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Literaturas del norte de México, retratos de otro mundo

 

Chessil Dohvehnain

 

(Agencia Informativa Conacyt).- “La categoría de literatura del norte es una de las categorías críticas más productivas, exitosas e interesantes de la literatura mexicana en las últimas décadas. En ese sentido, hay una enorme polémica en torno a la cuestión de qué debemos entender por norte o literatura del norte, y toda una serie de elementos que se adhieren a estas etiquetas.

Como la idea de literatura del desierto que se manejó mucho en la década de 1980, y también la idea de una literatura fronteriza, etcétera. Todos estos elementos abren una serie de imaginarios en torno a los cuales se generan manifestaciones literarias que van más allá de lo que tradicionalmente se postula: que es una literatura del crimen organizado, por ejemplo”, afirma el doctor Daniel Zavala Medina.

Para el doctor en literatura hispánica por El Colegio de México y miembro nivel I del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), la exploración de las distintas vertientes que surgen en los estados del norte de México muestran la necesidad de cuestionar los prejuicios y las categorías para plantear si de verdad existe una literatura norteña aparte de la literatura mexicana en general.

“Mi convicción es que no hay una literatura del norte sino una serie de literaturas. Ahora bien, establecer una serie de características en torno a esas literaturas y establecer un corte de estas con las literaturas del centro o del sur, sería muy arriesgado. Pienso que lo que nos corresponde como labor crítica de los estudiosos de la literatura, es ver qué elementos están constituyendo estos fenómenos literarios en sus distintas manifestaciones. Una de las cuestiones que se postulan es que en las literaturas del norte hay una esencia enlazada con el asunto de un paisaje que normalmente es el desierto, además de la especificidad del lenguaje, y de un grupo poblacional con características muy propias”.

Sin embargo, esa visión es una perspectiva heredada del siglo XIX, y que el también profesor investigador de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí (FCSyH UASLP) reconoce como útil para reflexionar que no se debe de pensar en las literaturas del norte como fenómenos aislados de otras manifestaciones culturales en México. Porque de lo contrario, esa perspectiva supondría la generación de especificidades culturales a partir de un paisaje, algo que en su momento entonaba con la estructura de las visiones nacionalistas de aquel siglo.

“Es un fenómeno complicado. Por ejemplo, estamos viviendo un periodo de crimen organizado en que el narcotráfico es muy visible, pero me parece que no podemos decir que la literatura del norte es fundamentalmente narcoliteratura. Creo que la visibilidad de esta literatura tiene que ver también con la visibilidad en los medios del fenómeno del narco, que podemos observar también en las llamadas narcoseries, que gozan de una gran popularidad, y que son espejo de un fenómeno que ocurre y que se consume. Entonces resulta que algunas editoriales están promoviendo este tipo de literatura, pero también es un fenómeno que se genera como una especie de exotismo”.

 

Y eso es interesante porque el caso de la narcoliteratura pareciera a simple vista el producto de una realidad que solo se vive en ese norte mexicano, esa otra región cultural que separamos del centro y del sur del país. Cuando en realidad la violencia se encuentra en todos lados. Hecho que en el norte se nutre del contexto sociopolítico y económico que surge de nuestra vecindad con los Estados Unidos, y sus obsesivas exigencias para controlar la violencia y el crimen organizado dándole mayor visibilidad.

“Me parece que tenemos una buena cantidad de autores que sí nacieron en el norte mismo. En primer lugar, daría el nombre de Martín Luis Guzmán, quien nació en Chihuahua en 1887 y que nos dejó un par de obras fundamentales de la literatura mexicana como son La sombra del caudillo y El águila y la serpiente. En cuanto a literatura del norte más reciente, tenemos autores muy interesantes como Carlos Velázquez (El karma de vivir en el norte) o Julián Herbert (Canción de tumba), que aunque este último no nació allá, es una de las figuras más visibles del fenómeno. Me gusta mucho la obra de Daniel Sada (Casi nunca), David Toscana (El ejército iluminado), Luis Humberto Crosthwaite (Instrucciones para cruzar la frontera), es decir, tenemos un abanico de posibilidades muy, muy interesante”.

La visión femenina del norte: una literatura de violencia y resistencia

“Pienso que la literatura del norte se da en una región que tiene muchas leyendas tanto de México como de los Estados Unidos, y que ha sido romantizada o demonizada como tierra de violencia, matanzas y feminicidios. Y pienso que ahí hay algo que no se lee mucho ni en México ni en los Estados Unidos, pero que es algo que representa la cultura en esta región, donde hay mucho más que las leyendas tanto buenas como malas”, afirma la investigadora Madison Felman-Panagotacos, maestra en literatura y lenguas hispánicas por la Universidad de California Los Ángeles (UCLA).

La investigadora tiene un particular interés en el uso de la ficción como un medio de disidencia política en Argentina y México, lo que le ha llevado a indagar cómo es que los contextos socioculturales latinoamericanos condicionan de manera profunda, tanto en cine como en literatura (por ejemplo, ha trabajado sobre la representación del trauma infantil en la filmografía de Lucrecia Martel), las producciones específicas de ambas geografías. Así, se crean mundos pero también las fronteras de pensamiento, e incluso políticas se derrumban ante la literatura.

“La gente al leer, aprende. Y al aprender de una cultura nueva, es como si se expandiera su conocimiento y sabiduría, como sucedería por ejemplo si una persona que no vive en la frontera comienza a leer literatura sobre la vida cotidiana en la frontera. Pienso que esto puede permitir construir desde la literatura mejores relaciones entre los Estados Unidos y México, e incluso entre regiones dentro de ambos países”.

Y es que a través de los productos humanísticos, como la literatura y el cine, se reflejan aspectos importantes de la realidad de espacios definidos, que permiten desentrañar percepciones de la vida, cosmovisiones contemporáneas y, en ocasiones, procesos que normalizan fenómenos como la violencia de género o el crimen organizado, que ante su visibilidad ni el cine ni las letras dudan en nutrirse a su alrededor.

 

“Por ejemplo, mi proyecto actual (de doctorado en la Universidad de California Los Ángeles) trata sobre la película La niña santa de Lucrecia Martel, una cineasta argentina, que tiene la violencia de género contra una chica adolescente como trama particular, e investigo la representación de la violencia sexual y de género específicamente desde las teorías de Jacques Derrida, y el trauma de la violencia sexual”.

La relación de la violencia de género con la literatura en el norte de México y del sur de los Estados Unidos se manifiesta de varias maneras, sobre todo por las distintas formas que todos tenemos de representarnos y ser representados desde los grupos sociales a los cuales pertenecemos, y en los cuales construimos nuestras identidades.

Para la investigadora Gabriela Barrios, doctoranda del Departamento de Español y Portugués de la Universidad de California Los Ángeles (Spanport UCLA), la teoría del trauma le ha permitido estudiar la complejidad de esos comportamientos en el caso de las comunidades marginalizadas, pero sobre todo en el caso de las mujeres y las resistencias que desde ellas emanan en ese espacio llamado frontera, donde la aceptación del convivir con la violencia es la norma.

“En la literatura eso se manifiesta en textos que yo consideraría un poco machistas en tanto al punto de vista a partir del cual se cuenta la violencia contra la mujer, porque hay ciertos textos que hablan muy en detalle sobre el cuerpo mutilado de una mujer. Pero luego hay ciertos textos que al hablar sobre lo mismo, no lo diluyen, pero sí lo hablan de manera muy respetuosa. Pienso en Desert Blood de Alicia Gaspar de Alba, originaria de Texas, que escribió esta novela sobre los feminicidios de Juárez. Y también está Antígona González de Sara Uribe, que toma otra perspectiva: ¿qué pasa con las mujeres que buscan a sus seres queridos desaparecidos y que tienen que reclamar a una entidad oficial que es cómplice?”.

Para la especialista en el estudio del rol de la literatura en los procesos de construcción de identidad en grupos marginalizados, esas resistencias femeninas por parte de las mujeres que, como ella, todavía están vivas, son de gran valor e importancia por la diversidad de formas de abarcar la violencia en la literatura del norte, sobre todo por aquella literatura escrita por mujeres.

“Y hay tantas otras maneras de abordarla respetuosamente y sé que tanto los autores masculinos como femeninos han estado produciendo mucho a la fecha, y creo que esta es una literatura bastante rica que ofrece muchas posibilidades de análisis. Pero también ofrece un espacio de poder para hablar de estos problemas en el norte, desde una estrategia activista”.

Con respecto a los estereotipos en la literatura del norte y las maneras de tratar la violencia, también se han desarrollado estrategias narrativas que permiten cuestionar y deconstruir esos arquetipos reproducidos en ocasiones hasta el cansancio en la literatura noir o negra, e incluso en la narcoliteratura, donde el género, la construcción de los cuerpos y las identidades juegan un papel importante en la escritura. Un hecho que permite replantear el papel de la mujer en el norte de México y el sur de los Estados Unidos.

“Pienso que lo primordial es tener una visión de la mujer y las personas marginalizadas como personas, primero. Personas que no necesitan de la ayuda de una persona que se siente superior o que les tiene lástima, etcétera. Esto se manifiesta mucho en la descripción literaria de cadáveres femeninos. Cuando un autor o autora describe un cadáver femenino, hay un problema de representación con el que se tienen que enfrentar. Y se dan cuestiones como ¿vamos a hablar de este cuerpo de manera pseudosexualizada?, ¿o vamos a hablar de estas heridas o de esta mutilación de manera sensacionalista?, ¿o vamos a hablar de esto de manera respetuosa?, y que tienen que ver con la trama”.

Para ella, esto es de gran importancia porque en cada momento del texto, novela o narración escrita se ha de reflexionar qué aporta a la trama o al mensaje general la presencia de la violencia de género descrita tan presente en la literatura del norte. Y que en la novela negra o narcoliteratura permite recrear formatos heredados de la obra de Edgar Allan Poe o de Raymond Chandler (The big sleep), que ya cargan con una fórmula sutilmente machista de que el hombre es el héroe trágico, mientras la mujer está para ayudar o ser víctima.

“Pero la belleza de la literatura es que tiene una gran diversidad de estilo y de forma, pero creo que ahora se necesitan más voces que se unan a las existentes y que hablen de la violencia de manera ética. Especialmente en estos géneros que se pueden prestar mucho al sensacionalismo, y que no está limitado a esto ya que tiene mucho potencial”.

Literatura del norte y diversidad cultural

“Discutir en torno a una narrativa muy particular que se ha generado en los últimos años bajo el apelativo de literatura del norte es necesario dada su particularidad, en la que busca tener una identidad respecto del centro de México. Normalmente la literatura, y la cultura, siempre la centralizamos en la Ciudad de México y de ahí surge una serie de estereotipos en cuanto lo que es lo mexicano. Y sabemos que el norte tiene una tradición enorme en cuestiones culturales y lingüísticas, también muy diferente por cuanto se encuentra cercano de la frontera”, opina el doctor en artes y humanidades Ramón Alvarado Ruiz, de la licenciatura en lengua y literatura hispanoamericana de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí.

Gracias a esto es que han surgido distintas generaciones de escritores con un estilo y un tono particulares, que incluso en un primer momento sus obras eran calificadas bajo el apelativo de literatura de la violencia, de donde la narcoliteratura sería una especie de heredera conceptual. Por lo que la necesaria ruptura de esas etiquetas de género solo ocurrirá, según el académico, mediante el encuentro y escucha de las voces de esa generación de autores y sus obras en la reflexión.

“Esta literatura es una que acentúa mucho la cuestión regional. Cuando digo esto me refiero a una literatura anclada en las dinámicas de vida, en la cotidianidad. Parece ser también que la cuestión de la violencia es una tónica. Y esa violencia no es necesariamente aquella derivada del conflicto entre grupos antagónicos del crimen, sino lógicamente también una violencia originada en la cuestión de la supervivencia como pasa en la frontera”.

Para él, la noción que construimos sobre el norte es una que apela a la realidad fisiográfica del espacio y que es recreado contextualmente por la literatura, donde el gran norte de México se erige como telón de fondo para contar las historias que se escriben ahí. Historias que para él le confieren a esta literatura una identidad propia.

“Sí la hay, si nos vamos a cuestiones tan concretas de la región como lo lingüístico, la alimentación, la música, a veces estereotipadas bajo un solo género, pero que esconden toda la influencia musical proveniente de los Estados Unidos y que, insisto, permea en la literatura. Creo que la idea es, al final, ver el país como un mosaico de culturas que se cristaliza en un México diverso”.

 

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