Una inquietud común en humanidades es si la filosofía en México existe. También es común escucharla en otros países de Latinoamérica e incluso en España. Se suele decir que en estos lugares no ha habido personajes importantes en el ámbito filosófico, a diferencia de otros países como Francia o Alemania. Sin embargo esta opinión se debe, en muchos casos, al desconocimiento de la historia de la filosofía en el país, además de a algunos prejuicios con respecto a la naturaleza de la filosofía.
La pregunta en sí misma también parece algo tramposa, porque incluye preguntas de igual importancia que no se formulan explícitamente. Entre ellas la que pregunta qué es la filosofía, o por lo menos qué es lo que pretende hacer este tipo de actividad, o bien la que cuestiona por qué “filosofía en México” es una categoría de investigación válida, considerando que puede ser un poco vaga y heterogénea. Con esto me refiero a que decir que uno estudia la filosofía en México podría parecer tan arbitrario como decir que uno estudia las plantas que crecen en las banquetas. En ambos casos se trata de una clasificación que parece plausible, pero al profundizar en sus implicaciones se descubre que quizá no sea una guía de trabajo muy adecuada. Así como “plantas que crecen en las banquetas” podría incluir tanto a los dientes de león como a los helechos, o bien a las enredaderas y a las suculentas, de la misma manera “filosofía en México” podría incluir a los filósofos o filósofas que hicieron su obra en el país aunque no fueran de nacionalidad mexicana, o bien a aquellos que fueron mexicanos pero crearon su obra fuera del país, o un caso más problemático de alguien que escribió una parte de su obra antes de obtener la nacionalidad mexicana y la otra parte luego de obtenerla. Por otro lado no sabemos si tener una nacionalidad mexicana es suficiente para que algo sea mexicano, al menos en el sentido de hacer de esto una categoría a investigar.
Dicho esto, aclaremos que, si bien creer que no hay filosofía en el país conlleva algunos prejuicios, quizá no haya una manera satisfactoria de defender lo contrario. Por otro lado, no tenemos claro si toda esta discusión tiene algún propósito claro, o porqué nos interesaría defender una postura u otra. Lo que sí podemos hacer sin grandes problemas es un recuento de algunos personajes que de una u otra forma han tenido incidencia en la práctica filosófica en el país, algo que puede constatarse haciendo un repaso de su vida y obra.
Antonio Caso y el humanismo
Antes de la UNAM fue la UNM, la Universidad Nacional de México. La A se le agregó al nombre hasta 1929. Por supuesto, la A de “autónoma” no solo significó modificar el nombre de la universidad. Detrás de esto hubo algunas discusiones que se preguntaron por el destino y la función de la universidad. Entre los participantes se encontraba Antonio Caso, un profesor de filosofía de la universidad.
Caso había sido uno de los fundadores del llamado Ateneo de la juventud, un pequeño grupo de estudiantes y maestros que se reunían en diferentes lugares, desde sus propias casas hasta, de vez en cuando, la Escuela de Altos Estudios (la abuelita de la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM). La obra más importante de Caso, o al menos la que mejor resume sus preocupaciones, lleva el título de La existencia como economía y caridad. En ella presenta una visión de la existencia humana dividida según diferentes niveles y dependiendo de varios factores. Es al mismo tiempo una ética y un estudio de corte metafísico. Según Caso el ser humano puede vivir guiado por lo que él llama “economía”, que es el proporcionarse lo estrictamente necesario para la vida. Sin embargo, pensaba que no era la única manera posible de vivir. Influido por pensadores cristianos, como San Agustín o San Juan de la Cruz, creía que era posible una existencia más espiritual, guiada por la “caridad”, por una suerte de bondad desinteresada.
María Zambrano de paseo en el bosque
María Zambrano viaja a todas partes, pero no porque estuviera de vacaciones. Primero la guerra, luego promesas de algo mejor la orillaron a abandonar el país al que acaba de llegar. Pasa por Cuba, Venezuela, México y al final termina en Francia. Va regando sus obras por todo el mundo como si fuera plantando árboles. Sin embargo no todas ven la luz y algunas son publicadas una, dos o hasta tres décadas después.
La mayor parte de su residencia en nuestro país la pasó no en la Ciudad de México sino en Michoacán. Se dice que, por la influencia de los otros desterrados españoles, como José Gaos, no obtuvo una plaza en la Facultad de Filosofía y Letras, por lo que se le envió a la Universidad Michoacana de San Nicolás. Después de vivir una temporada en el estado del sur abandonó el país. Su paso por México fue breve y, a pesar de ello, aquí publicó una de sus obras más conocidas e influyentes: Filosofía y poesía.
Otro de sus libros explora la metáfora de los claros de bosque (imagen que le da título a la obra) como un espacio que es posible conceptualizar. Los claros de bosque son áreas vacías en medio de un cúmulo de árboles, una especie de isla a la mitad del océano. Lo característico de estos lugares es que la ausencia de árboles hace que la luz entre sin problemas, a diferencia del interior del bosque donde todo es más oscuro y húmedo. Zambrano piensa que esta imagen poética captura una idea importante del discurso filosófico y religioso. Tal vez la idea le fue sugerida cuando preparaba sus clases con el paisaje michoacano a la vista; quizá eso fue lo que México le dio a Zambrano, algo que ella nos devolvió a todos.
Eduardo Nicol habla mejor griego que español (aunque es español)
Eduardo Nicol empezó a dar clases en Filosofía y Letras recién llegado a México. Tenía 32 años y tardó unos diez en publicar una obra desde su llegada, en parte debido a que perdió todas sus notas en algún estudio de Barcelona cuando tuvo que abandonar la península. La guerra civil española lo obligó a abandonar su país de origen.
Recibido por Samuel Ramos y otros académicos de la época, empezó a impartir sus cursos sobre “metafísica” (una disciplina no muy popular en ese entonces y sobre la que nadie se pone de acuerdo todavía acerca de lo que verdaderamente significa y estudia). Pero él sabía una cosa: metafísica se escribe en griego. No solo por ser una transcripción exacta del vocablo, sino porque lo que ella significa está cifrado en la obra de dos pensadores helenos: Platón y, sobre todo, Aristóteles.
Una de las obras más importantes de Nicol, la Metafísica de la expresión, empieza con una cita tumblrera de uno de los diálogos platónicos: “el hombre es el símbolo del hombre.” Con ella Nicol sintetiza los problemas filosóficos que más le interesaban: una especie de teoría del hombre o antropología, el lenguaje como una de las características definitorias de la naturaleza humana, y en general el ser humano como el centro de toda reflexión filosófica. También lo obsesionaba la idea de que la filosofía pudiera tener el mismo estatus que la ciencia, como la física o las matemáticas. Por eso se empeñaba en defender una práctica de la filosofía sistemática y criticaba los intentos ensayísticos y literarios de hacer filosofía.
¿Alguien ha visto a Samuel Ramos?
Ramos se oculta en sus traducciones, en sus estudios de estética, en sus múltiples polémicas. Estudia las obras de Kant, Hegel, Heidegger. De este último traduce un volumen con el título Arte y poesía. Discute con Caso y en su momento con Gaos y Nicol. Publica un Perfil del hombre y la cultura en México en 1934, un singular estudio sobre “el ser del mexicano”, y con ello inicia oficialmente una época en los estudios sobre México y Latinoamérica. Como es sabido El laberinto de la soledad retoma varias ideas de este libro, algo que a veces se ha confundido con un plagio. La idea central de este tratado es que la cultura mexicana ha adoptado algunas costumbres que la han privado de una personalidad auténtica. Por ejemplo, Ramos destaca que las modas, ya sea intelectuales, literarias o simplemente estilísticas, son importadas del extranjero de manera irreflexiva y a veces torpe.
Independientemente de qué tan acertado sea el diagnóstico que en su momento hizo Ramos, marcó una tendencia en la forma de estudiar las humanidades en hispanoamérica. Y afortunadamente no es lo único que quedó de él. Todavía podemos reconocer la influencia de su labor educativa, como traductor y como pensador en sus múltiples obras.
Por Código Espagueti.