Uno de los debates más complejos de este 2022 es la cuestión de las personas transgénero que utilizan espacios comunes que aún están organizados de acuerdo al arreglo hombre/mujer de la sociedad tradicional. No pretendo expresar una opinión personal definitiva en el tema, pues no sólo sería irresponsable dada mi ignorancia, sino impropio que un hombre cisgénero imponga –en cualquier grado, por cualquier medio– su visión en el tema. Sin embargo, sí quiero comentar un aporte que sobre el asunto me compartió una amiga feminista. Los roles tradicionales de género reproducen y refuerzan, desde hace milenios, conductas diferenciadas entre mujeres y hombres.
¿Qué refuerzan esos roles? Los tradicionalistas que hoy critican la –según ellos– peligrosa “ideología de género” nos venden que esos roles simplemente robustecen las características biológicas de nuestra especie. El problema es que en el entramado físico-biológico de los grandes primates (nuestro género zoológico) los machos están diseñados para ser agresivos. Es decir, las Derechas supuestamente modernas cuelan de contrabando una defensa de la agresión, del poder violento de los varones. Por eso es que los feminismos de Izquierdas han subrayan la cuestión del poder y la opresión.
En la primavera de 2022, Netflix estrenó una miniserie de seis capítulos basada en una novela de Sarah Vaughan (n.1972). Vaughan inició su carrera en las letras como reportera especializada en salud y política en The Guardian –el veterano periódico inglés de Izquierdas. Desde 2008 es reportera freelance y ha escrito cinco novelas. La tercera se publicó en 2018 bajo el título Anatomy of a Scandal (Anatomía de un Escándalo) y es la base de la producción de Netflix. Los seis capítulos son obra de la directora S.J. Clarkson.
Ví la serie poco después de la plática con mi amiga feminista. Y muchas de las cosas que me costaba trabajo entender en teoría se me aclararon al verlas dramatizadas con ejemplos. El “escándalo” es, en apariencia, la acusación penal por violación en contra de un distinguido miembro del Parlamento –parte del gabinete y amigo de toda la vida del Primer Ministro. La presunta víctima es una asistente parlamentaria del político.
La narración no nos permite saber si el acusado es culpable (que es uno de los artificios de un tipo de mysteries), sino que nos obliga a acompañar el proceso legal en el que debería descubrirse la verdad. Es decir, las y los espectadores estamos como la sociedad se enfrenta a todos los casos criminales: sin saber qué es lo que realmente ha ocurrido.
Primera cosa interesante de la novela y filme, tanto la acusación como la defensa están a cargo de dos abogadas; una caucásica (Kate Woodcroft, interpretada por Michelle Dockery) y la otra caribeño-británica (Angela Regan, interpretada por Jossette Simon). Ambas son QC, Queen’s Counsel, nombradas por la reina para ser consejeras de Su Majestad letradas en Derecho (Her Majesty’s Counsel learned in the law), una fiscala y otra defensora. Ambas utilizan la toga negra, cuello alto con aletas blancas y peluca blanca de pelo de caballo. Vale la pena decir que fue apenas en 1949 que la corona nombró a una mujer por como counsel para acusación en Inglaterra y Gales.
Las dos mujeres abogadas navegan a través del debido proceso legal evaluando la conducta del acusado. Woodcroft/Dockery es ya famosa por llevar la acusación en casos de violencia de género. Es una abogada comprometida con las presuntas víctimas y dura contra los presuntos agresores. Regan/Simon es puntillosa: no dejará que la acusación sea superficial, exigirá que se demuestre más allá de cualquier duda la responsabilidad de su defendido. El caso debe resolverse, en cuanto a los hechos, por un jurado de doce ciudadanas y ciudadanos británicos.
Un reto obvio es que el acusado es un político famoso –cuyo prestigio hace “increíble” la supuesta violencia de género. Pero el segundo reto de la acusación es más complejo: ambas partes –el ministro y su asistenta parlamentaria– reconocen haber tenido una relación íntima consentida antes de que ocurriese la violación. La fiscala deberá comprobar que el acto sexual específico no fue consentido.
Con el pretexto del proceso legal la novelista y la directora van acercando a la audiencia a la realidad material. Usan flashbacks que nos muestran tanto la vieja amistad del acusado con el ahora Primer Ministro (en la Universidad de Oxford) como su conducta en los meses previos a la denuncia por violación (en las oficinas del gobierno). Pero estas escenas no están guiadas por los recuerdos del hombre acusado, sino por los de su esposa y madre de sus hijos –quien se enamoró de él en la prestigiosa universidad. Otra vez se privilegia una visión femenina de la realidad dramatizada.
Cuando la presunta víctima de violación comparece ante el tribunal, de nueva cuenta la novelista y la directora nos llevan al pasado, mostrándonos cómo es que la asistente parlamentaria del acusado vivió los hechos.
Los recuerdos viejos de la mujer del ministro y las memorias recientes de la asistente parlamentaria/ex-amante nos acercan a la realidad de los exclusivos colleges de “Oxbridge” (portmanteau ó mezcla de palabras que une Oxford y Cambridge). Concretamente, nos muestran las sociedades de alumnos varones en las que se conocen los retoños de viejos dinastas é inteligentes aspiracionistas. (Ya te he hablado, lectora, de esos espacios a santo de las películas inspiradas en las novelas de Evelyn Waugh.)
Y es aquí adonde aparece la veta periodística de la novelista (Vaughan) y de la directora (Clarkson). Es a través de los ojos femeninos que descubrimos los roles de género que reproducen la dominación de los hombres sobre las mujeres. Más grave, averiguamos que esa dominación nos resulta tan natural a los machos de nuestra especie que somos inconscientes de ella.
Inconsciencia –sin embargo– jamás es inocencia. Es la más perversa forma de la irresponsabilidad.
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