Federico Anaya Gallardo
En mis últimas kino-reseñas te he contado, querida lectora, de la realidad detrás de la novela de Martín Luis Guzmán, La Sombra del Caudillo (1927), y de su versión cinematográfica por Julio Bracho (1960). Sabemos que éste último se enamoró de la trama novelística desde los 1930s y que se prometió llevarla a la pantalla desde los tiempos del general Cárdenas. Cuatro presidentes más tarde, en tiempos de López Mateos, Bracho asumía que la sociedad mexicana ya estaba madura para ver en la pantalla grande las vergüenzas del régimen político que ella misma había construido.
Porque recordemos que el Estado es la sociedad políticamente organizada. Lo construimos todas y todos en el diario devenir del conflicto social –eso que los antiguos llamaban Lucha de Clases. Jesús Silva Herzog, el más viejo, nos informó en 1972 –con evidente desmayo– que “con algunas excepciones que confirman la regla, las revoluciones devoran a sus hijos” (p.100). Esa sección de Una vida en la vida de México, luego de relatarnos las carnicerías presididas por Obregón, cierra de este modo: “La conclusión que se impone es la siguiente: el asesinato, la corrupción y el PNR formaron inicialmente el triángulo de la estabilidad política en México” (p.107). (Liga 1.)
Bracho soñaba que el Gobierno de México mostraría una sabia sinceridad como la de don Jesús cuando, en Octubre de 1959, anunció a la revista Cine Mundial que haría “la mejor película del cine mexicano” a partir de “la mejor novela que se ha escrito en México en los últimos cien años”. (Pedro Páramo se acababa de publicar en 1955 y la generación de Bracho aún no se percataba de su importancia.) Jesús Ibarra, en su libro Los Bracho: Tres generaciones de cine mexicano (2006, Liga 2) nos cuenta que Guzmán vigiló de cerca la adaptación de Bracho –apenas corrigiendo una coma (pp.156-157). Cabe decir que, en ese año de 1959, el novelista al fin se había colocado en una posición de poder.
Guzmán era cercano al candidato ganador de la elección presidencial de Julio de 1958, Adolfo López Mateos (1909-1969). Éste, que había sido vasconcelista treinta años antes y que había sido golpeado por sicarios del PNR, ahora se sentaba en la silla del águila gracias al mismo PNR pero metamorfoseado en PRI.
Guzmán no era el único intelectual fifí de ayer que se volvía izquierdista dentro de la Constitución en el hoy de 1958. Jaime Torres Bodet (1902-1974) era parte del equipo Lopezmateísta y como tal ocuparía, por segunda ocasión, la cartera de Educación Pública. (La primera fue con Manuel Ávila Camacho, en el sexenio 1940-1946.) Torres Bodet presentó un ambicioso Plan de Once Años (1959-1970) para la educación mexicana. Uno de los pilares del plan era la creación de una Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos (CONALITEG). El novelista Guzmán sería su director fundador y la presidiría bajo tres presidentes (López Mateos, Díaz Ordaz y Echeverría) hasta 1976.
Durante su campaña presidencial el candidato López Mateos había criticado claridosamente al hombre fuerte potosino, Gonzalo N. Santos, señalando que los caciques duran hasta que el Pueblo quiere. Esto desató un vendaval en San Luis Potosí y Zacatecas, adonde surgieron poderosos movimientos ciudadanos contrarios a los caciques tradicionales.
Todas estas señales indican que Bracho no era un iluso al soñar que su adaptación de la novela de Guzmán sería autorizada, exhibida y felicitada por Todomundo. Efectivamente parecía que la sociedad ya estaba madura para ver en la pantalla grande los crímenes de su clase política. Pero la primavera contra los caciques duró muy poco. En San Luis Potosí, el ayuntamiento democrático del Doctor Nava (1958-1961) llevó a una campaña de oposición que fue cruelmente reprimida por la gubernatura. Nava fue encarcelado –primero en el Campo Militar № 1 y luego en Lecumberri– al lado de la dirigencia comunista del sindicato ferrocarrilero. El cacicazgo potosino de Santos quedó tocado de muerte pero el presidente vasconcelista resultó ser tan sangriento como los sonorenses: el 23 de Mayo de 1962 el Ejército asesinó a Rubén Jaramillo y a toda su familia en Xochicalco, Morelos.
Así las cosas, el vasconcelismo que regresó por sus fueros en la sexta década del siglo XX no fue el de los juveniles sueños democráticos de 1929, sino el del amargado anti-comunista que veía conjuras bolcheviques debajo de cada piedra de 1940. Yo sospecho que cuando José Vasconcelos bajó a su tumba en el Verano de 1959 iba satisfecho. Uno de sus seguidores era presidente, otro institucionalizaba sus ideas en la SEP federal. Y todos ellos estaban de facto reconciliados con Gonzalo N. Santos. Éste último recordaba en sus Memorias cómo llevó al Maestro de América a su terruño huasteco alrededor de 1945, adonde sus sicarios campesinos se extrañaron de ver al viejo contrincante convertido en amigo. (Grijalbo, 1984, pp.815-817.)
El Lópezmateísmo no sería un régimen de apertura, sino de hipocresía. Por eso no es de extrañar que la película de Bracho nunca se exhibiese en México. Jesús Ibarra nos dice que el script fue previamente autorizado (así se hacía entonces) desde 1959 por la Secretaría de Gobernación –es decir, por Gustavo Díaz Ordaz. Éste llevaba ya seis años en Bucareli, como Oficial Mayor encargado de facto del despacho de los asuntos delicados. Su fiat no era poca cosa y refrendaba las esperanzas que te cuento de “superar los cacicazgos”. El Gobierno Federal dió a Bracho todas las facilidades para filmar en los espacios públicos –incluido el Palacio Legislativo de Donceles. Uruchurtu, el regente de hierro del DDF permitió filmar en las calles de la ciudad de México con toda libertad. Es más, el Ejército proporcionó cuarteles, tropas y transportes.
La filmación se realizó en menos de dos meses, del 4 de Febrero al 18 de Marzo de 1960. El 17 de Junio de ese mismo año, Bracho realizó una exhibición privada en el Cine Versalles, adonde él y Guzmán fueron ovacionados. Según Ibarra, la versión exhibida debió durar tres horas –é incluía una primera secuencia en la cual Guzmán “explica a todo el personal de la película el sentido de su historia”. Luego entrega a Bracho un ejemplar del libro diciéndole: “—Julio, en tus manos está”. Todo en público de la gente. Ibarra señala que el reportero Lautaro González Poncela publicó en Últimas Noticias de Excélsior una reseña de esa primera exhibición. Guzmán fue entrevistado por la revista Cine Mundial y elogió el filme. Recordemos que era entonces el director de la flamante CONALITEG y que el Gobierno Federal le apoyaba en todo para sacar adelante el proyecto de Libros de Texto de primaria únicos. (Ibarra, pp.158-159.)
Pese a los manifiestos apoyos oficiales, los rumores de que se censuraría La Sombra del Caudillo arreciaron en la segunda mitad de 1960. Bracho se aseguró que el presidente López Mateos tuviese una copia y que otra atravesara el Atlántico rumbo a Checoslovaquia, adonde la presentó en el festival de Karlovy Vary. Allí, Bracho obtuvo el premio especial del jurado y Tito Junco fue galardonado por su interpretación del general Aguirre. De regreso en México, en entrevista con González Poncela para Últimas Noticias, el director defendió su obra y señaló –militante– que el público mexicano sería informado por la crítica internacional y así se enteraría “en sus menores detalles lo que dice el film, las lacras que combate y las traiciones, prevaricaciones y mentiras que sufre y ha sufrido nuestra Revolución”. (Ibarra, p.160.)
La película fue premiada en Europa del Este pero nunca volvió a exhibirse en México. Acaso su relativo éxito en el Bloque Oriental haya sido un “beso del diablo”, porque en México, Julio Bracho debió debatir en la prensa con el mismísimo general-secretario de la Defensa Nacional. (Ibarra, pp.164-165.) Agustín Olachea Avilés (1890-1974) criticó –a título personal– la película luego de verla por recomendación de sus compañeros de armas. Ibarra nos informa que Olachea tenía razones para oponerse al filme, pues él había combatido a los Delahuertistas en 1923-1924.
La molestia contra la película de Bracho era institucional. El Ejército no estaba a gusto con la imagen que del mismo se presentaba. No sólo porque a su cabeza siguieran estando los jefes formados por el sangriento régimen sonorense; sino porque el instituto armado seguía siendo –en esencia– el mismo aparato de represión. El asesinato de Jaramillo, año y medio después de la polémica Bracho-Olachea, confirmaría lo anterior. ¿Qué tanto ha cambiado esto seis décadas más tarde, lectora?
Dicho todo lo anterior, lo más extraño es la opinión de un periodista soviético en Karlovy Vary acerca de La Sombra del Caudillo de Bracho. Fue reportada por crítico francés Georges Sadoul a Luis Suárez en una entrevista para México en la Cultura. (Ibarra, p.160.) El soviético no comprendía la película: “—¿Dónde estaban las masas, el pueblo, durante esa lucha por el poder entre dos ambiciosos generales manejados por un caudillo?”
El periodista soviético atinaba. Ya te he comentado, querida lectora, que La Sombra del Caudillo es una narración para clases medias asustadizas… escrita por un hombre que despreciaba a los campesinos que habían hecho la Revolución. (No es posible que Bracho no percibiese eso, pero esa es otra historia y deberé contártela en otra ocasión.)
Hoy termino recomendándote la crítica que hizo Adolfo Gilly a Martín Luis Guzmán en La Revolución Interrumpida. Para el revolucionario argentino-mexicano, Guzmán era “un escritor reaccionario, fugaz pequeñoburgués villista de las horas de triunfo que desertó de Villa cuando vio aproximarse las derrotas … [y] luego enriquecido al servicio de la nueva burguesía” (Era, 1971: p.141).
Pese a ser tan mala persona, escribía magníficamente. ¡Qué paradojas! Disfruta la película en la Liga 3 y la novela en la Liga 4.
Ligas usadas en este texto:
Liga 1:
https://books.google.com.mx/books?id=ZmejkbbmKGMC&printsec=copyright#v=onepage&q=tri%C3%A1ngulo&f=false
Liga 2:
https://books.google.com.mx/books?id=twzhutuv5eUC&pg=PA166&dq
Liga 3:
https://www.youtube.com/watch?v=O_1L0qKtDWE&t=538s
Liga 4:
https://tlriidcchazcapotzalco.files.wordpress.com/2014/01/martc3adn-luis-guzmc3a1n-la-sombra-del-caudillo.pdf