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Opinión

Ver para pensar: Dreyfus y México

Federico Anaya Gallardo

Se me ha quedado en el tintero (ó más bien en el disco duro de la compu), querida lectora, un par de reflexiones que me nacieron al ver las versiones cinematográficas que te he comentado acerca del Caso Dreyfus. Tanto en Prisioneros del Honor de 1991 como en J’Acusse de 2019, los directores y productores nos plantean asuntos que no se restringen a la política de la Tercera República francesa entre 1871 y 1914. Como ya dije en kino-reseñas previas, los malos modos y peores maneras de nuestro Ejército Mexicano nos parecen (y probablemente son) pertubadoramente similares a las que caracterizaban a la plana mayor del Ejército Francés en los tiempos del capitán Dreyfus y del teniente coronel Picquart.

Pero hay algo más en el Caso Dreyfus que lo hace relevante para nuestra época. Y no sólo para los mexicanos. No se equivocó Richard Dreyfuss –quien desde 1991 busca enseñar civismo a las y los jóvenes estadounidenses– cuando escogió el tema para hacer una película didáctica. En 2023, los EUA son la república más antigua del mundo –pero no es estable ni permanente, como nos demostra Trump. Parafraseando al cantante de tangos, dos siglos es nada

Por cierto que el reciente trunfo presidencial de Javier Milei en la República Argentina nos demuestra lo atractivos que pueden resultar en una elección discursos anti-republicanos y anti-democráticos. En su columna de SinEmbargo, Fabrizio Mejía hizo un comentario muy bueno sobre esto (Liga 1), hilando sobre un estudio de sociología política de Silvia Hernández (Liga 2).

Para entender hay que ir a los orígenes. Uno de los fundadores de los EUA era el radical Jefferson. En 1789 era embajador en Francia y vió con entusiasmo al Pueblo francés tomar la bandera de las libertades. Desde EUA aplaudió cuando se proclamó en París la segunda república moderna del mundo en 1792-1793. Pero aquello no duró. En 1804 el primer Bonaparte se hizo elegir emperador de los franceses, demostrando la desconfianza que las élites europeas tenían frente al principio republicano. (Un retrato perfecto de esa desconfianza nos lo acaba de regalar Ridley Scott en su Napoleón. ¡No dejes de verla!) Los de Arriba parecían decir: si debe haber elecciones que sean sólo para proclamar una nueva casa reinante. Las y los franceses restauraron su república en 1848 sólo para verla caer, otra vez, en manos de otro Bonaparte en 1851.

De este lado del Atlántico la idea republicana también era débil. En 1807 aquél Jefferson que te cuento ya era presidente de su país, pero enfrentó la conspiración de Aaron Burr quien trató de dividir la república angloamericana y crear un imperio en el gran valle del Mississippi. Y por causa de la esclavitud, durante seis décadas esa república estuvo al borde del desastre hasta que al fín estalló la Guerra Civil en 1861. Esa guerra fue en realidad la verdadera revolución estadounidense. No se equivocaba el presidente Lincoln cuando dijo que el fondo del conflicto era saber si sobreviviría el gobierno del Pueblo, por el Pueblo y para el Pueblo… un Pueblo adonde todos los seres humanos son iguales. Siglo y medio más tarde, el Black Life Matters nos recuerda que esa lucha aún continúa. La alineación de Trump con los racistas y el intento de golpe de Estado del 6 de Enero de 2021 en Washington, D.C. tienen que ver con esto mismo.

No tengo que recordarte, querida lectora, que aquél terrible siglo XIX fue para las y los mexicanos el de una guerra civil que enfrentó a monarquistas/conservadores/centralistas contra republicanos/liberales/federalistas –pero sí te cuento que Juárez solía recordar en sus cartas que él y su grupo eran los herederos del 93 –es decir, de la República Francesa jacobina. Todo está relacionado.

Por eso quería recomendarte que, cuando veas la versión 1991 del Affaire Dreyfus (Liga 3) pongas atención al momento (alrededor del minuto 20) en que el ministro de la Guerra llama aparte a Picquart para explicarle las altas y problemáticas implicaciones de su descubrimiento. Picquart ha develado que Dreyfus es inocente y que el verdadero espía, Esterhazy, sigue libre y activo. Es obvio que la oficina de contrainteligencia del Ejército ha acusado falsamente al primero y que el segundo está siendo protegido por una trama corrupta.

El político le dice a Picquart que la República Francesa está en terrible inferioridad frente a sus enemigos porque todos ellos tienen reyes a la cabeza. (En 1896, Alemania, Italia, Rusia, Inglaterra, España… todas eran monarquías… y Rusia, una autocracia.) La guerra se estaba mecanizando. La industria militar había desarrollado la ametralladora y estaba por crear el cañón de tiro rápido. El político puntualiza: “Somos una república. Cuando llegue el momento de pelear contra los alemanes, estamos en desventaja. No podemos mandar a la guerra a nuestros hombres por algo tan romántico como un rey, un emperador, una corona. Nadie en su sano juicio aceptaría ir a la guerra por un político.” De este tipo de argumentos nace la tentación bonapartista.

En ese momento, el ministro se levanta de su escritorio y se acerca a un cuadro, en el que se muestra al joven Napoleón empuñando la bandera de la primera república y encabezando a sus soldados en el Puente de Arcole, en la campaña de Italia de 1796. (Se trata de una pintura de Horace Vernet realizada en 1825, cuando el mito napoleónico se estaba construyendo.)

El ministro continúa: “Pero tenemos una bandera. Ellos pelearán por ella. Y el Ejército sostiene la bandera. Y yo soy responsable, ante decenas de millones de hombres y mujeres franceses, de que nada afecte el prestigio del Ejército.”

El ministro le recuerda a Picquart la eficiencia de las nuevas ametralladoras –que ya tienen tanto ellos como los alemanes. “No te hiere, te parte a la mitad. La sobrevivencia en los campos de batalla, a partir de ahora, será una cuestión de estadística. No importará ya el mérito ó el valor individual. La única manera de mantener a los hombres en la línea será la disciplina y la creencia de que el alto mando sabe lo que está haciendo… que nunca cometerá un error.”

El ministro le pregunta a Picquart si está dispuesto a destruir esa creencia. Picquart responde que los hombres también pelean por honor. El ministro lo corrige: “—Usted habla de conciencia, no de honor. Y la conciencia es un asunto privado. Cuando Usted se puso el uniforme, Usted renunció a su conciencia privada y aceptó la conciencia del Ejército, como está expresada en sus códigos de honor. Y eso queda por arriba de cualquier idea personal que Usted pueda tener.”

Estas ideas autoritarias son las mismas que Daniela Rea y Pablo Ferri documentaron en su libro La Tropa: por qué mata un soldado, publicado en México por Aguilar en 2019 y que nace de entrevistas con militares. La semana próxima te contaré un poco sobre el ciudadano Bonaparte y la dificultad de hacer su retrato cinematográfico, continuando luego con los paralelos franco-mexicanos. Sobre las conexiones ideológicas é históricas del Affaire Dreyfuss con nuestro país profundizaré en La Jornada San Luis.

Ligas usadas en este texto:

Liga 1:

Liga 2:

https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/2023/03/silvia_hernandez_infome_final.pdf

Liga 3:

https://watch.plex.tv/movie/prisoner-of-honor

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