¿Cómo sería la grabación del “Infierno” de La divina comedia en las imágenes de Rodrigo García o de Guillermo del Toro? Si tomamos como referencia Los últimos días en el desierto, el poema aparecería quizá de una manera desnuda, en una oscuridad iluminada y sin énfasis sobre los seres terribles encargados de impartir castigos. Diálogo y silencio serían el centro de la acción visual, aunque sí habría —estoy seguro— escenas de intensa fuerza metafórica.
En cambio, si tomamos como referencia El laberinto del fauno, el viaje de Dante a través del abismo infernal seguramente sería una cadena compleja de tropos, de opacidades relampagueantes favorables a toda la fantasía clásica y medieval en la creación de bestias y demonios paganos y cristianos. Los personajes hablarían en un espacio en constante agitación.
Me atrevo a realizar esta extrapolación porque al leer la nueva versión del poema italiano traducido por José María Micó, Comedia, de Dante Alighieri (Acantilado, 2018), pienso en la forma tan naíf y escatológica como Passolini pintó al diablo en su recreación de Los cuentos de Canterbury y porque hallo en el texto de Micó el surgimiento de una escritura en español que posee una naturalidad plástica y una fluidez verbal. La riqueza del poema no solo nos deslumbra por su vigor intelectual sino por el muy bien expresado carnaval de representaciones reales y simbólicas.
Hay en su trabajo una elocuencia del lenguaje que nos invita a seguir adelante en una lucidez del ojo: “ladró como una perra desquiciada/ porque el mucho dolor quebró su mente”. Su traducción logra entregarnos una obra que sucede de manera llana en nuestra lengua y, entonces, apreciamos contar con un texto sin los tropiezos inevitables de las torturadas traducciones en rima o de las disminuidas, en valor lírico, traducciones en prosa.
Yo estimo la versión en verso y rima de Ángel Crespo, editada por Seix Barral en 1976; y también valoro la versión en prosa de Nicolás González Ruiz, publicada por Biblioteca de Autores Cristianos en 1994. Pero al leer Comedia de Micó veo que tengo una experiencia más originaria y, a la vez, espontánea del gran poema de Occidente. Y al decir esto me viene a la cabeza otra aventura. En México estuvimos a punto de tener una muy buena traducción de La divina comedia. Hace 40 años, Guillermo Fernández tradujo doce cantos, los cinco primeros y siete más salteados del “Infierno”.
El poeta y traductor realizó el trabajo por encargo de la DGP. Trillas y la SEP publicaron en 1981 el libro con ilustraciones de Juan González de León. Esa pequeña traducción fragmentaria tenía eso que veo ahora desplegado de manera amplia en la traducción de Micó: la naturalidad de un texto de otra lengua en la naturalidad de la nuestra. Estoy casi seguro de que Fernández habría celebrado esta nueva interpretación por su carácter de algo que sucede aquí de manera profunda en nuestras propias palabras. Quizá, en un futuro no remoto, el cine mexicano nos dé una lectura de esta obra, en blanco y negro o a color.
Con información de Milenio