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“Piedras de fuego y agua. Turquesas y jades entre los nahuas”, en el Templo Mayor

Opuestos complementarios, las turquesas y jades descubiertos en el Recinto Sagrado de Tenochtitlan y en particular en el Templo Mayor, hacían referencia a la dualidad entre las deidades ígneas y las de la lluvia y la fertilidad. Ambas eran consideradas entre los grupos nahuas del centro de México como Piedras de fuego y agua, de ahí el título de la exposición que abrió sus puertas este viernes 23 de noviembre en el Museo del Templo Mayor (MTM).

En la inauguración, Diego Prieto Hernández, director general del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), resaltó que la institución logró reunir 137 magníficas piezas para esta muestra. Casi un centenar pertenecen a depósitos rituales descubiertos en el centro ceremonial de los mexicas, mientras otras 40 proceden de sitios huastecos, chalchihuitas, mixtecos y tarascos.

La exhibición se integra, entre otras expresiones materiales, de sartales de cuentas, bezotes, orejeras, narigueras, esculturas de divinidades como Xiuhtecuhtli-Tláloc, discos de mosaico, pectorales, cajas de piedra para ofrenda, cuchillos y cetros Xiuhcóatl ataviados con estas piedras. También destacan muestras minerales facilitadas por el Instituto de Geología de la UNAM.

Piedras de fuego y agua. Turquesas y jades entre los nahuas, expresó el titular del INAH, “se enfoca así en dos piedras preciosas que, según la cosmovisión de estos grupos, representan polos simbólicos opuestos y las dos fueron utilizadas en objetos de lujo, religiosos y mágicos-ceremoniales. Estos materiales no provienen de zonas geográficas aledañas, por lo que se obtenían mediante interacción comercial, los tributos, el intercambio o el botín de guerra”.

Entre los aspectos que aborda la exposición se encuentran: yacimientos, rutas de obtención, tributo, comercio y simbolismo entre los nahuas, a la par de semejanzas y diferencias de su uso con respecto a otras sociedades mesoamericanas, temas que también han quedado reflejados en el catálogo de la misma, el cual fue presentado previamente por Eduardo Matos Moctezuma y  Linda Manzanilla Naim, investigadores eméritos del INAH y de la UNAM, respectivamente.

En la presentación editorial, ambos arqueólogos, miembros de El Colegio Nacional, reconocieron las perspectivas novedosas abiertas por el proyecto “Estilo y tecnología de los objetos lapidarios en el México antiguo”, desarrollado desde hace 15 años por los doctores Emiliano Melgar Tísoc, Víctor Monterrosa Desruelles y Reyna Solís Ciriaco, curadores de la exposición que permanecerá en el Museo del Templo Mayor hasta marzo de 2019.

El montaje en el que convergieron los esfuerzos del MTM y de la Coordinación Nacional de Museos y Exposiciones del INAH, cuyos titulares son Patricia Ledesma Bouchan y José Enrique Ortiz Lanz, se distribuye en las alas sur y norte de la Sala de Exposiciones Temporales, aludiendo al principio del Templo Mayor, cuyo adoratorio sur estaba destinado a Huitzilopochtli, dios solar y de la guerra, mientras en el norte residía el dios pluvial y de la agricultura, Tláloc.

Emiliano Melgar, curador de la muestra e investigador del MTM, destacó que los análisis derivados del proyecto “Estilo y tecnología de los objetos lapidarios en el México Antiguo”, así como la relectura y reinterpretación de menciones en fuentes históricas, han demostrado que los nahuas y en general las sociedades mesoamericanas, hacían una distinción entre las “piedras azules” y las “piedras verdes”, aunque hace algunos años todavía se les agrupaba indistintamente bajo el término genérico chalchihuitl.

No obstante, en contextos arqueológicos se han recuperado “turquesas verdaderas” y “jades verdaderos” mezclados con otras piedras azules y verdes. Es por ello que la exhibición pone énfasis en la geología de la turquesa y la jadeíta verde imperial, y sus escasos yacimientos ubicados, respectivamente, en el noroeste de México y suroeste de Estados Unidos, y en el valle del río Motagua, en Guatemala.

El hecho de que la turquesa procediera de zonas desérticas le dotaba de un carácter cálido. Esta propiedad asociaba al mineral con el fuego, la hierba, el tiempo, el poder real y la sucesión política, caso del “atado de años” (que representaba el cumplimiento del ciclo de 52 años) y los ornamentos de divinidades ígneas y belicosas, como Xiuhtecuhtli, Huitzilopochtli y Mixcóatl.

Mediante el empleo de arqueología experimental y la observación de modificaciones arqueológicas con microscopía electrónica de barrido, es posible reconstruir los procesos y técnicas llevados a cabo en la manufactura de elementos lapidarios de origen arqueológico. En el caso de los objetos elaborados con turquesa, localizados principalmente en el Templo Mayor, el doctor Emiliano Melgar Tísoc indicó que se han establecido ciertos patrones.

Durante la fase preimperial, cuando los mexicas tributaban a Azcapotzalco, las piezas de turquesa eran sencillas y venían preelaboradas desde su lugar de origen. Tras el establecimiento de la Triple Alianza entre Tenochtitlan, Tlacopan y Texcoco, y la posterior consolidación del imperio mexica con Moctezuma Ilhuicamina (1440-1469), en ofrendas aparecen pocos objetos de turquesa de origen mixteco, entre ellos un mosaico circular de la Ofrenda 48, que podrían ser parte de botines de guerra.

“Todos los demás mosaicos y ornamentos de turquesa registrados, sobre todo en ofrendas de las etapas constructivas IVb a VII del Templo Mayor (1469-1520), no son traídos de provincias sujetas al imperio, sino que muestran una iconografía netamente tenochca, de deidades del centro de México, muchas de ellas nahuas. Esta particularidad iconográfica, de la forma del armado y de la tecnología que se replica en objetos elaborados con otros materiales, indica que el estilo imperial tenochca fue local y centralizado”, precisó.

Una obra maestra recientemente restaurada es el disco de turquesa recuperado en la Ofrenda 99 del Templo Mayor, donde están representadas siete deidades del fuego, la caza y la guerra, entre ellas Mixcóatl, Tlahuizcalpantecuhtli y Huitzilopochtli, cuyos rostros se conforman de dos piezas de distinta tonalidad que simulan pintura facial, mientras el tronco, los brazos y las piernas están compuestos por varias teselas que dotan de movimiento a las figuras.

Por su parte, el doctor en arqueología, Víctor Monterrosa Desruelles, detalló que mediante el análisis químico empleando la técnica Micro-Raman, se determinó que poco más de 300 piezas recuperadas en depósitos rituales del Templo Mayor de las que presentan color esmeralda son “jadeíta verde imperial”, proveniente de los yacimientos del Valle del río Motagua.

Un aspecto revelador es que estas piezas de jadeíta imperial —en su mayoría cuentas— halladas en Templo Mayor parecen haber sido manufacturadas en el área maya, pues su marcada estandarización y sus particularidades tecnológicas de instrumentos de trabajo (desgastadores de caliza, pulidores de jadeíta), ausentes en el centro de México, permiten confirmar su manufactura foránea.

Precisó que no se ha determinado si fueron elaborados por artesanos mayas contemporáneos a los mexicas, o si se trata de piezas del periodo Clásico (150-650 d.C.), en cuyo caso debieron obtenerse de contextos antiguos. Sin embargo, “nos inclinamos por esta última hipótesis, que se trata de reliquias mayas del Clásico, considerando que para el Posclásico Tardío (1200-1521 d.C.) y desde etapas anteriores, el acceso a estos bienes de prestigio era restringido”.

En contraste con las turquesas, las jadeítas eran piedras de agua, asociadas a la lluvia, corrientes de agua y fertilidad, por lo que eran adornos comunes de deidades del agua y la agricultura. El especialista Víctor Monterrosa Desruelles resaltó la exhibición de una vasija policromada, parte de la ofrenda de la Cámara III, que presenta las imágenes de la diosa del maíz maduro, Chicomecóatl, y del dios de la lluvia, Tláloc.

En su interior contenía más de tres mil cuentas, figurillas, así como una máscara que la cubría, elementos elaborados en piedra verde. Ésta y otras vasijas halladas en ofrendas simulan la fertilidad, ya que estos preciados bienes parecen estar vertiéndose como “agua petrificada”.

La doctora en antropología Reyna Solís Ciriaco, señaló que otro aspecto que se resalta en Piedras de fuego y agua, es la labor de los lapidarios, quienestenían una comunión con sus deidades, trabajaban con el “corazón endiosado”. En Tenochtitlan, fue Moctezuma I quien convocó la creación de un taller de artesanos, el cual surtiría de estos dones a la parafernalia político-religiosa del recinto sagrado.

Concluyó que a partir de estudios detallados, se detectó que hay objetos distintivos del Huey Teocalli y otros exclusivos de los edificios aledaños, “por ejemplo, llama la atención que los cetros sean mayoritariamente destinados a la Casa de las Águilas y al Templo Rojo de Sur, mientras que los instrumentos musicales se concentran más en el Tzompantli y en el Templo Rojo del Norte”.

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