo 1950-1980, desde Call the Midwife (2012-2020) hasta The Crown (2016-2021) pasando por Endeavour (2012-2019), pero esa es otra historia y debe contarse en otra ocasión.

En Melody parecería, por la primera parte de la película, que estamos ante la clásica bildungsroman (novela de crecimiento y de amistad) entre adolescentes varones, agitada a lo mucho por las expectativas divergentes de las familias de Daniel y Tom. El público angloamericano que vió el estreno de Melody habría asumido esto como perfectamente natural (el cartel en inglés le llama “la película más feliz del mundo”). Después de todo, Daniel y Tom “ya habían sido amigos” en Oliver!, donde Jack Wild interpretó a Artful Dodger –el pequeño pandillero que enseñaba a robar a Mark Lester/Oliver Twist. Pero Alan Parker tenía otra cosa en mente. En la escuela aparece Melody y Daniel se enamora de ella. De allí el cartel publicitario del filme en que Tom aparece enmedio del novio y la novia, como reclamando a su amigo. Analicemos más detalladamente el affiche. Los novios están tomados de la mano y sostienen una manzana… mordida. Esta representación cristiana del “fruto prohibido” aparece justo en el bajo vientre de Tom –el amigo abandonado.

Debo aclararte, lectora, que el cartel es mucho más explícito que el guión y la actuación en la película. Ni Daniel ni Melody se acercan nunca al amor carnal. Su enamoramiento es perfectamente romántico. Las escenas en un cementerio decimonónico, adonde los niños empiezan a platicar de cosas más íntimas dejan muy clara la inocencia no carnalizada de la relación. Sin embargo, los diálogos de los preadolescentes se van hilando a partir de los epitafios en las tumbas y de una reflexión seria acerca de la futilidad de la vida y la imperiosa necesidad de la compañía humana.

A partir de esto, Daniel y Melody deciden anunciar su matrimonio. La madre y la abuela de la chica inmediatamente le preguntan si el chico la ha tocado –lo que indigna (casi victorianamente) a Melody. Por su parte, el director de la secundaria primero se burla de la pretensión y luego estalla en indignación. Como sea, la decisión de la pareja convence a sus camaradas y el grupo entero (acaso el de sexto de primaria o primero de secundaria) decide escaparse de clase para oficiar un matrimonio en unos terrenos baldíos. Esta última sección de la película es caótica y linda, lindando en el absurdo. Nos muestra una especie de rebelión del alumnado en contra de sus profesores y profesoras tradicionales –un anuncio del “We don’t need your education” en The Wall.

Y tantán… No mucho más, pero tampoco menos.

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