Cerca del poblado La Rumorosa, a 1,300 msnm y a ocho kilómetros de la frontera con Estados Unidos, en el municipio de Tecate, se concentra el más vasto conjunto de pinturas rupestres atribuidas a los antepasados de la etnia kumiai, primeros pobladores de Baja California que aún forman parte de los pueblos originarios y vivos de México.
En esa zona arqueológica, nombrada El Vallecito, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) ha desarrollado un proyecto de largo aliento, el cual tras siete temporadas de intervención in situ, y casi una década de estudios para restaurar sus 23 resguardos con pintura rupestre y petrograbados, se perfila como el epicentro de la conservación en la región norte peninsular gracias a su continuidad.
El Vallecito va dando líneas para investigar otros sitios arqueológicos con este tipo de manifestaciones, principalmente del estilo denominado La Rumorosa, caracterizado por figuras humanas digitadas, es decir, de grandes extremidades y, en particular, los dedos.
Así lo explica la restauradora Sandra Cruz Flores, responsable del Programa Nacional de Conservación de Patrimonio Gráfico-Rupestre de la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural (CNCPC), área que ha sumado esfuerzos con el Centro INAH Baja California para dar atención integral a esa zona arqueológica, la única oficialmente abierta al público en esa entidad.
Las pinturas de El Vallecito fueron elaboradas con técnicas dactilares y con el empleo de pinceles y brochas, con una gama cromática en la cual predominan el rojo, el blanco y el negro, aunque también hay presencia de amarillo, ocre y naranja. Sus motivos, además de los antropomorfos, son geométricos, algunos de ellos relacionados con actividades chamánicas de los kumiai, quienes creen que en estos sitios moran sus ancestros y, por lo tanto, los consideran espacios sagrados que visitan periódicamente.
Las manifestaciones gráficas de El Vallecito se comenzaron a intervenir en 2013, pero el estudio para su conservación inició en 2010, mediante diagnósticos, análisis de laboratorio y el planteamiento del método de intervención, explicó Sandra Cruz, al referir que “se pusieron sobre la mesa todas las alternativas, en el ámbito de la conservación, para consolidar la roca que soporta las pinturas. Se hicieron pruebas, primero en laboratorio, enfocadas al material y tipo de alteración que tenían, y luego en campo”.
El lienzo pétreo sobre el que fueron hechos los murales de El Vallecito, detalló, es granodiorita, cuyos componentes minerales sufren un fuerte proceso de alteración en un medio extremo como la zona montañosa y desértica del norte de Baja California, donde en verano se registran los 50 grados y en invierno hay nevadas.
La restauradora explica que la dinámica entre los minerales y el medio ha provocado una alteración hidrotermal, la cual se manifiesta como microfracturas en la roca, misma que al llegar a su límite de resistencia mecánica, se disgrega y se separa en pequeñas capas, poniendo en riesgo la pintura. Por eso, el trabajo fundamental ha sido evitar que continúe la alteración del soporte pétreo.
Avance de 30 por ciento
En siete años, Sandra Cruz ha logrado generar materiales y soluciones específicas para el caso, a partir de procedimientos probados en el ámbito de la conservación, adaptados al Vallecito. La intervención también se ajustó a las particularidades de cada resguardo, entre ellas, las variantes de alteración.
En siete temporadas de trabajo se han estabilizado los cinco resguardos con mayor concentración de pintura: El Diablito, Solecitos, La Cueva del Indio, El Tiburón y El Hombre Enraizado.
Junto con dos sitios del área de preservación: El Hombre y el Sol, y El hombre en el cuadro, estos resguardos son los que tenían mayores procesos de alteración y riesgo de perderse. Su atención representa un avance de mayor al 30 por ciento del total del sitio, informó la restauradora.
En la reciente temporada, el equipo trabajó en la integración visual de esos cinco resguardos para mantener sus valores originales, lo que implicó la reposición de elementos que se habían desprendido, su resane y ribeteo.
Hasta el momento se han atendido los problemas más graves, en tanto los resguardos faltantes presentan un grado menor de alteraciones y están estables. Algunos de ellos contienen elementos de pintura aislados, otros, figuras talladas en la roca sin capas pictóricas; 16 resguardos corresponden a esta condición y por ello “podemos considerar que la mayoría de paneles está en un nivel aceptable de conservación”, anotó Sandra Cruz.
Asimismo, durante esos siete años se ha capacitado a personal del Centro INAH BC, y se estableció un programa de mantenimiento y conservación formal que funciona de la mano de actividades educativas y vinculación comunitaria, enfocadas a socializar la información sobre la importancia del sitio, su fragilidad y la forma en que la población se puede sumar en su conservación.
Atención y monitoreo del patrimonio gráfico-rupestre
El Vallecito se localiza en el ejido de Jacumé y se extiende en 160 hectáreas de sierra, entre pinos piñoneros y chayas. Sandra Cruz Flores detalló que existen más sitios con manifestaciones gráfico-rupestres registrados por el INAH en la región, algunos ubicados en lugares de difícil acceso, y otros dentro de comunidades indígenas kumiai y cucapá, las cuales conservan una relación con este patrimonio.
El Programa Nacional de Conservación de Patrimonio Gráfico-Rupestre ha atendido otros sitios del estado, prioritarios en sus necesidades de conservación, como Cataviña, ubicado en el valle de los sirios, un oasis en el desierto, asociado con los indígenas cochimíes.
Paralelamente a la séptima temporada de campo en El Vallecito, este 2019, el equipo de restauración inició el diagnóstico de otros dos sitios: La Roca de San José, en el municipio de Tecate, que consta de un monolito con escenas pictóricas, y Las Rosas, un resguardo con pintura rupestre que se encuentra en las inmediaciones de la ciudad de Ensenada. En ambos casos se hizo el levantamiento fotográfico, su registro, detección del tipo de alteraciones y el muestreo de los elementos que lo componen.
Las necesidades específicas de conservación para cada uno se decidirán a través de un análisis, y luego se establecerán propuestas de conservación, a la par que se mantendrá el monitoreo y la atención de El Vallecito.