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Opinión

Ver para pensar: El Principado en celuloide (Heródoto)

Federico Anaya Gallardo

No sabemos si existió Homero, el aedo a quien se atribuyen la Ilíada y la Odisea. Pese a ello (ó tal vez debido a ello) las imágenes de esos poemas épicos sobrevivieron milenios en varias civilizaciones. En el siglo XIX europeo los primeros arqueólogos modernos emprendieron sus aventuras creyendo a pié juntillas que la Ilíada refería una guerra histórica. Heinrich Schliemann (1822-1890) creyó haber encontrado la Ilión-Troya de Príamo, Héctor y Paris en el sitio arqueológico de Hisarlik, Turquía. Se dice que el arqueólogo se había enamorado de la saga al ver el grabado de Eneas escapando de la Troya en llamas, cargando en la espalda a su anciano padre Anquises y con su hijito al lado. Esa imagen es el punto en que el poeta romano Publio Virgilio Marón (70-19 aC) retomó la leyenda homérica para crear otra historia fantástica: la Eneida.

Virgilio escribió su Eneida por un encargo de Mecenas –el “coordinador de comunicación social” de Octaviano César– pero para no parecer demasiado zalamero, el poeta no cantó directamente las glorias de quien sería proclamado Augusto, sino que hiló un largo poema que explicaba cómo los sobrevivientes de Troya habían peregrinado por el Mediterráneo hasta llegar a Italia, adonde fundaron Roma. Se trata de una mega-producción poética alrededor de aquél viejo argumento de la Familia Julia que decía descender de un hijo de Eneas llamado Julo. (Y Eneas era hijo de Venus-Afrodita… no es que Augusto sea maravilloso, diría el poeta, sino que su familia es increíble. Los caminos de la adulación son fascinantes.)

Hoy podemos criticar la politiquería de Mecenas, Virgilio y Octaviano porque incluso en sus tiempos el recurso a la leyenda ó la invención de genealogías divinas ya había pasado de moda. (Por eso es que la historia de la confección de la Eneida ha sobrevivido dos milenios.) Octaviano peleó contra Cleopatra y Antonio precisamente para evitar que el principio dinástico-religioso de las monarquías helenísticas se contagiara al modelo republicano romano –que nosotros llamaríamos “más racional”. Así las cosas, que Mecenas haya animado al poeta a hacer lo mismo que los antonianos pero à-la-Romana nos indica que pese a que la sociedad romana era “racional” aún había necesidad de lo “fantástico” para legitimar lo “político”. En vida, ni el Senado ni Augusto permitieron que se le rindiera culto religioso al príncipe en Roma; pero se dejó que en las provincias orientales se le levantasen templos. Césares posteriores fueron deificados en Roma después de muertos. Y no todos: la propuesta de deificar a Claudio (Divi Claudius) causó burlas. Séneca escribió una sátira en contra: su escrito no se tituló Apoteosis divi Claudii (“cómo Claudio se convirtió en dios”) sino Apocolocyntosis divi Claudii (“cómo el divino Claudio se convirtió en calabaza”).

Claudio mismo se habría reído… (Algún día te contaré de las dos escenificaciones inglesas de la novela Yo, Claudio de Robert Graves, lectora.)

Volvamos a “lo racional”. Frente a la tradición épica y religiosa, desde el siglo IV aC existía en las ciudades griegas una disciplina seria de comparación política. El romano Marco Tulio Cicerón (106-43 aC, contemporáneo de Virgilio) habló por primera vez de un Padre de la Historia. Se refería a un autor (entonces ya tricentenario, pues vivió alrededor del 400 aC) que empezó así su gran libro: “Heródoto de Halicarnaso presenta aquí los resultados de su investigación para que el tiempo no abata el recuerdo de las acciones humanas, y que las grandes obras realizadas –ya sea por los griegos, ya por los bárbaros– no caigan en el olvido. Da también razón del conflicto que enfrentó a estos dos pueblos”.

Nota, lectora, el énfasis en “acciones humanas” (γενόμενα ἐξ ἀνθρώπων τῷ / genómena ex anthrópon tó) y grandes obras realizadas (ἔργα μεγάλα τε καὶ θωμαστά / érga megála te kaí thomastá). Aquí no hay agencia divina. Apolo y Atenea no apoyan a los griegos, Venus-Afrodita y Artemisa no apoyan a los troyanos. Son los seres humanos los que construyen sus sociedades y quienes son responsables de sus conflictos. Por eso el autor le gustaba a Cicerón y a César… pero no a Virgilio y acaso tampoco a Augusto.

Aún más interesante. Heródoto reconoce que las grandes obras pueden haber sido realizadas tanto por griegos (Eλλησι / Ellisi) como por “bárbaros” (βαρβάροισι / Varvaroisi). Por eso sería también el Padre de la Geografía y el abuelo de la Etnografía. Hay una explicación geo-antropológica para esta visión: Halicarnaso es una ciudad griega en la costa de Anatolia (Bodrum en la actual Turquía) y estuvo bajo dominio de los persas aqueménidas durante toda la vida de Heródoto (484-425 aC). Su ciudad peleó del lado persa en las guerras de los persas contra Atenas y Esparta. Pero Heródoto era griego. Por eso le interesaba explicarse (y explicar a sus lectores) por qué había ocurrido la confrontación.

¿Te parece moderno, lectora? Lo es. Hoy día, Heródoto habría estado del lado de la interculturalidad. Plutarco, un sacerdote y biógrafo conservador que vivió 500 años más tarde (50-120 dC), repudiaba a Heródoto diciendo que era un φιλοβάρβαρος (filobárbaros) –“amante de los extranjeros”. Plutarco estaría a gusto con gentes como el mexicano Verástegui, el español Abascal y el estadounidense Bannon.

El centro de la Historia de Heródoto son las “Guerras Médicas”. Los griegos llamaban medos a los persas, confundiendo dos pueblos arios emparentados: los medos que destruyeron la Nínive asiria y los persas que vencieron más tarde a los medos. Los dos eran pueblos de jinetes provenientes de las grandes planicies del Asia central que se asentaron en las montañas al Este de Mesopotamia. Heródoto se cuida de explicarnos las diferencias. Una versión moderna de esta descripción puedes leerla en Fuego Persa (2005) del británico Tom Holland (¡no el Hombre Araña adolescente!), editada en Castellano por Ático de los Libros en 2019.

En general, los griegos veían igual a todos los habitantes del Este. Una actitud que hoy llamaríamos irracional y racista que coincide con las visiones heroicas y religiosas porque ambas simplifican eventos muy complejos y muy angustiantes.

Aunque Usted no lo crea (diría el señor Ripley), las actitudes contrastantes de Plutarco (el racista) y de Heródoto (el intercultural) reaparecen en la cinematografía del siglo XX.

En 1909 los franceses André Calmettes y Charles Le Bargy filmaron Le Retour d’Ulysse de 12 minutos acerca del Ulises homérico. La puedes ver en YouTube gracias a “Films by the Year” que compartió una edición a partir de copias sobrevivientes en la Biblioteca de la Universidad de Princeton. (Liga 1.)

En 1911 los italianos Francesco Bertolini, Giuseppe de Liguoro y Adolfo Padovan nos regalaron otra versión de Ulises, L’Odissea de 23 minutos. La puedes ver también en YouTube gracias a “Péplum-UTLA”. UTLA es la Université du Temps Libre d’Aquitaine en la ciudad de Pau, en el suroeste francés. (Liga 2.)

Ambas películas mudas se enlistan en la versión simplificadora de los mitos heroicos –aunque solamente la italiana recurre a la intervención divina (Atenea disfraza a Ulises de pobre al llegar a Ítaca). Plutarco estaría contento de ellas, pues se enaltece el patriotismo helénico (y Occidental). Ambas muestran la visión que las potencias latinas tenían de su pasado mítico antes de la Primera Guerra Mundial.

En cambio, en La Batalla de Maratón de Jacques Tourneur, Bruno Vailati y Mario Bava (The Giant of Marathon, 1959) la trama cinematográfica sigue el relato laico de Heródoto acerca de la Primera Guerra Médica. Otra vez, la puedes ver en YouTube gracias a “Stéphane GARNIER” en una versión doblada al Castellano. (Liga 3.) Darío ha invadido la península griega para castigar a Atenas y Esparta –las dos ciudades-Estado que le negaron obediencia. Aparte –Heródoto nos informa– Atenas había apoyado una sublevación de los griegos en Asia Menor, que el Rey de Reyes persa debió aplastar.

Tourneur-Vailati-Bava no se meten mucho en la complejidad geo-política pero nos dejan ver que, dentro de Atenas, hay quienes apoyan a los persas. Este es el “malo” de la película: Teócrito (un personaje inventado interpretado por Sergio Fantoni). Del lado luminoso tenemos a Filípides –un personaje histórico, que era corredor-correo– y que es interpretado por el famoso fisiculturista estadounidense Steve Reeves. (Este Reeves hizo fama en Europa haciendo películas de espada y sandalia, como ésta; en una vida paralela a la del austriaco Schwarzenegger.)

Filípides es el centro de la acción. Pelea en Maratón y luego corre de regreso a Atenas a avisar de la victoria (la carrera original que luego se consagró en la Olimpiada). Luego pelea en el puerto ateniense en contra de los barcos persas comandados por el traidor Teócrito y allí rescata a la chica linda (una ficticia Andrómeda, interpretada por Mylène Demongeot). El atleta corre, lanza jabalinas incendiarias, monta a caballo, nada para poner trampas submarinas. La película cumple con su fin de entretener.

Pero, pese a la parquedad de los directores, también nos muestra la división política ateniense. Atenas es una democracia y toma decisiones en colectivos. Teócrito trata de convencer a las asambleas de aceptar la dominación persa. Trata de presionar al padre de Andrómeda, quien duda porque él era parte del partido conservador ateniense… pero finalmente decide votar por la independencia. Al fracasar, Teócrito se pasa al lado del Rey de Reyes.

Esta complejidad refleja divisiones internas reales. La Atenas de la primera Guerra Médica acababa de expulsar a su tirano, Hipias –quien se refugió en la capital persa y ayudó al Rey de Reyes a invadir Grecia. En 1959 el Teócrito de Tourneur-Vailati-Bava es un agente de Hipias. Las dudas del padre de la Andrómeda de 1959 muestran que algunas de las familias nobles de la ciudad fueron acusadas de jugar doble en esa guerra, entre ellos, los Alcmeónidas. El fundador de la democracia ateniense era de esa familia: Clístenes. Heródoto recupera esos rumores en su Historia pero opinó que eran falsos. Justo cuando los atenienses vencían en Maratón, nació entre los Alcmeónidas un niño que lideraría a la democracia ateniense en sus días de gloria: Pericles.

Con todo lo anterior, lectora, podrás disfrutar mejor del entertainment “de romanos” (como dice Joaquín Sabina) en The Giant of Marathon.

Ligas usadas en este texto:

Liga 1:

Liga 2:

Liga 3:

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