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Opinión

Ver para pensar: Ridículo

Federico Anaya Gallardo

En 1996, Patrice Leconte dirigió Ridicule, que en países de habla hispana se distribuyó como Ridicule: Nadie está a salvo. La puedes ver en YouTube gracias a “FilmsTube” en Francés con aceptables subtítulos automáticos en Castellano. (Salvo que traduce la Cour como “el tribunal” en lugar de “La Corte”, Liga 1.) Para ilustrar esta kino-reseña anexo un cartel de publicidad y una foto del director hablando con Jean Rochefort (1930-2017), quien interpretó a Monsieur Bellegarde en el filme. Los eventos ocurren en algún momento alrededor de 1780 –a la mitad del reinado de Luis XVI (1774-1791).

Bellegarde es un noble menor, viudo, con una renta fija y cómoda que le permite a él y a su hija Matilde (interpretada por Judith Godrèche, n.1972) vivir en una propiedad rural, con una vasta biblioteca, y asistir de vez en cuando a funciones de Corte en Versalles. Su mayor placer es leer y el segundo, participar en duelos de ingenio (esprit) durante conversaciones inteligentes. Aparte de esto, ha instalado un laboratorio en su casa de campo, adonde experimenta con la electricidad, mientras su hija diseña un traje de buzo para investigar el fondo de la laguna que hay en su propiedad. Cuando le reclaman por qué deja a su única hija experimentar así, Bellegarde explica que ella nació el año en que Rousseau publicó su Emilio (1762) y por ello, él ha dejado libre a su hija.

La narración que nos ofrece Leconte es compleja. Para entenderla, ayuda recordar el proceso que creó la corte versallesca como espacio cerrado para controlar a la nobleza. Pero aún sin ese conocimiento previo, el director nos logra transmitir su mensaje porque, de entrada, no nos muestra la Corte sino las antípodas de la Corte: las provincias rurales de Francia. Las mismas que vimos en Délicieux (2021). Allá, en medio de pantanos de Dombes, viven juntos miles de campesinos y una familia noble –los Malevoy. El heredero de la familia, Grégoire Ponceludon marqués de Malavoy (interpretado por Charles Berling, n.1958), es un ilustrado con conocimientos de ingeniería. Sueña con desecar los pantanos de su región y asegurar una vida mejor para sus campesinos. Pero a partir de esta bonhomía del “buen aristócrata” (que a Dickens le caería tan bien) a Grégoire le va naciendo la consciencia. En algún momento, explicará a los nobles de Versalles que en su región la sangre de los campesinos alimenta tanto a los aristócratas como a los mosquitos.

Lo anterior es, en realidad, una invitación del director a conocer más acerca de Dombes. Si googleas la región, lectora, encontrarás que esos pantanos llenos de mosquitos y malaria no eran formaciones naturales sino creaciones humanas. (La Liga 2 te llevará a la Wikipedia francesa. Busca también la inglesa.) La región de Dombes está al noroeste de la cordillera de los Alpes (una de las esquinas de la Auvernia adonde se escenificó el Délicieux de 2021) y está formada por una planada adonde se asentaron arenas arcillosas cuando se derritieron los glaciares. Esas arcillas no eran buenas para la siembra así que, al final de la Edad Media europea, algunos monasterios y nobles menores empezaron a construir estanques (étangs) para criar pescado. Fue un éxito. Clérigos y nobles se forraron de dinero, los campesinos cambiaron su dieta… y en el largo plazo, se criaron enjambres inmensos de mosquitos.

Más interesante aún: al igual que muchas regiones del este francés, Dombes era parte del Sacro Imperio Germánico y, por lo mismo, era parte del ducado de Borgoña cuando éste fue parte del Imperio Español. Luis XIII y Luis XIV la agregaron a Francia de manera precaria: mediante un acuerdo de sumisión de los grandes señores feudales de la zona. La Dombes real de donde sale el ficticio marqués de Malavoy a buscar ayuda de su Rey podría haber sido reclamada por Saboya ó Austria. (Es decir, Grégoire podría haber ido a Viena a pedir ayuda.) La región entera no se integró completamente a Francia sino a través de un decreto de la Asamblea Nacional de 1791.

Esa explicación me importa porque, al principio de la película, Malavoy saca de los pantanos a un niño campesino (al que ya varias veces le había dicho que no debía ir a sacar pescado de los pantanos). Lo monta en su corcel y, camino de la villa-castillo, el noble rural le cuenta que el Gran Luis desecó pantanos inmundos como los de Dombes para construir su gran palacio de Versalles. Por eso Malavoy estaba seguro de que el actual Rey, Luis XVI, enviaría una compañía de reales ingenieros y los dineros necesarios para drenar los estanques acabando con la enfermedad. El niño se entusiasma y le encarga a Grégoire que le presente al Rey una medallita suya, “para que me la bendiga”.

Ese es el Ancien Regime en una cáscara de nuez. En medio del hambre y la enfermedad, el campesinado aún creía en los poderes mágicos del monarca feudal y la aristocracia rural en el liderazgo modernizador del Estado absolutista.

Sueños vanos. Grégoire Malavoy será asaltado justo al llegar a Versalles. Lo único que le dolió fue perder sus planos de Dombes. Lo rescata y ayuda el viejo señor de Bellegarde a quien le fascina el idealismo ingenuo del recién llegado. Bellegarde no sólo es ilustrado, sino que sabe ilustrar. Pedagogo, guía al joven marqués (y a nosotros) a través de la burocracia y de los extrañísimos usos y costumbres de la aristocracia europea –versión francesa.

En los archivos, Malavoy descubre que su proyecto de drenar los pantanos no es el primero. Acumulando polvo, la burocracia preservaba al menos uno más, con planos y propuestas detalladas. Como Grégoire no tiene contactos en ningún ministerio, se le recomienda buscar al Rey mismo. Pero para siquiera acercarse es necesario demostrar que su sangre noble data de al menos 1399. Y para eso debe exhibir la Fé de Bautismo de un marqués de Malavoy del siglo XIV… que por supuesto, nunca llega.

Para acercarse al Rey, Malavoy debe jugar a la intriga cortesana. Le ayuda –a cambio de favores sexuales– una rica dama quien, en realidad, busca a “elevar” a otro de sus amantes –el cura de Vilecourt (interpretado por Bernard Giraudeau, 1947-2010).

El director Leconte ha creado en Vilecourt a la némesis de Malavoy. El primero se ha entrenado desde siempre en los juegos de palabras, en el debate cortesano y suele cerrar conversaciones complejas con un certero golpe de esprit. Pero no tiene sustancia. A lo mucho, su sustancia es agarrar los defectos evidentes de su oponente y burlarse de ellos. (Cualquier parecido a los memes de la Derecha contra el obradorismo, lectora, es porque la malignidad cortesana es un fenómeno universal.) Malavoy, contrario al abate, tiene una causa y aplica su ingenio para abrirse paso ante el Rey –siempre esperando que el monarca reaccione ante la evidente justicia de su proyecto.

De hecho, la escena de Ridicule que más recuerdo desde la primera vez que la ví es una audiencia con el Rey, adonde Vilecourt –orador supremo y consumado en el modo cortesano– demuestra la existencia de Dios. Todos le aplauden. Su Majestad Cristianísima está admirado. ¡Vilecourt está extasiado! Y entonces… el abate le dice al monarca: —Y si así place a Su Majestad, igualmente puedo demostrar lo contrario”. Caída al abismo.

Pero esa derrota de la némesis de nuestro héroe no resuelve nada. En Dombes, los niños del marquesado siguen muriendo de malaria y en la Corte los asuntos no avanzan. Malavoy y Bellegarde aprenden que el sistema está podrido y que nada pueden esperar de él.

Leconte cierra diciéndonos que finalmente llegó la Revolución. El viejo Bellegarde escapó a Inglaterra, adonde se dedicó a comparar sus notas sobre el esprit francés con una cosa extraña llamada humour en Inglés. Pero su hija Matilde se quedó en Francia. Casó con el marqués. Pero ni él ni ella murieron marqueses. El ciudadano Malavoy recibió comisión de la Convención Nacional (sí, la de Robespierre) para empezar a desecar los estanques de Dombes, y educar a toda la infancia y crear un mundo nuevo. Republicano.

Y así Leconte nos vuelve a reinsertar en la Historia. La Convención drenó los estanques-pantanos de Dombes. Y la Revolución creó la Nación Francesa. Y la República demostró que sólo la Democracia de todas y todos puede resolver los problemas sociales. La sociedad cortesana es sólo una pesadilla de opio.

Lo verdaderamente ridículo es que, dos siglos después de esa Gran Revolución, los grandes medios sigan contándonos que “los buenos” eran los reyes y los aristócratas. De eso te contaré la semana que viene.

Ligas usadas en este texto:

Liga 1:

Liga 2:

https://fr.wikipedia.org/wiki/Dombes

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