La fracción de El Saucito cuenta con elementos de identidad cultural y cohesión social para que se le considere el octavo barrio de la ciudad de San Luis Potosí, así lo consideró la historiadora María Isabel Monroy, académica y fundadora de El Colegio de San Luis.
La también cronista de la ciudad explicó que el procedimiento legal para designar como barrio a El Saucito, establece que en sesión de Cabildo se debe autorizar este nombramiento. Consideró que la posible designación, refleja que “la sociedad que habita esta ciudad va cambiando y que hay elementos nuevos de identidad que es importante reconocer”.
Destacó como un rasgo significativo, que hayan sido los propios habitantes de la fracción de El Saucito, quienes desde hace tiempo iniciaron la gestión ante las autoridades municipales para ser considerados como el octavo barrio de la capital potosina.
Entre los elementos que el Cabildo debería considerar, destacó la tradición popular de la devoción al Señor de El Saucito que se expresa de manera importante en los ex votos, que son pinturas que describen el favor o milagro recibido del Señor de Burgos, mejor conocido como el Señor de El Saucito. Esta tradición popular se convierte en factor de cohesión social de la comunidad de El Saucito; asimismo hay otras manifestaciones populares tradicionales que acompañan esta devoción, como por ejemplo la gastronomía que se ha generado para alimentar a los fieles devotos que acuden en peregrinación, entre ellos las gorditas y el pulque.
De Pueblos a Villas y a Barrios
La historiadora informó que el origen de los siete barrios se remonta a fechas incluso previas a la fundación de San Luis Potosí. Explicó que desde la pacificación de la región por el capitán Miguel Caldera al finalizar la Guerra Chichimeca, comenzaron los asentamientos de población indígena sedentaria, separados de los de los españoles, de acuerdo a la legislación vigente.
El descubrimiento de las minas en Cerro de San Pedro en marzo de 1592 en un paraje donde no había agua, provocó que el pueblo de españoles se asentara en el Valle de San Luis, donde se habían establecido los primeros asentamientos indígenas, precisamente en el espacio que hoy ocupa la Plaza de los Fundadores. Los asentamientos indígenas se movieron hacia el norte y dieron lugar a la fundación de los pueblos de Tlaxcalilla, habitado por tlaxcaltecas y de Santiago, habitado por guachichiles.
Entre 1592 y 1676 se fundaron diversos pueblos de indios alrededor de la ciudad española de San Luis Potosí. Los mencionados de Tlaxcalilla y Santiago, pero también los de San Miguelito, San Sebastián, Tequisquiapan, El Montecillo y finalmente, San Juan de Guadalupe.
Precisó que la promulgación de la Constitución de la Monarquía Española o Constitución de Cádiz hacia 1812, hizo posible la instalación de Ayuntamientos en estos pueblos; la transición de gobierno en la independencia y la adopción del régimen de república federal generó nuevos cambios para estos pueblos. Un decreto de la legislatura de San Luis Potosí en 1827, ordenó que los lugares donde hubiera ayuntamientos, fueran llamados villas y así los antiguos pueblos extramuros de la ciudad de San Luis Potosí, cambiaron de denominación. En diciembre de 1867, otro decreto dispuso que las antiguas villas se incorporaran al municipio de la ciudad de San Luis Potosí; desde entonces se les reconoció como “barrios”.
Del paraje Encinillas al Saucito
Hacia 1826 -relató la historiadora- en el entonces conocido paraje de Las Encinillas, un carpintero encontró un sauz que tenía tronco y ramas ideales para labrar una imagen del Cristo Crucificado. Eligió la del Señor de Burgos y junto con su hermano y su padre, comenzaron a promover la devoción. Se extendió rápidamente la fama de “milagrosa” que llegó a oídos de las autoridades eclesiásticas, quienes ordenaron una nueva imagen de ese Cristo, que encargaron a otro artesano más calificado: Fue así como en el siglo XIX creció la devoción al señor de Burgos, aunque entre la población fue más conocido como el señor de El Saucito.
Finalmente, la historiadora María Isabel Monroy, consideró que no son cuestiones solo religiosas sino de identidad, de cohesión social lo que hay alrededor de la devoción al Señor del Saucito, “va más allá de la religión y hoy es también una identidad cultural”.