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Opinión

Ver para Pensar: Contradicción en los Confines

Federico Anaya Gallardo

Sigámosle la pista a la imaginería de la niñez imperial británica. Cuando llega a la mansión mágica, el Cyril de la versión Five Children and It de Stephenson (2004) lleva pantalón corto, calcetas altas, saco con corbata y gorra redonda. Igual van uniformados los Pevensie de Las Crónicas de Narnia de las dos primeras películas de saga, dirigidas por Andrew Adamson en 2005 y 2008. En la segunda entrega, Adamson le agrega al chico Edmund una bufanda de modo que las audiencias puedan imaginarse a estas chicas y chicos como una extraña precuela de Harry Potter. En realidad, ambas imágenes provienen del mismo cánon eduardiano (1900-1930).

Las tradiciones son más fuertes en tanto que están más alejadas del centro rector que las generó. Los súbditos de Su Graciosa Majestad en las colonias tendían a ser más estrictos respecto de lo que es “británico”. Y así siguen, aunque sus gobiernos ya no reconozcan políticamente a la Corona británica. En una foto de alrededor de 1985, vemos al hoy comentarista de Rugby Matthew Pearce esperando en una estación de tren en el área reservada para personas blancas, mientras dos trabajadoras negras pasan frente a él. El chico lleva el uniforme de la escuela privada Bishops, de Ciudad del Cabo. (Ve la Liga 1.)

Los uniformes de las escuelas públicas australianas aún siguen el patrón tradicional, como podrás confirmar viendo la serie Worst Year of My Life Again, creada por Mark Brotherhood para la Australian Children’s Television Foundation en 2014. (Solía estar en Netflix pero puedes encontrarla en YouTube en Inglés con mala traducción automática al Castellano, Liga 2). Basta el primer capítulo, pues ver esa serie aussie completa podría calificar como tortura (aunque habría que dedicarle algunas líneas en el futuro a esa y otras series similares).  

Hoy quiero recomendarte otro filme, The Power of One (1992) dirigida por John G. Avildsen a partir de una novela de Bryce Courtenay (1933-2012). No la he encontrado en los servicios de streaming y en YouTube sólo aparecen cortos y colecciones del soundtrack (que es magnífico, por cierto, Liga 3). Así que, lectora, la búsqueda de este filme puede ser una aventura interesante –si la encuentras, déjanos saberlo. La fuerza de uno, como fue traducida al Castellano, relata la historia de un huérfano inglés en la Sudáfrica de los 1930’s y 1940’s. Courtenay explicaba que su novela se basó en su experiencia personal. Bryce era huérfano igual que su héroe (Peekay). Pero, contrario a su protagonista, que se compromete en la lucha contra el Apartheid, Courtenay emigró a Australia. Allá formó su familia y empezó muy tardíamente su carrera literaria. The Power of One, publicada en 1989, fue su primera novela.

La adaptación cinemática es de lujo. El director de la escuela privada en que Peekay estudia la secundaria-preparatoria es interpretado por Sir John Gielgud (1904-2000) quien apenas el año anterior (1991) había interpretado al personaje central de Los Libros de Próspero (Prospero’s Books) de Peter Greenaway. El preso político que enseña a Peekay a boxear es Morgan Freeman (n.1937). El tutor alemán de Peekay (recluido en prisión durante la segunda guerra mundial) es interpretado por Armin Mueller-Stahl (n.1930) un actor este-alemán bien querido por Fassbinder, Wajda y Szabó (para quien había interpretado al oscuro Archiduque Franz Ferdinand en Coronel Redl en 1985). Un elenco de pesos pesados. Aparte, introdujo a las audiencias a actores hoy famosos, como el actual James Bond, Daniel Craig, quien interpreta a un sanguinario sargento Botha.

En la película, Avildsen subraya el papel del adolescente Peekay como Rainmaker, un mítico “hacedor de lluvia” que logra la unidad de los pueblos originarios de Sudáfrica para luchar contra el Apartheid. El problema de este retrato es que traslada (¿roba?) la agencia de la liberación a los Africanos originarios (Zulúes, Xhosa, Pedi, Sotho, Ndebele, Vhavenda, Suazi, Tsuana) para dársela a los muy minoritarios Africanos blancos (ingleses) y a los Afrikaners (descendientes de los colonos holandeses del siglo XVII). Sospecho que esta “trampa” de la novela y de la película es lo que la ha sacado de circulación en nuestros días.

Se trata de una trampa trágica. Te cuento, lectora, que cuando estudié ciencia política en Georgetown (1991-1995) todavía se consideraba a la Sudáfrica del Apartheid como una “democracia liberal” pese a que los derechos de ciudadanía de nueve de cada diez habitantes (los Africanos negros) estaban restringidos. Pese a ello, el Apartheid había entrado en crisis. En 1987 los blindados cubanos derrotaron al ejército racista en Cuito Cuanavale y el régimen de Pretoria empezó a derrumbarse. El movimiento anti-Apartheid se generalizó. En Julio de 1988, 600 millones sintonizaron el concierto de Wembley por la liberación de Mandela, y en Diciembre de ese año el viejo líder Xhosa fue trasladado a una prisión adonde se le permitió recibir visitas de dirigentes del Congreso Nacional Africano. Mandela fue liberado en 1991 pero declaró que la lucha armada contra el Apartheid, aunque ahora sólo defensiva, continuaría. La transición de Sudáfrica a una democracia multicultural tardaría aún tres años –que culminaron en 1994 con la elección de Mandela como primer presidente de la nueva República.

Así las cosas, en 1989 (publicación de la novela de Courtenay) y en 1992 (estreno de la película de Avildsen) no era aún seguro subrayar la agencia de los Africanos en su propia liberación. En Washington gobernaba Bush I y los reaganitas seguían siendo hegemónicos. En Londres seguían dominando los thatcheristas. En África, la Guerra Fría era aún bastante caliente en la Angola y la Namibia recién liberadas por los tanques cubanos. En Sudáfrica, la lucha armada del CNA de Mandela continuaba siendo una opción y los Afrikaneers fascistas podían dar un golpe reaccionario en cualquier momento (aquí se entiende la importancia de mediadores como el obispo Desmond Tutu).

The Power of One presentó la agencia de los Africanos de manera sutil, a través del soundtrack. El chico blanco (Peekay) vestido de pantalón corto se presenta como perfecto representante de la juventud imperial británica, émulo del Cyril de Nesbit (1904) y de los chicos Pevinsey de Lewis (1950). Pero Peekay es sólo un pretexto para mostrar cómo todas las tribus se reúnen para cantar juntas un himno de unidad (“Southland Concerto”, Liga 4). Avildsen cierra la sección de la prisión con dos secuencias yuxtapuestas. En una (que es la que vieron Reagan y Thatcher) el abuelo y el nieto blancos dirigen el coro de cientos de prisioneros negros que cantan en lenguas que nosotros, los Occidentales, no podemos entender. Pero el director nos muestra que los opresores sospechan, sienten que la música anuncia una tormenta por llegar. Así que en otra secuencia, intercalada con el concierto, vemos a Geel Piet (Morgan Freeman) –el prisionero que organizó los coros– mientras es torturado por uno de los guardias. El represor le exige traducir lo que sus compañeros están cantando. Piet, mientras el racista lo mata a golpes, traduce: Corren por acá, corren por allá. Son cobardes, tienen miedo. Los pueblos negros de la Sudáfrica racista cantan eso cada uno en su lengua –pero el himno es uno sólo… the power of One, el poder de la unidad.

Ligas usadas en este texto:

Liga 1:

http://archive.nytimes.com/www.nytimes.com/interactive/2013/12/06/world/africa/mandela-photographers.html#/#turnley

Liga 2:

Liga 3:

Liga 4:

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