Federico Anaya Gallardo
En México, la difusión de cine no-mainstream, es decir no-Hollywood, siguió caminos extraños en los 1970s. Ya he mencionado que Canal Once transmitía cine “de arte” en horarios nocturnos, aquéllos en que niños y niñas nos escabullíamos de nuestras camas para ver cosas extrañas. Textual. Así fue que una noche oscura y tenebrosa vi Freaks (Browning, 1932) antes de cumplir mis diez años. Estoy cierto que por el mismo canal y a la misma hora, aunque en noche menos bizarra, vi Harold & Maude (Ashby, 1971) quedando para siempre enamorado de las rolas de Cat Stevens. Mis amigos atestiguan haber disfrutado Melody (Hussein, 1971) en los cines. ¿Qué extraña razón convenció a los distribuidores de la época de Echeverría de que este último filme era “conveniente” mientras que Harold & Maude sólo se distribuyó por TV? ¡A sabéer!
Aquí, lectora del nuevo siglo, debes recordar que en aquéllos lejanos días la transmisión por televisión era de una sola vez, sin repeticiones. De hecho, el canal 8 de Televisa tenía un programa dominical llamado “Cine Permanencia Voluntaria” en el que se rellenaba (textual) la programación con una serie de dos filmes que se repetía dos veces –¡así de escasos eran los contenidos disponibles! Los programadores de Televisa, al parecer compitiendo con los de Canal Once, también nos recetaron cosas extrañas en esos domingos de saudade clasemediera… Así fue que vi en los 1970s Those magnificent men in their flying machines / Los intrépidos hombres en sus máquinas voladoras (Inglaterra, Annakin, 1965), The Russians are coming, The Russians are coming / ¡Ahí vienen los rusos! (EUA, Jewison, 1967) … y A Pál-utcai fiúk / Los niños de la calle Paul (Hungría, 1967) doblada al inglés con subtítulos en castellano. ¿Qué estaba haciendo esta última película en el catálogo de Televisa? ¡Otro misterio! Supongo que llegó allí porque en Los Ángeles fue nominada para el Óscar a mejor película en lenguaje extranjero…
Así las cosas, entre la población general, la juventud cinéfila de mi generación debía aguantar las veleidades de los distribuidores comerciales, o cazar cosas extrañas en la programación de la TV oficial (que sólo alcanzaba al Valle de México) y la TV privada (adonde los filmes dominicales de Canal 8 competían con desventaja con el insufrible Siempre en Domingo! de Raúl Velasco en Canal 2).
Sin embargo, para una minoría de la juventud, aquélla que logró entrar a las grandes instituciones de educación pública, había otras opciones. La UNAM y el IPN tenían cineclubes diversos, en los que se podían ver tanto las extrañas joyas de Canal Once como otras. En uno de esos espacios una amiga abogada, cuando era estudiante en el CCH de la UNAM, vio La Última Tentación de Cristo (EUA-Canadá, Scorsese, 1988). (Liga 1.) Le pregunté que cuál recordaba ella que era la tal tentación. Ella me dijo que le había impresionado mucho ver a Jesús (Willem Dafoe) bailando y visitando a la Magdalena (Barbara Hershey) en el prostíbulo de esta última.
Interesantemente, mi amiga no recordaba nada acerca de la tentación teológica de ser un humano normal y no morir en la cruz –que es el escándalo profundo tanto de la película como de la novela de Nikos Kazantzakis (1953) en que se inspiró el guion. De este tema ya he hablado en otro espacio (Liga 2).
Hoy me interesa recalcar el fuerte impacto cultural de tenía ver en pantalla –¡tan tarde como en 1988! – a un Cristo humanizado y carnalizado. Esto, pese a que desde los 1970s se cantaba en todas partes El Cristo de Palacagüina del nicaragüense Carlos Mejía Godoy. (Radio Educación programaba esas rolas.) Cristo podía politizarse y sumarse a la Revolución (“¡Mañana quiero ser guerrillero!” decía a María el Jesús de los palacagüinos), pero no carnalizarse, sexualizarse. Por eso es que Dan Brown (n.1964, de mi generación) alcanzó tan gran éxito con su novela de 2003, El código Da Vinci (versión fílmica de 2006, dirigida por Ron Howard)… adonde el santo grial es la descendencia consanguínea de Jesús y Magdalena (saint-graal/sang-royal).
Si Brown y Howard pueden sacar ganancia de las aventuras eróticas entre Jesús y Magdalena en los 2000s; si mi amiga abogada se sorprendía de un Jesús bailarín en los 1990s; no es de extrañar que en 1988 Lorenzo Servitje movilizara sus vastos recursos e influencia para asegurar que el filme no se distribuyese en salas mexicanas… ni que hubiese quienes le hicieran caso. Y lo peor es que lo sexual ni siquiera era la tentación.
Ligas usadas en este texto:
Liga 1:
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