Thomas Stanford llegó a la Ciudad de México a mediados de los 50 del siglo XX, desde entonces y hasta su muerte, acaecida este 10 de diciembre —cerca de los 89 años de edad—, dejó manifiesto su amor a este país con algo invaluable: la compilación de su inmensa memoria musical. El connotado etnomusicólogo de origen estadunidense (Albuquerque, Nuevo México, 1929) debe ser reconocido para la posteridad como el más prolífico de todos los recopiladores de la diversa música tradicional mexicana.
El Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) siempre estará en deuda con Thomas Stanford, pues fue él quien publicó en 1964 su primer Catálogo de Músicas Tradicionales y Lenguas Indígenas, reflejo de la organización que llevó a cabo de un acervo hasta entonces disperso. Desde 1981 fue docente de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), cuya fonoteca fundó, desempeñándose como jefe de laboratorio de sonido.
La doctora Marina Alonso Bolaños, investigadora de la Fonoteca del INAH, expresa que Stanford formó parte una generación de estudiosos —muchos de ellos formados en la etnomusicología norteamericana— que en la mitad del XX cambiaron el curso de las investigaciones musicales, mientras en el ámbito académico ofrecieron una visión distinta de los componentes musicales de nuestro país.
Para la experta, la herencia de Stanford ha sido fundamentalmente la escuela del trabajo de campo y la grabación. Él mismo se reconocía como uno de los herederos de Raúl Hellmer (“El jarocho de Filadelfia”, 1913-1971). Thomas Stanford realizó investigaciones en más de 400 pueblos, en muchos de los cuales, durante más de 15 años, fue capacitando a varias generaciones de estudiantes de la ENAH.
Además de planteamientos teóricos que lo llevaron a señalar que la única función universal de la música es la de la identificación del grupo que la emplea, otras de sus contribuciones importantes han sido los estudios en torno al son mexicano, al corrido y a la música popular en general. Respecto al son —detalla Marina Alonso—, sus investigaciones son fundamentales “porque destacan la diversidad y, sin negar un origen hispano, otorgan un peso importante a las culturas locales del país. El son como complejo genérico, en tanto que agrupa varios géneros musicales en sí”.
Benjamín Muratalla, subdirector de la Fonoteca del INAH, señala que Thomas Stanford fue un etnomusicólogo que cubrió casi toda la geografía mexicana, de península a península y de frontera a frontera, aunque destaca la recopilación que hizo de tradiciones musicales de Guerrero, Yucatán y la Sierra Norte de Puebla. En ese sentido —anotó—, deja testimonios de lenguas prácticamente extintas, como el náhuatl de Morelos.
La música de mayas de Quintana Roo, de yaquis y mayos del noroeste, de mixtecos de distintas regiones, son sólo algunos de los grupos indígenas a los que tuvo la oportunidad de grabar. Stanford, quien tocaba piano, grabó al también pianista tabasqueño Manuel Pérez Merino, “El cantor de Grijalva”, en una sesión que forma parte de la Serie Testimonio Musical de México de la Fonoteca del INAH.
“Thomas Stanford cultivó siempre un gran amor a México y lo reflejó a través de su trabajo, sin duda es el más prolífico de todos los recopiladores de música tradicional. Otro aspecto a destacar es que se mantuvo al tanto de la cambiante tecnología de grabación y lograba manejarla a la perfección. Era un excelente grabador, con un sentido antropológico de la acústica”, comentó Muratalla.
Tanto Benjamín Muratalla como Marina Alonso refieren además el trabajo que Stanford llevó a cabo en archivos catedralicios, descubrimientos de partituras de la Colonia que se dio a la tarea de publicar en impresos y discos.
Asimismo, “en su obra La música popular de México, Stanford presenta un panorama de la historia de la música en México desde la época prehispánica hasta el siglo XX; advierte que las músicas de la mayoría de los grupos actuales no han sido debidamente estudiadas, porque no se conserva memoria escrita de la música mesoamericana —por llamarla de algún modo— y existe una enorme dificultad para reconstruirla. Según Stanford, la música popular rara vez era integrada en las tradiciones conservadas en archivos civiles y eclesiásticos”.
Thomas Stanford contribuyó notablemente a la creación de los fondos del INAH, la ENAH, del Instituto Nacional Indigenista y de la Dirección de Culturas Populares. Buena parte de su acervo lo donó a la Fonoteca Nacional, sin embargo y gracias a su generosidad, hasta sus últimos días ofreció una copia de los mismos a la Fonoteca del INAH, “horas de grabaciones en frío” (sin editar) que deberán revisarse”, concluyó Benjamín Muratalla.