Por Jacinto Rodríguez Munguía / Fábrica de Periodismo
A las siete de la noche con 20 minutos del 23 de agosto de 1973 al telefax de la Secretaría de Relaciones Exteriores ingresó, lento y ruidoso, un mensaje cifrado de la embajada de México en Chile. El perito en decodificación comenzó a transcribir:
Primero el encabezado: 318 urgente confidencial referencia mi telegrama abierto 317.
Luego el contenido urgente del mensaje:
“Considero situación de la mayor gravedad tomándose en cuenta se acentúa la división de las fuerzas armadas simultáneamente nuevo intento Congreso planteando quebrantamiento orden legal y constitucional preparando el clima para posible golpe de estado. Estímese unidades Fuerza Aérea Santiago grupo 7 al 10, Escuela Mantenimiento Especialidades y Escuela Aviación estarían contra Gobierno. Armada su mayor parte estarían también contra Gobierno. Acerca ejército se carece datos precisos posición asumiría rompimiento. Firma: MARTINEZ CORBALA”.
Esa fue la última comunicación enviada por Gonzalo Martínez Corbalá, entonces embajador mexicano en Santiago de Chile, antes de que el 11 de septiembre de 1973 cayera el golpe militar, “el quebrantamiento legal y constitucional” de un gobierno democrático como el que encabezaba el presidente Salvador Allende.
Hasta esa fecha, 23 de agosto de 1973, llegan los documentos resguardados en los archivos de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), en los que Fábrica de Periodismo ha consultado los cables políticos y administrativos provenientes del sur del continente.
Ese día, según cuenta Martínez Corbalá en sus memorias, fue clave para el frenético desarrollo de los acontecimientos en Chile. La mayoría opositora de la Cámara de Diputados lanzó un pronunciamiento que, “si bien no pareció ser suficientemente categórico en opinión de los generales”, se recibió como una buena base para tranquilizar la conciencia de los militares dispuestos a dar un golpe de Estado en nombre de la “defensa de las instituciones y del restablecimiento del orden constitucional”.
Al igual que en los papeles de la Cancillería, en las memorias de Martínez Corbalá también existe ese salto cronológico. El ex embajador no compartió sus recuerdos sobre lo ocurrido entre el 23 de agosto y el 11 de septiembre, día en que los militaron se levantaron desde la madrugada para lanzar cómo un rayo un golpe de Estado cuyos detalles habían afinado en las semanas previas.
La Dirección General del Departamento de América de la SRE envió una sola línea de respuesta: “ENTERADO SUYO 318 RUEGOLE SEGUIR INFORMANDO”.
Silencio oficial entre esas dos fechas. El tono del telegrama escrito en Santiago de Chile por el embajador mexicano la última semana de agosto ya anunciaba el ocaso para Salvador Allende, el hombre que había confiado en las palabras de un general llamado Augusto Pinochet.
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En julio de 1972 el presidente Luis Echeverría Álvarez le pidió a Gonzalo Martínez Corbalá hacerse cargo de la embajada mexicana en Chile.
Desde el primer momento, narra en La historia que viví, obra que reúne los recuerdos del embajador, “recibí instrucciones precisas de brindar apoyo diplomático y activar el intercambio comercial a un gobierno con el que se tenían magníficas relaciones”.
Echeverría Álvarez no le ocultó que, dado el momento histórico que experimentaba Chile, la misión no sería fácil, pero le anunció que estaría atento a los acontecimientos, por lo que esperaba que los informes y noticias se le enviaran con la oportunidad, frecuencia y amplitud necesarias.
Martínez Corbalá llegó en agosto de ese 1972, todavía durante el invierno sudamericano, y pronto cayó en cuenta de que en los cuarteles y en las mansiones de la élite se fraguaban planes de desestabilización.
Meses después, el 6 de marzo de 1973, el embajador asistió a la residencia presidencial de Tomás Moro para celebrar que la Unidad Popular, la coalición política de izquierda que había llevado al poder a Allende, había ganado las elecciones parlamentarias.
Los asistentes felicitaban al presidente, pero Martínez Corbalá no lo hizo. Allende le preguntó por qué, a lo que embajador respondió: “Esta es la última instancia legítima que la oposición ha intentado para derrocar a su gobierno. De aquí en adelante, usted puede esperar cualquier cosa”.
Los reportes diplomáticos que llegaban a México desde 1972 avalaban el pesimismo del embajador mexicano. Anunciaban, casi de manera inevitable, un desenlace como el que ocurrió.
Los documentos del archivo de la SRE desbordan información sobre la crisis, que crecía y crecía, entre el presidente Allende y los empresarios; entre Allende y el Congreso; entre Allende y sus aliados. Los reportes constituyen una minuciosa crónica diplomática, construida día a día, sobre la irreversible brecha entre Salvador Allende y una parte de la sociedad chilena.
La lectura reposada de esos papeles lleva a la conclusión de que desde 1972 estaban ya dibujadas las líneas del estallido de una crisis social alimentada por sectores opuestos a un gobierno de izquierda que conduciría a la sangrienta dictadura militar que desapareció, torturó y asesinó a miles y miles de chilenos
Así lo registra el primer envío de la embajada de México en 1973. Tiene fecha del 22 de enero. El embajador informa que la escasez de alimentos y artículos de primera necesidad habían ocasionado serios trastornos en todo el país, como un paro de 48 horas realizado en la mina de Chuquicamata.
“Aun cuando se ha negado la existencia de racionamiento alimenticio, en diversos círculos de opinión se estima que de hecho se está llevando a cabo con tendencia a agravarse… Tomar medidas ante crecimiento del mercado negro de alimentos crece. El Partido Demócrata Cristiano rechaza estas medidas”.
Luego, seguirían más reportes preocupantes desde la embajada en Santiago:
“26 de enero: El Partido Socialista se declara en desacuerdo con las medidas propuestas por el ministro de Economía Orlando Millas”.
“7 de marzo: Resultados de la elección del Congreso. Retraso en las entrega de los resultados y manifestaciones de protesta en las calles de Santiago. Prensa de hoy plantea esta irregularidad como de mayor importancia”.
Entre los documentos que se encuentran en el archivo histórico de Relaciones Exteriores, destaca un inusual parte militar. Está fechado y sellado en los primeros meses de 1973 y aparece rubricado con la firma del entonces secretario de la Defensa Nacional, Hermenegildo Cuenca Díaz.
El general Cuenca Díaz transmite a la Cancillería mexicana un reporte de su agregado militar en Chile, en el que centralmente se indica que “la renuncia masiva del gabinete del Sr. Presidente Dr. Salvador Allende tuvo por objeto permitir que el citado funcionario estructure un nuevo organismo de acuerdo con sus ideas y necesidad”.
Cuenca Díaz le informa a Emilio Rabasa, titular de la Secretaría de Relaciones Exteriores: “Ordené al citado Agregado Militar que se mantenga al tanto del proceso político de la República de Chile, informando de los acontecimientos relevantes que se sucedan”. La fecha, 27 de marzo.
El agregado militar era Manuel Díaz Escobar, creador y coordinador de Los Halcones, un grupo paramilitar que el 10 de junio de 1971 había masacrado a decenas de estudiantes que participaban en una protesta en la Ciudad de México.
Luis Echeverría envió a Díaz Escobar como agregado militar a Chile, a donde llegó el 1 de marzo de 1973.
Ese nombramiento, inusual e incompatible con el perfil del embajador, podría parecer una equivocación, pero no lo era. Echeverría designó a un diplomático especial como Martínez Corbalá, quien creía en Salvador Allende, y a un agregado militar afín al golpista Augusto Pinochet.
El periodista Julio Scherer aporta en su libro Los presidentes más detalles sobre esta pieza de la historia:
–¿Tuviste alguna relación con Díaz Escobar en Santiago? –le pregunté sin rodeos a Martínez Corbalá [anota Scherer].
–Cero –me respondió también sin rodeos.
–¿Supiste de sus andanzas en Chile?
–Simpatizó con Pinochet y censuró la política exterior de México.
–En la posición de Díaz Escobar, no podría haberse atrevido a tanto.
–¿Tú crees?
Poco después, por cauces privilegiados, llegó a mis manos una carpeta negra, liviana. Volví con Martínez Corbalá.
Leyó los papeles, sin prisa. Son copia de los informes que el coronel Díaz Escobar envió al general Cuenca Díaz a partir del golpe del 73.
Observé al senador, los ojos pegados a los documentos. Terminada la lectura me vio, tenso y lívido.
–No me extraña –dijo.
Según Scherer, en los reportes de Díaz Escobar a Cuenca Díaz existía una tendencia en favor de Pinochet, antes y después del golpe militar. De hecho, los papeles hoy resguardados en Relaciones Exteriores refuerzan y dan certeza sobre ello.
Sobre los asilados en la embajada que esperaban salir hacia México, dice el agregado militar: “Sugiero póngase especial interés en interrogatorios ya que entre asilados van reconocidos agitadores internacionales que se sentirán héroes al pisar territorio mexicano los que seguramente no respetarán nuestras leyes y nos pueden crear problemas en un futuro”.
Díaz Escobar sería el encargado de apagar las luces y cerrar las puertas de la embajada mexicana en Santiago cuando, finalmente, en 1974 se rompieran las relaciones diplomáticas con la dictadura.
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Vía telefax o en valija diplomática, los reportes hacia la cancillería en México proporcionaban información y detalles en abundancia durante esos meses previos al golpe de Estado:
– El informe del 5 de abril incluía el discurso de Salvador Allende del 3 de abril; las declaraciones del periódico El Mercurio; síntesis del proyecto de la Escuela Nacional Unificada y las posiciones en torno a éste adoptadas por la Iglesia católica, las fuerzas armadas y los partidos de oposición.
– 3 de julio. A las 13:27 llegó un mensaje confidencial y urgente a la oficinas de la cancillería en México:
“Fuentes fidedignas informan destacamentos Ejército Sur de Valdivia y Concepción Norte Antofagasta encuentra sublevados. Entre otras exigencias demandan salida comandancia Fuerzas Armadas General Carlos Prats”.
“Esperase integración nuevo gabinete hoy martes tres de julio resuelva grave problema planteado por negativa Poder Legislativo aprobar estado de sitio nacional. Situación general sigue siendo extremadamente delicada. Partidos Socialista y Comunista están llamando sus efectivos tomar posiciones estratégicas preparándose responder cualquier emergencia. Seguiré informando. Martínez Corbalá”.
– 25 de julio. Ministro de Relaciones Exteriores Orlando Letelier viajó ayer martes 24 a Cuba estando programado su regreso a Chile para viernes 27.
– 23 de agosto. Cámara de Diputados acordó por 81 votos de la oposición contra 47 de la Unidad Popular, presentar al señor presidente y a los ministros del estado, miembros de las fuerzas armadas y del cuerpo de carabineros, el grave quebrantamiento del orden constitucional y legal de la república…
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El asilo y el exilio
El último documento oficial incluido en las “carpetas políticas” se recibió desde Santiago de Chile el 23 de agosto de 1973, unos 20 días antes del golpe de Estado.
Apenas un acuse de la burocracia de la cancillería en México sobre un reporte recibido semanas antes y, después de eso, una colección de recortes periodísticos de medios como El Mercurio y La Tercera, en apariencia seleccionados sin criterio alguno ni temática específica. Casi solo para llenar espacios.
En cierto modo, la información que quedó guardada en las carpetas diplomáticas es una metáfora de lo que estaba pasando en el país de poetas como Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Raúl Zurita o Nicanor Parra: el caos, el desorden, la ruptura de la “normalidad” administrativa y burocrática de las embajadas, efecto de la crisis social que ocurría afuera y adentro de la sede diplomática, lo que hacía imposible darle seguimiento puntual a los acontecimientos.
La continuación de la historia interrumpida de los reportes políticos se encuentra en otras carpetas de Relaciones Exteriores, en las que quedó el registro de otras de las consecuencias del derrocamiento de Allende: el asilo y el exilio.
Escribe Martínez Corbalá en su libro Del tintero de mis recuerdos: “Es en medio de la represión que el gobierno de México instruye a su embajada en Chile para que proteja a los perseguidos por el nuevo régimen militar mediante el mecanismo de asilo diplomático”.
Dos días después del golpe, salió el primer vuelo con destino a México. Era el 15 de septiembre y el embajador mexicano ha enviado a las autoridades militares una solicitud para que se autorice la salida a un grupo de 15 personas:
“Ruego a vuestra excelencia que se proporcione a las personas mencionadas la documentación correspondiente para que con las garantías necesarias para su seguridad personal puedan trasladarse al aeropuerto de Pudahuel, adonde se dirigirán acompañadas de un miembro de esta misión diplomática para abordar el avión con destino a México”.
En ese vuelo llegaron a México el embajador, la familia del propio Martínez Corbalá, así como la esposa de Allende (Hortensia Bussi) y sus hijas (Carmen Paz e Isabel), además de otros miembros de la embajada y asilados.
Al día siguiente, ya en México, el embajador sostuvo una larga reunión con Luis Echeverría. Alrededor de las 11 de la noche, luego de que el presidente lo interrogara sobre los pasos a seguir, Martínez Corbalá le respondió que en su opinión el único paso posible era regresar de inmediato a Chile, “pues estábamos allá en una situación muy riesgosa de que por ejemplo, nos cortaran el agua o la luz. Entre los asilados se temía un allanamiento de la embajada”.
Así lo hizo. Seguirían días arduos y difíciles. El 6 de octubre, el vicealmirante y ministro de Relaciones Exteriores chileno autoriza la salida de la embajada de México de Luisa Sotomayor Leiva, “quien se encuentra asilada en dicha Misión Diplomática y gravemente enferma”.
El funcionario aprobaba la salida, el traslado al hospital y el regreso a la sede de la misión mexicana. Lo mismo ocurrió el sábado 22 con Alicia Rocco, asilada que debió ser trasladada de emergencia a una clínica dental para ser atendida y luego regresar a la sede diplomática.
El director de protocolo chileno, Tobías Barrios, reconoce en el documento que la autorización debió ser otorgada con carácter de extrema urgencia, por lo que no llevaba los sellos oficiales ni la contrafirma del jefe militar y de seguridad de Estado, el capitán Jaime Rojas.
El 11 de octubre un anónimo funcionario mexicano solicitó a las autoridades militares permitir el traslado al aeropuerto de Pudahuel y su posterior embarque en un avión de Aeroméxico de las cajas con libros, paquetes de la embajada y efectos personales de la familia del embajador Martínez Corbalá. En total, 35 bultos.
Los documentos preservan muchas micro historias, un espejo roto, reflejo de lo que pasaba en las ciudades y el campo chilenos. Como si fueran apenas fragmentos de vida, listados de nombres con sucintas referencias relacionadas con ellos mismos, sus familiares, su estatus y las condiciones en que, de lograrlo, viajarían a México:
– Manuel Cortés Iturrieta: Si es posible viaje sin asilo, preocupación porque presumiblemente hay orden de detención para la esposa, quien trabajaba en la Secretaría de la Presidencia. Actualmente familiares en la embajada. Pasajes pagaderos en México.
– Jaime Faivovich Waissbluth y Lucy Baltiansky Grinstein: Por razones de seguridad que viajen ambas bajo condición de asilo. Actualmente en el recinto de la embajada.
– Carlos Canales Castañer. Que viajan sin asilo; pasajes pueden pagarse al contado, preocupación por eventuales problemas al salir (la esposa era secretaria del Interventor de una empresa y fue despedida).
– Víctor Hugo Núñez Sepúlveda. Que viajan sin asilo; pasajes pagaderos en México; la esposa tiene problemas de salud. Preocupación por problemas de salida para la esposa por viajes a países socialistas.
– Pedro Vuskovic Bravo. Esposa ya en México. Ruth (hija) actualmente detenida, requerirá asilo al salir. Zarka (hija) actualmente en la embajada. Requerirá asilo para salir.
– David Miranda. La esposa se encuentra en la embajada con sus hijos. Si es posible viaje sin asilo. Preocupación de que sea retenida en el aeropuerto por su participación política. Pasajes pagaderos en México.
– Carabantes Cuadra, Gonzalo Salvador. Nació en la embajada. Salió hacia México el 19 de septiembre. [Su nombre completo es Gonzalo Salvador Benito Carabantes Cuadra y es considerado el primer niño nacido en asilo por el golpe militar.]
Los archivos diplomáticos dan testimonio de los continuos esfuerzos para trasladar a territorio mexicano a quienes buscaban huir de las sombras de Pinochet. El último vuelo de esa naturaleza ocurrió en marzo de 1974.
Según los datos incluidos en los documentos, en los primeros cinco meses la embajada había dado asilo a 623 personas de 17 nacionalidades, de las que 522 eran chilenos. En total, México otorgó asilo a 725 personas.
Las hojas de papel arroz y bond permanecen casi intactas en las cajas de los archivos de Relaciones Exteriores. Impecables, se leen cientos de nombres, datos de pasaportes, apuntes a mano a un lado de los nombres autorizados por los militares chilenos a dejar su país. Y también de los que no habían sido aprobados.
El desorden marca la documentación. No existe un orden cronológico. A un documento del 15 de septiembre de 1973, le puede seguir otro de diciembre de ese año. Todo está revuelto. Los nombres de los asilados se repiten, se enciman.
Esos papeles encierran historias fragmentadas, retazos de vidas; las horas y los días de una embajada atribulada por la asonada militar, con literalmente la vida de cientos de asilados a cuestas.
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Operación Pablo Neruda
Hacia las 11 de la noche del 16 de septiembre de 1973, Martínez Corbalá acababa de decirle al presidente Luis Echeverría que una vez que había traído a salvo a la familia de Salvador Allende y a la suya propia a la Ciudad de México, lo que urgía era regresar a Chile.
Echeverría llamó entonces al jefe del Estado Mayor Presidencial, el general Jesús Gutiérrez Castañeda, a quien le preguntó en cuánto tiempo tendrían dispuesto un avión grande para ir por más asilados a Santiago. El general informó que a la una de la madrugada. “A esa hora saldrá el embajador del hangar presidencial”, dio la orden.
Cuando se dirigía hacia el hangar presidencial, Echeverría tomó del brazo a Martínez Corbalá y, según el embajador anota en sus memorias, le dijo: “Busque usted a Pablo Neruda, quien sabemos que está muy enfermo. Ofrézcale que venga a México como invitado de honor del pueblo y del gobierno mexicano, o si lo prefiere así, como asilado con toda la protección que le otorga el tratado correspondiente”.
Tan pronto pudo llegar a Chile, Martínez Corbalá instruyó al agregado cultural para que buscara al poeta. “No estaba en Isla Negra, donde fue a buscarlo, y se nos informó que se había trasladado a la clínica Santa María de Santiago, en donde lo encontré al día siguiente”, anotó el embajador en su libro Del tintero de los recuerdos.
Ahí le informó de la invitación del presidente Echeverría. Horas después, Neruda aceptaba, junto con Matilde, su esposa, viajar a México en calidad de invitado de honor.
De inmediato, Martínez Corbalá comenzó los trámites ante la cancillería chilena para obtener el visto bueno a la salida del escritor, la que se concedió sin contratiempos. Y, de común acuerdo, fijaron la salida para el sábado 22 de septiembre. “Me entregó Matilde su maleta, su abrigo, la gorra que acostumbró tanto, un paquete con los originales manuscritos con la tinta verde que él usaba para escribir, de su libro todavía inédito Confieso que he vivido, y un sobre cerrado que decía escrito con su puño y letra: Para entregar a Pablo Neruda en México”.
Además de la encomienda de trasladar a Neruda a México, el embajador intentaría sacar 172 obras de la colección Carrillo Gil, pinturas en gran formato, de Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, que habían sido llevadas a Chile como parte de una exposición que se inauguraría el 13 de septiembre y cuyo texto de presentación había escrito, justamente, Neruda.
Desde la embajada se solicitó al gobierno mexicano enviar un avión más grande, ya que el tamaño y la cantidad de las cajas en que se transportarían las obras complicaban la comodidad que, por razones de salud, necesitaba Pablo Neruda.
Se trataba, dice Martínez Corbalá, de darle las comodidades por si era necesario llevar cuidados de alguna enfermera y un médico durante las nueve horas de vuelo entre Santiago y México. Todo estaba listo para iniciar el viaje.
Se presentó entonces a la clínica acompañado de una ambulancia para el traslado de Neruda al aeropuerto. Según las memorias de Martínez Corbalá, el poeta había mejorado su semblante y su ánimo.
“El sábado 22, él se veía muy dueño de sí mismo, y me atrevería a decir que hasta un tanto optimista. Pero cuando lo saludé y le informé de los arreglos y de que todo estaba preparado para irnos, con un acento grave y firme, me dijo que no quería salir ese día de Santiago, a lo que respondí con una interrogación solamente: ¿Cuándo quiere que nos vayamos, don Pablo?, y él me contestó: ‘Nos vamos el lunes, embajador’”.
Pasada la medianoche del día siguiente, domingo 23 de septiembre, recibió una llamada del subsecretario de Relaciones Exteriores, quien con muchas dificultades por la mala comunicación, le dijo: “Gonzalo, aquí en México hay el rumor de que Pablo Neruda ya murió”.
No estaba enterado. Martínez Corbalá se vistió y, a pesar de “la temeridad” que implicaba salir a la calle en esas horas, acudió a la clinica. “Me encontré a Matilde sumamente acongojada. Era cierto el rumor que ya circulaba a esas horas en México. A unos cuantos minutos de la clínica, estando en Santiago mismo, yo no tenía idea. Acababa de estar con Pablo Neruda el día anterior, y tenía todavía sus cosas en la embajada. Pablo Neruda había muerto”.
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Entre los recuerdos más dolorosos de Martínez Corbalá se encuentra una conversación de una hora que tuvo con el presidente Salvador Allende dos días antes del golpe militar.
Allende le dio su versión de las cosas que venían ocurriendo en Chile. “A partir de esa conversación ya no tuve ninguna duda de que el golpe era inminente, y solamente faltaba que se llevara a cabo, aunque no sabíamos cuándo habría de suceder. Lo que finalmente realizaron los golpistas, 48 horas después de esta entrevista del domingo 9 de septiembre”.
Las horas negras descendían sobre los cielos de Santiago. En las primeras horas de la madrugada del 11 de septiembre Allende tiene conocimiento de un movimiento inusual de tropas en diversas partes del país.
Y en la base aérea Carriel Sur se terminan de alistar los aviones Hawker Hunter, artillados y con una capacidad de tiro total de 5 mil 600 proyectiles explosivos por segundo. Pronto partirán hacia Santiago.
Las horas pasan y las noticias del alzamiento militar en diversas regiones del país llegan continuamente. A las 9:30 de la mañana le ofrecen al presidente Allende un avión para salir del país. “¡El presidente no se rinde!”, responde con firmeza.
El ataque al palacio presidencial es inminente. A las 10:30, Salvador Allende se dirige por última vez al pueblo chileno a través de una estación de radio leal a la democracia: “Trabajadores de mi patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse. Sigan sabiendo ustedes que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile!, ¡viva el pueblo!, ¡vivan los trabajadores”.
Martínez Corbalá vive con angustia esos momentos. Había rumores ya de la muerte de Allende. Las horas del golpe crecen y él permanecía en la embajada. Una imagen dejó una huella final en él:
“Nunca olvidaré a los aviones clavándose sobre La Moneda para descargar sus bombas. Tuve que presenciar aquel espectáculo brutal desde nuestra cancillería… Eran las ocho de la noche. Desde allí, se escuchaba el tableteo de las ametralladoras y el estallido de las bombas”.
Con información de: Aristegui Noticias