Federico Anaya Gallardo
Hace algunas semanas te conté, lectora, del terrible papel realizado por Nicholas Hoult como Pedro III Romanov en la serie The Great. Ahora quiero reivindicarlo con su personificación del autor de El Señor de los Anillos en la película biográfica de Dome Karukoski (Tolkien, 2019). De nuevo, el Tolkien de los Wu Ming 4 en Estrella del Alba es una buena guía. En la película encontramos a John Ronald Reuel en dos etapas, como un adolescente (interpretado por Harry Gilby, detalle relevante, como verás)a quien la pobreza y la orfandad le alejan de la campiña inglesa y como estudiante en Oxford (Hoult) inmediatamente antes de (y durante) la Gran Guerra.
La trama presentada por Karukoski asume que la saga tolkeniana se inspira en la vida personal del autor. Los paralelos presentados son bastante exactos. Del mismo modo que Bilbo y Frodo, J.R.R. es huérfano pero vive rodeado de fantasmas familiares. La humildad de los jóvenes Tolkien se complementa con una amplia cultura del mismo modo que los hobbits de Bag End combinan una vida sencilla con lectura y escritura. En la preparatoria, el adolescente J.R.R. forma una sociedad artística, la T.C.B.S. (Tea Club & Barrovian Society) cuyo compromiso con las artes y estrecha amistad preludian La Comunidad del Anillo. E igual que la Comunidad, los miembros de la T.C.B.S. serán engullidos por una guerra-monstruo cuando, estando en la Universidad, estalle la primera guerra mundial. El director de Tolkien asume que su audiencia conoce la saga de La Tierra Media y, por lo mismo, muestra al adolescente imaginando escenas que muchos años más tarde se condensarán en los libros. Buena factura.
Hay quien sostiene que el Tolkien de Karukoski es aburrida. Hace tres años, el crítico español Javier Ocaña tuiteó que “No sé si #Tolkien era realmente como lo presentan en la película, pero si era así, qué cosa más indolente, aburrida y mortecina.” (12 de Junio de 2019, Liga 1.) Dos días más tarde, en El País, Ocaña afirmaba que el retrato del autor inglés lo presentaba como un personaje sin sustancia, alérgico a la pasión.
Pese a ello, el Tolkien de Karukoski despertó extrañas pasiones. En el portal The Imaginative Conservative, Joseph Pearce advirtió que el filme sería “la venganza de Wormtongue” –el agente de Saruman que envenenó la mente del rey Théoden de los Rohirrim. (Liga 2.) Pearce temía que los guionistas de la película –David Gleeson y Stephen Beresford– enfatizarían los elementos homosexuales del entorno tolkeniano. En 2003 Gleeson había dirigido Cowboys and Angels adonde exploró la problemática de la vida gay en Irlanda y Beresford fue quien escribió el guión de Pride en 2014. (Mi reseña de esa película la puedes ver en la Liga 3.) El terror pánico del señor Pearce encontró eco en España, adonde Pablo J. Ginés y el portal Religión en Libertad acusaron a Gleeson y Beresford de no entender que hay amistades masculinas no erotizadas. (Liga 4.)
Lo cierto es que el Tolkien de Karukoski está más cerca del aburrimiento del que se quejaba Ocaña que del escándalo vaticinado por Pearce y Ginés en las redes sociales ultracatólicas (iba a decir ultramontanas, pero no estoy seguro si es exacto). Ciertamente hay elementos homoeróticos en el guión, específicamente en la admiración que Tolkien causó en Geoffrey Bache Smith dentro de la T.C.B.S. Pero incluso en ese momento, los guionistas fueron leales a hechos biográficos bien documentados. El joven Tolkien estaba enamorado de quien luego sería su pareja de toda la vida, Edith Mary Bratt, desde que él tenía 16 años. Pese a ello, su tutor (el padre católico Francis Xavier Morgan) le exigió terminar la relación y concentrarse en sus estudios, al menos hasta cumplir los 21 años (entonces la mayoría de edad en Inglaterra). Tolkien aceptó, pues pese al dolor de la separación, él prefería la obediencia a su deseo (al menos así lo explicó años más tarde). Cuando el filme de 2019 toca esta crisis, es Geoffrey quien acompaña a su amigo y quien lo sostiene.
En una bella escena, ambos observan la práctica de esgrima de sus compañeros en Oxford. Tolkien ya ha decidido obedecer a su tutor y abandonar a Edith. Geoffrey le explica que acaso haya belleza en ese amor que quema y brilla, never tainted by reality, by overuse… amor que es claro y fiero hoy como en el principio. En el diálogo, la audiencia entiende claramente que Geoffrey habla de otro amor imposible –el de él por Tolkien. (Liga 5.)
Terminada la guerra y muerto Geoffrey, esta parte de la narración cierra su arco cuando Tolkien se entrevista con la madre de su amigo para pedirle autorización de publicar los poemas de su hijo. La madre, que acaba de descubrir que nunca conoció a su hijo, le pregunta al sobreviviente si Geoffrey conoció el amor. El Tolkien de Karukoski sólo atina a recordar la ternura y solidaridad de su amigo para con él.
El pequeño poemario de G.B. Smith apareció en 1918 bajo el título de A Spring Harvest. Un tributo póstumo de un buen amigo y una muestra de lo perdido en la guerra entre imperialistas. Pero esto –que es lo relevante– no es lo que importaba a los críticos ultracatólicos, sino el hecho de que el Tolkien adolescente fuese encarnado por Harry Gilby –quien interpretó en Just Charlie (Rebekah Fortune, 2017) a un muchacho que se descubre transexual. Este sería un guiño de los guionistas a la agenda LGBTT+, ciertamente. Pero NO, Karukoski no saca a Tolkien de ningún clóset.
Y sí, Ocaña tiene razón. El Tolkien de Karukoski es aburrido porque el verdadero no se atrevió a muchas cosas. Eso pese a que todos los que le rodeaban insistieron en que las palabras importan no por su morfología, sino lo que significan para los hombres y las mujeres que las pronuncian. Por eso el centro de la novela de los Wu Ming 4 es Lawrence de Arabia, el único de los intelectuales que se atrevió a vivir sus palabras en el mundo real.
En el espejo de la película de Karukoski, la fantasía de El Señor de los Anillos aparece más como un escape de la realidad que una historia épica. Un viaje a la oscuridad de los deseos nunca satisfechos, una oscuridad adonde Saurón nos atrapará a todos.
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