Considerado uno de los precursores del expresionismo, el pintor noruego Edvard Munch, nacido el 12 de diciembre de 1863 en Løten, Noruega, fue rápidamente reconocido como un innovador en Alemania y en Europa Central, y aunque sus obras más importantes las realizó en la década de 1890, ha sido su obra posterior la que más ha llamado la atención y en la que numerosos artistas se han inspirado.
LA VICTORIA DE LA PINTURA SOBRE EL MIEDO
Sobre Munch han surgido muchos estereotipos, y aunque la mayoría son ciertos,lo que realmente define la grandeza de su obra fue el coraje del pintor a la hora de vencer sus miedos y poder legar a la historia del arte una extensa y valiosísima obra. Al final de su vida, el artista noruego escribió: “En mi arte he intentado explicarme la vida y su sentido, también he pretendido ayudar a los demás a entender su propia vida”.
La infancia de Munch estuvo marcada por dos muertes prematuras: la de su madre y la de su hermana Sophie a causa de la tuberculosis. Estos tristes acontecimientos definirían su obra y la convertirían en una expresión de dolor y en una experiencia de la muerte, la soledad, la angustia e, inevitablemente, la vejez, temas que se convertirían en recurrentes en su obra. Pinturas como La niña enferma, Muerte en la habitación y Madre muerta con niña son repeticiones obsesivas que demuestran el fuerte impacto que tuvieron las pérdidas de su madre y su hermana en el artista.
Las muertes de su madre y de su hermana marcaron a Munch de tal manera que el dolor y la terrible experiencia de la muerte se convertirían en temas recurrentes en su obra.
EL GRITO Y SUS VERSIONES
Durante su estancia en París en 1885, Munch entró en contacto los movimientos pictóricos más avanzados de la época liderados por artistas como Paul Gauguin y Toulouse Lautrec. El conocimiento de otros artistas condujo a Munch no sólo a concebir el arte de una manera distinta, sino a empezar a delimitar los rasgos que marcarían su obra futura: expresiones esquemáticas y el uso simbólico de los colores. Pero, por otra parte, la vida bohemia de París sumió a Munch en el alcoholismo y en una neurótica desesperación por el amor de una mujer, Emilie Thaulow.
En 1892, Munch se trasladó a vivir a Berlín, y en otoño de 1893 pintó en Niza la que tal vez se haya convertido en su obra más icónica, El grito, cuyo protagonista está inspirado en una momia peruana que el artista vio una vez en París –Munch realizó cuatro versiones de El grito: el original de 1893, expuesto en la Galería Nacional de Oslo; una segunda versión en el Museo Munch de Oslo que fue robada en 2004 y recuperada en 2006; una tercera que pertenece a la misma institución, y una cuarta en una colección privada–. En el cuadro de Munch aparece Ekebergskrenten (la cuesta de Ekeberg), en Oslo, un lugar que está muy lejos de la ciudad francesa desde la cual pintó el cuadro.
La obra más icónica del artista noruego, de la cual existen cuatro versiones, está inspirada en una momia peruana que estuvo expuesta en París.
MUNCH Y VAN GOGH: CAMINOS PARALELOS
La tradicional visión que tiene el espectador de El grito ha sido desmontada por el Museo Británico, ya que, según la institución, en la escena en realidad no hay nadie gritando. Para apoyar su teoría han mostrado una litografía en blanco y negro, del mismo autor, donde puede leerse: “Sentí un gran grito en toda la naturaleza”. Según Giulia Bartrum, restauradora del Museo Británico, la imagen deja claro que el protagonista de la obra es una persona que está escuchando un grito y no una persona que está gritando. En el cuadro se reflejan los sentimientos del pintor cuando, a orillas de un fiordo noruego, contempló la naturaleza teñirse de rojo fuego, y, sin saber si escuchó o no un estruendo, ese hecho le hizo estremecerse.
La más que probable bipolaridad de Munch –que lo condujo hasta un psiquiátrico–, su desmedida pasión por las mujeres, sus relaciones tormentosas y el afán obsesivo-psicótico por autorretratarse ha hecho que muchos autores lo comparen con Vincent Van Gogh. Los aproximadamente cincuenta autorretratos que pintó a lo largo de su vida parecen obedecer a la necesidad de tener constancia de su propia existencia viendo constantemente su imagen plasmada en una tela o en una fotografía.
Asimismo, Munch tuvo una visión contradictoria del sexo femenino porque consideraba que las mujeres le distraían de la misión que tenía que llevar a cabo como artista. Pero en el camino del pintor se cruzó una rica heredera llamada Tulla Larsen. Tulla se obsesionó tanto por el artista noruego que no le importó que éste fuera un alcohólico crónico, sufriera graves depresiones ni que estuviera arruinado; Tulla quería casarse con él como fuera e incluso se ofreció a ayudarle económicamente.
En un principio, Munch se dejó querer, pero poco a poco se fue apartando de ella y tanto llegó a agobiarle su compañía que llegó al extremo de querer ingresar voluntariamente en un sanatorio para librarse de ella. Resentida por la actitud de Munch, Tulla se inventó una enfermedad para obligar al artista a sentirse culpable. Y lo consiguió, de tal manera que Munch acabó pidiéndole por carta que se casara con él. Al final, Munch se arrepintió, pero cuando quiso echarse atrás, Tulla lo denunció aportando la carta como prueba.
Con información de National Geographic