Durante la época prehispánica, Tihosuco, municipio de Felipe Carillo Puerto, en Quintana Roo, fue uno de los cuatro cacicazgos en los que estaba dividido el mundo maya a la llegada de los españoles, más tarde, en el siglo XVII, debido a su pujanza económica, fue asediado por piratas y filibusteros, además de haber sido sede de un conflicto que a la postre desencadenaría en la llamada Guerra de Castas. Un área de esta población fue declarada por decreto presidencial como Zona de Monumentos Históricos.
El gobierno federal, a través de la Secretaría de Cultura (SC) y el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), reconoce los valores históricos y arquitectónicos de esa localidad y la importancia de preservar el espacio, sus características propias y las manifestaciones del patrimonio cultural existente para las futuras generaciones, regulando la intervención de los monumentos históricos y su aprovechamiento, siempre en miras de mejorar la calidad de vida y generar oportunidades de desarrollo en la ciudadanía.
Con este decreto, desde el 8 de marzo de 2019, Tihosuco se convierte en la sexagésima zona declarada en la República Mexicana y la primera en el estado de Quintana Roo y la primera declaratoria firmada en la presente administración.
De acuerdo con el decreto presidencial, signado por el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, y por la secretaria de Cultura, Alejandra Frausto, y publicado este 13 de marzo en el Diario Oficial de la Federación, la declaratoria abarca un área reconocida que comprende 20 manzanas —en un radio de 0.331 kilómetros cuadrados—, donde se albergan 31 edificios de diversas manifestaciones arquitectónicas, construidos entre los siglos XVII y XIX, como el Templo y Convento del Santo Niño Jesús, así como otros de carácter civil, entre ellos el Museo de la Guerra de Castas y la Biblioteca Pública.
Tras congratularse por este decreto, el director general del INAH, Diego Prieto Hernández, refirió que para el instituto y para el país, esta declaratoria es de suma importancia porque muestra el compromiso de la actual administración federal por preservar, conservar y difundir el patrimonio cultural de todos los mexicanos.
El documento destaca a Tihosuco por la relación de espacios y su estructura urbana, que son un “elocuente testimonio de su excepcional valor para la historia social, política y artística de México”.
Para poder llevar a cabo esta declaratoria, especialistas del INAH realizaron un expediente que incluyó la identificación de cada uno de los elementos históricos existentes, su descripción, levantamiento arquitectónico y fotográfico, además de la valoración en su estado de conservación; un análisis histórico-urbano, de la traza, materiales de construcción y de estilos arquitectónicos, que visualiza la importancia de los hechos acecidos en la localidad y de la trascendencia que tuvo para la región y el país.
Sobre las características arquitectónicas de las construcciones tradicionales, se destaca que son, en su mayoría, a un sólo nivel, lo que origina una predominante visual horizontal en la que sobresale el Templo y Convento del Santo Niño Jesús, cuya fachada fue demolida durante la Guerra de Castas, en 1847, conservándose sólo parte del extremo sur.
Las puertas están hechas de madera con dos hojas; la techumbres y entrepisos están compuestos de morillos, viguillas y terrado a base de sascab (piedra caliza molida).
En el convento, que se encuentra en su mayor parte en ruinas, algunas habitaciones se han remodelado, poniendo cubiertas de morillos y mampostería o losa de concreto.
Durante la época prehispánica, Tihosuco fue la capital del cacicazgo de Cochuah, uno de los cuatro en los que estaba dividido el mundo maya a la llegada de los españoles. Su nombre significa “Cinco parcialidades”, que alude a una división en barrios o kuchteel del asentamiento prehispánico.
Tras la Conquista, la evangelización de la zona y el poblado estuvo a cargo de la orden franciscana que llegó a Tihosuco en 1579, quienes lo eligieron como centro parroquial de nueve pueblos de los alrededores.
A mediados del siglo XVII, la localidad formó parte de la frontera colonial que dividía el territorio de Yucatán: la porción noroeste se conformaba por el espacio controlado por los españoles, mientras que en la sureste se encontraban asentamientos indígenas sin conquistar. Debido a su posición geográfica estratégica, fue un centro comercial importante en la región.
En 1686, el encomendero de esa población, Ceferino Pacheco, enfrentó a los corsarios Laurent de Graff “Lorencillo” y François Agramont, quienes, desde la Bahía de la Ascensión, se adentraron hasta el poblado saqueándolo y quemándolo; en 1727, filibusteros ingleses atacaron a los pueblos de Chunhuhub y Telá, llegando hasta Tihosuco; como respuesta, el gobernador de la provincia, Antonio de Figueroa y Silva, fortificó Bacalar.
Al principio del conflicto denominado Guerra de Castas, iniciado el 30 de julio de 1847, que devastó la región de los actuales estados de Yucatán, Campeche y Quintana Roo a lo largo de 55 años, Tihosuco fue el sitio donde los criollos se organizaron en contra de los mayas sublevados y fue utilizado como avanzada militar de las tropas yucatecas.
En 1866, ocurrió el sitio de Tihosuco, donde el ejército de Yucatán logró defender el poblado del asedio de los rebeldes, siendo éste el único triunfo de la década.
Como resultado de la Guerra de Castas, Tihosuco quedo abandonado; y la portada y el altar del templo del Santo Niño Jesús quedaron destruidos. Hasta finales de 1928 fue repoblado.
En 1935, el primer gobernador del recién creado estado de Quintana Roo, Rafael E. Melgar, elevó a la categoría de pueblo a las comunidades de Pucté, Sabán, Petcacab, Xhazil, Tusik, Tihosuco, Ichmul, Pedro A. Santos, Xyatil, Filomeno Mata, Poliká, Chacchoben, Álvaro Obregón, Leona Vicario y Nohbec.