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Opinión

4 Cleopatras 4

Federico Anaya Gallardo

La semana pasada, lectora, te conté algunas de las extravagantes aventuras de la producción de Cleopatra, película dirigida en 1961-1963 por Joseph L. Mankiewicz (1909-1993) para la 20th Century Fox. La puedes ver doblada al Castellano en la versión de cuatro horas en YouTube gracias a “JC Classics”. (Liga 1.) De acuerdo con los créditos de entrada, el guion cinematográfico se debe a Mankiewicz, Ranald MacDougall (1915-1973) y Sidney Buchman (1902-1975) –quienes siguieron los registros de los clásicos Plutarco, Suetonio y Apiano así como The Life and Times of Cleopatra (1957) del periodista y novelista Carlo Maria Franzero (1892-1986).

Los guionistas forman un trío bizarro de activistas-artistas. El padre de MacDougall era un operador de grúas y organizador sindical cuyo activismo obligó al muchacho a abandonar la escuela en segundo de secundaria. El chico se formó como escritor en la praxis, haciendo guiones de radio en la Nueva York de los 1930s. En cambio, Buchman estudió en la Universidad de Columbia en los 1920s y fue miembro de la Philolexian Society, uno de los clubes de oratoria y literatura más antiguos de la Costa Este de los EUA. Durante el macartismo fue perseguido y puesto en la lista negra por negarse a dar nombres de miembros del Partido Comunista estadounidense. Retornó al estrellato con Cleopatra. Por su parte, Mankiewicz creía que un director debía ser necesariamente guionista de sus filmes para lograr una visión artística uniforme. Esta convicción suya lo hizo atractivo como reemplazo del primer director de Cleopatra, Rouben Mamoulian, en 1961 –cuando el primer intento de rodaje fracasó estrepitosamente.

Aparte, Mankiewicz había dirigido una versión cinemática del Julio César de Shakespeare en 1953, estelarizada por Brando, Mason y Gielgud. (Liga 2.) Fox imaginó que su director-guionista estaba preparado para realizar una película de época. No desdeñemos la presencia de Shakespeare en la génesis del guion de la Cleopatra de 1963 ni el impacto de la novela de Franzero –un escritor antifascista que debió rehacer su vida en el exilio inglés.

El Bardo destiló una de las mejores versiones renacentistas de la saga cesariana. Sabemos que las seis horas de la versión original de Mankiewicz estaban pensadas para dos películas, separando las relaciones de Cleopatra con César en la primera y el affaire con Antonio en la segunda. Así hizo Shakespeare. Dos tragedias, Julio César en 1599. Antonio y Cleopatra en 1606. Pero Fox no se podía dar el lujo de dejar para una segunda entrega el amor entre Burton y Taylor. Ambos habían empezado un amorío ilícito en el set que escandalizó a las clases medias yanquis é incluso produjo un regaño del Vaticano contra esos “caprichos de niños adultos [que] son un insulto a la nobleza de millones de parejas que consideran la familia como algo hermoso y santo, a lo cual dedican sus vidas”. (Liga 3.) ¡Fox sabía que había que convertir el escándalo en cash! Esta decisión de negocios provocó símbolos como Cleopatra/Taylor reclinada entre dos amantes, Antonio/Burton a la derecha y César/Harrison a la izquierda.

Paradoja: esa imaginería de circunstancias remachó en las audiencias el ícono tradicional de la última faraona como mujer fatal capaz de “envenenar” la mente de grandes estadistas. La mujer como culpable de todo. El varón como víctima de embrujos.

Cuando Roddy McDowall (encarnando a Octaviano en la película de Mankiewicz) se entera de la muerte de Antonio, estalla. Pronuncia una sentida elegía en honor de su enemigo político: “—La sopa está caliente. La sopa está fría. Antonio vive. Antonio ha muerto. ¡Tiemblen con terror cuando esas palabras pasen por sus labios! No sea que mientan y venga Antonio a cortarles la lengua. Pero… si fuese verdad, ¡qué honor ha sido pronunciar su nombre al momento de su muerte!” Lo anterior, pese a que todos sabemos que la oposición entre Octaviano y Antonio era previa a la alianza del último con la faraona –y que sus proyectos políticos eran totalmente opuestos.

La leyenda negra de Cleopatra es antigua. En 30aC, en su Oda I.37, el poeta Quinto Horacio Flaco (65-8 aC) la describía como dementes (loca), impotens (desenfrenada), ebria (exaltada) y fatale monstrum (funesto prodigio). ¿Por qué loca? Porque Cleopatra buscaba la ruina del Capitolio congregando a su alrededor un rebaño de personas enfermas –entre ellas Marco Antonio y los cesarianos de oriente. ¿Por qué desenfrenada y ebria? Porque Cleopatra, Antonio y sus seguidores creyeron sin razón que serían favorecidos por la dulce Fortuna. ¿Por qué funesto prodigio? Porque la saga de Cleopatra anunciaba que Oriente engulliría Occidente… (Recuerda lectora que esta última oposición ya era vieja en tiempos de César, Antonio y Cleopatra. Doscientos años antes ya la podíamos leer entre líneas en los escritos de Aristóteles.)

En la Oda I.37, Horacio no menciona el nombre de la faraona (invisibilización, se dice hoy en día). En cambio, sí habla de Octaviano (ya exaltado como “César”), quien sacó de su sopor alcohólico a los antonianos y los llenó de “verdadero temor” en la batalla de Accio (31 aC). Una oda al patriarcado triunfante. Pero hay más. Horacio había sido enemigo de Octaviano. Había peleado junto a los oligarcas republicanos (Bruto y Casio) en Filipos en 42 aC. Pero diez años después había cambiado de chaqueta política. En parte, porque el agente publicitario de Octaviano, Cayo Mecenas (70-8 aC), lo había comprado. En parte, porque Horacio se había convencido de que, entre los cesarianos, la facción de Octaviano podría lograr la estabilidad social. (En esto sigo el ensayo de M. Estela Assis de Rojo, sobre la escritura poética de la historia, Liga 4.)

Un detalle más de la Oda I.37. Cuando se refiere a la muerte de Cleopatra, el poema de Horacio la transforma. Ya no es ni loca, ni ebria, ni funesto prodigio. El romano reaccionario se admira de la decisión de la mujer que prefirió quitarse la vida a ir encadenada a Roma. Assis de Rojo nos explica el cambio: Horacio masculiniza a la faraona, pues usualmente sólo los varones optaban por esa salida ante la derrota política. No nos engañemos: los romanos tradicionalistas siguieron viendo a los antonianos como borrachos irresponsables y a su aventura egipcia como una locura. Horacio eleva al altar cívico a la reina derrotada sólo para exaltar a Octaviano-César, conquistador final de Egipto.

Sin embargo, arqueólogos é historiadoras nos aportan más datos. Si bien Octaviano no pudo exhibir a Cleopatra como trofeo en su desfile triunfal, sí arrastró tras su carro de guerra a dos de los hijos que la faraona tuvo con Marco Antonio: Alejandro Helios y Cleopatra Selene. Los dos chicos fueron luego criados por la mujer romana de Antonio, Octavia Minor –la hermana de Octaviano. El muchacho murió joven en Roma. Octaviano, ya llamado César Augusto, desposó a la hija de su viejo rival con otro joven rehén nor-Africano, Juba de Numidia. Ambos gobernaron la Mauritania romana desde una nueva capital a la que llamaron Cesárea.

Regresemos a la madre de Selene. Siglo y medio después de su suicidio, la última faraona fue descrita por Plutarco como una mujer capaz de persuadir en un coloquio y que oír su discurso era como escuchar un instrumento de varias cuerdas. Es decir, la Cleopatra histórica no era una femme fatale, sino una política de alto rango. Fue una adversaria tan importante de Octaviano que este debió administrar cuidadosamente el destino de sus hijos –usándolos como rehenes y como gobernantes satélites. El cine aún nos debe un retrato así de complejo.

La Cleopatra de Mankiewicz en 1963 fue una versión exagerada del estereotipo creado por Horacio y popularizado por el teatro shakesperiano. (La debaucherie de Taylor y Burton sólo subrayó eso.) En la serie Roma de HBO, transmitida por streaming entre 2005 y 2007, esa Cleopatra-bruja no sólo permanece, sino que (interpretada por Lyndsey Marshal) se nos presenta como una heredera tonta, mimada y adicta a substancias sicotrópicas. Viendo el complejo retrato que HBO hizo de la Roma cesariana, creo que este personaje merecía mayor atención. Por ejemplo, podrían haber seguido el personaje imaginado por la historiadora y novelista australiana Colleen McCullough. Su Cleopatra es una joven y atenta discípula de Cayo Julio César y, a partir de ello, construye un proyecto político serio para el Mediterráneo oriental.

Lo político, es la pista seria y profunda que separa a las dos kino-Cleopatras que he mencionado de la original. Esa pista es la que guía a Tina Gharavi en los cuatro capítulos de Reinas Africanas que dirigió para Netflix este año de 2023. (Liga 5.) La Cleopatra de Gharavi, interpretada por Adele James, aporta mucho más que equilibrio étnico a este personaje. Más sobre esto la semana que viene.

Ligas usadas en este texto:

Liga 1:

https://www.youtube.com/watch?v=p0jqBuNvvs0

Liga 2:

https://humanities.wustl.edu/markings/246

Liga 3:

Richard Burton, el amor de Elizabeth Taylor

Liga 4:

https://bdigital.uncu.edu.ar/objetos_digitales/12367/01-assis-de-rojo.pdf

Liga 5:

https://www.fotogramas.es/series-tv-noticias/a43666939/cleopatra-serie-documental-netflix-polemica-actriz-negra/

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