Federico Anaya Gallardo
La semana pasada, lectora, te platiqué de los jardines que el Gran Rey francés mandó construir en Versalles. Hoy quiero platicarte de la música de Luis XIV y de las músicas que se negaron a alabarle. Nuestra guía será una película de 1991, dirigida por Alain Corneau (1943-2010). Se titula Tous les matins du monde (Todas las mañanas del mundo) y sigue una novela de Pascal Quignard (n.1948) del mismo nombre, escrita en ese mismo año de 1991.
De entrada, Tous les matins nos deja entrever a sus autores. Tanto Quignard como Corneau tenían formación como músicos. El primero nació en una familia de organistas y toca la viola, el segundo se aventuró en el jazz. No es extraño que juntos decidiesen contarnos las biografías entretejidas de cuatro músicos: Monsieur de Saint Colombe, sus hijas (Madeleine y Toinette) y Marin Marais. (La Jornada nos regaló una colección de reseñas de los libros de Quignard el pasado 17 de Septiembre de 2023. Liga 1.)
Pero sobre todo, Quignard & Corneau nos presentan a la música misma como protagonista. Pablo Espinosa, por ya mucho tiempo director de cultura de La Jornada, lo explicaba así en una conferencia de 2016 en la Cineteca Nacional. (Liga 2.) Para el jornalero, la clave central es una frase: Toute note dois finir en mourant, que Espinosa traduce como“Toda nota debe terminar como si falleciera”. Para mí, en mourant evoca mejor el Castellano “muriendo”. El traductor de Google dice que es “mientras muere”. Espinosa, que es especialista en música, nos explica que esto no es sólo una instrucción técnica en la ejecución de una partitura. Es un símbolo para mostrar un “diálogo con el silencio, la naturaleza, … con la vida y con la muerte”.
La primera vez que ví Tous les Matins du Monde fue en Washington, DC, en una escapada durante mis estudios de doctorado en Georgetown en el año 1992. Ese año me quedé los doce meses en la capital imperial. Cuando la película francesa llegó a las orillas del Potomac, hacía meses que había ganado el César en París y el otoño daba paso al invierno. En el Washington Post, Rita Kempley escribió una reseña a finales de Diciembre –comentando que Corneau ganó un “Óscar francés” por la dirección. (Quite an imperial comment, isn’t it?) Pero la estadounidense atinaba en su descripción. Nos decía que el film trataba de “música sacada de lo callado, silencio roto por la melodía de una lluvia furiosa”. Para ella, la voz de la película era “oscura, de timbre bajo, fúnebre incluso cuando parece alegrarse. Si celebra algo, es la inspiración de la pena”. (Liga 3.)
En aquél frío invierno de 1992-1993 fuí al Tower Records de la Pennsylvania y me regalé la banda sonora del filme. Si la música era la protagonista, su intérprete perfecto fue Jordi Savall i Bernadet (n.1941) –quien desde joven había trabajado en el rescate de la música antigua y de sus instrumentos. Savall es uno de los mejores intérpretes de la viola da gamba –el instrumento perfeccionado por Monsieur de Saint Colombe. Tous les matins fue la primera película que musicalizó Savall –quien también ganó un “Óscar francés” en 1992 (sigamos el modito de la reseñista imperial).
Ese CD me ha acompañado los últimos treinta años: del Potomac a Chiapas; de la rural Tila a mi megalópolis chilanga; luego a la capital potosina y al fín, de regreso al viejo DF. Algún día lo tocaré en la casa de mis abuelos en Torreón. Es buena música para sazonar los recuerdos de lo que pasó y ya no es.
Tú, lectora, puedes encontrar las piezas del soundtrack savalliano en YouTube. (Liga 4.) Te las recomiendo todas, pero usaré tres de ellas para seguirte contando de la película.
Savall recuperó primero una marcha de Jean-Baptiste Lully –el gran músico de la corte de Luis XIV. De él te platicaré cuando reseñe aquí Le Roi Danse de Corbiau (2000). Se trata de la Marcha para la ceremonia de los Turcos que Lully compuso en 1670 para una comedia-ballet que creó en conjunto con su tocayo, Jean-Baptiste Molière: El burgués gentilhombre. Esta obra cuenta los afanes ridículos del señor Jourdain: un muy próspero hijo de zapatero (el burgués) que sueña volverse noble (gentilhombre). Molière interpretó Jourdain en el estreno. Lully dirigió su música y actuó también, como un mufti turco tocando los tambores.
Jourdain cae una y otra vez en la trampa de aristócratas arruinados que le sacan dinero para seguir viviendo (ellos, no Jourdain) en la corte de ostentaciones del Rey Sol. La historia amenaza tragedia cuando un joven burgués (Cleonte) trata de casarse con la hija de Jourdain (Lucila). El señor Jourdain lo rechaza: ¡su hija debe casarse con un noble! El pícaro del reparto (lacayo de Cleonte) encuentra la solución: disfraza a su amo de Turco y hace creer a Jourdain que se trata de un nobilísimo señor de Estambul. La hija y la mujer de Jourdain son parte del engaño. Se organiza una “ceremonia turca” en la que Jourdain se convierte al Islam y consiente en el casamiento del Turco con su hija. Estos dos se escurren y se casan ante un sacerdote católico y un notario franceses.
La Marcha de Lully representa muy bien tres cosas: la actitud aspiracionista de la burguesía, la ostentación de la aristocracia y la fascinación con lo exótico. El burgués de Molière jamás podrá volverse gentilhombre. Es demasiado plebeyo para entender la sofisticación de los aristócratas (bueno, eso dicen ellos). Volvamos un instante a la kino-reseña previa, querida lectora: En A Little chaos de Rickman (2014), la gran jardinera Sabine (burguesa) jamás podrá brillar en La Cour. De las otredades que el poder del Rey Sol ha creado, sólo los turcos podrían ser recibidos como iguales. (Y eso, sólo porque el Sultán estaba a las puertas de Viena: el último asedio ocurrió en 1683.) Si me preguntas, querida lectora, el mensaje de Lully-Molière es terriblemente conservador… por eso los dos Jean-Baptistes eran favoritos del monarca. (Puedes ver una ficha explicando la Marcha en la Liga 5, gracias a la Filarmónica de París.)
En el Tous les matins de Quignard & Corneau, Monsieur de Saint Colombe sabe del abismo insuperable entre la vida de los comunes y la Corte. Devoto jansenista –una secta católica casi-calvinista– el maestro se ha retirado permanentemente en su casa de campo y rehúsa unirse a la orquesta de Lully. Él es un artesano de su arte, adora ser sólo músico.
Este retiro se profundiza cuando muere su mujer, a quien Saint Colombe mantendría viva en su corazón para siempre jamás. Quignard escribe en el guión: “—Poco a poco [el Maestro] clausuró la puerta de su hogar. Vendió su caballo y se encerró en la música”. Luis XIV trató de sacarlo del retiro. Mandó cortesanos a que lo elogiasen, a que lo regañasen por enterrar su talento en la ceniza de una orgullosa miseria. Saint Colombe se negó: agradeció la generosidad del Rey, pero le recuerda a todos que él es dueño de sí mismo. (La libertad burguesa nace en parte del orgullo sincero por el propio trabajo.)
Aquí Savall recupera un aire popular: Une jeune fillette. En la película lo interpretan las hijas niñas de Saint Colombe. Las oímos cantar con voces agudas que atraviesan nuestros corazones ya fríos de melancolía: “Una joven / de noble corazón, / agradable y bonita, / de gran valor. // La obligan a ser monja. / No le complace. / Vive con gran dolor.”
Así viven las hijas de Saint Colombe (convertidas en monjas laicas por el puritanismo de su padre) hasta que llega ante la puerta clausurada de ese estricto hogar jansenista un joven llamado Marin Marais (interpretado por Guillaume Depardieu). Es un músico ambicioso que desea aprender los secretos de la viola da gamba. Con mucho esfuerzo convence a Saint Colombe de enseñarle y enamora a su hija mayor.
La ambición de Marais lo alejará de su maestro. Él sí aceptará ir a Versalles. Él sí se vestirá con largas pelucas, casacas multicolores, cien listones y mil encajes. Él sí se enredará en las trifulcas de palacio. Para Saint Colombe eso es una traición imperdonable. Para la enamorada Madelaine será una tragedia irreparable. La tragedia de seguir viviendo sin la persona amada cae sobre todos.
Esta película nos muestra la visión de una Francia que no fue pero que pudo haber sido. La austera y orgullosa patria de los nobles puritanos que fue vencida –ó más bien relegada, olvidada en medio de la campiña desolada– por la ambición de los borbones. Con ella, Quignard, Corneau y Savall volvieron a la vida el fantasma de los hugonotes (y de sus primos católicos, los jansenistas). Por eso sólo vemos dos o tres destellos del Versalles del Rey Sol. Lo que importa está en otra parte.
¿Quién cuenta esta historia? Un Marin Marais anciano, empelucado y con el rostro cubierto de maquillaje –interpretado por un Gérard Depardieu gordo y abotagado. Él es quien dice a sus discípulos en Versalles que toda nota debe terminar muriendo. Quignard & Corneau resuelven la trama con sombras que recuerdan sombras… descubriendo que la música es sólo arrepentimiento y llanto (le regret et le pleur).
Habrás notado, lectora, que el título de película y novela parece incompleto. Tous les matins du monde. Todas las mañanas del mundo… ¿qué? En su melancolía, Marais/narrador completa la frase trunca: Tous les matins du monde sont sans retour. Todas las mañanas del mundo son sin retorno… pasan y dejan recuerdos vacíos de la vida que ya no es.
Hay un momento, en las oscuras melancolías de Monsieur de Saint Colombe, en que este conversa con su mujer muerta.
“—Doce años han pasado y nuestras sábanas aún están tibias”, le dice. “Sufro, señora, de no poder tocarla”. Ella responde: “—No hay nada que tocar, mi amigo, sólo aire. ¿Cree Ud que no se sufre siendo sólo aire? Acaso el viento trae música hasta nosotros. Y acaso la luz le lleve a Ud apariencias.”
Uno toca música. Uno la escucha. Pero sólo recuerda ausencias. Vuelvo a poner mi viejo CD de Savall.
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