Federico Anaya Gallardo
Aunque no es desconocido, poco se recuerda que el famoso Alejandro Dumás (1802-1870) era hijo de un general francés mulato, hijo de un francés, marqués y terrateniente de Saint-Domingue (hoy Haití). El marqués se llamaba Alexandre-Antoine Davy de la Pailleterie y procreó al general con una esclava proveniente del África subsahariana, de nombre Marie-Cesette Dumas. Es interesante que Dumás, el apellido de la madre esclava, fuera el que usara la descendencia. Aquél mulato, nacido en 1762 en la gran isla de los esclavos, y adonde él mismo fue esclavo por un tiempo, murió general de la República hecha Imperio en 1806. Su hijo tenía apenas cuatro años. El grabado inglés que incluyo al principio de esta kino-reseña se hizo a partir de otros retratos del periodo revolucionario (1796-1799). Nos lo muestra en el sencillo uniforme de la República. Junto a él, te muestro la fotografía de 1855 de su hijo, el famoso escritor.
¿Qué quedó del padre ausente del gran Dumás? Mucho. De eso quiero hablarte hoy, lectora.
De entrada, el recuerdo del general mulato provocó burlas y discriminación contra el escritor –el pelo crespo de la fotografía de 1855 fue pretexto para caricaturas miserables. La República Francesa lo enterró en el Panteón de París apenas en 2002 para celebrar el bicentenario de su nacimiento. El entonces presidente Chirac (conservador) aclaró que ese reconocimiento público se había retrasado siglo y medio por el racismo.
Aunque la obra más conocida de Dumás es Los Tres Mosqueteros (1844), a mi leal saber y entender la mejor es El Conde de Montecristo (1844-1846). Cosa normal para obras muy populares, la mayor parte del público conocemos ambas en formatos simplificados. Yo los leí en la colección de Editorial Novaro Clásicos de Oro Ilustrados adonde se presentaba en no más de 100 páginas de texto continuo amenizado con grandes ilustraciones a color. También debo confesar, lectora, que la primera novela clásica que leí completa fue Dos Años de Vacaciones de Julio Verne –pero es posible que lo haya hecho en una versión abridged (recortada, rasurada).
Resulta que las “grandes novelas” decimonónicas de Occidente han sido sistemáticamente rasuradas para facilitar el acercamiento de las masas. Cosa rara en el caso que me ocupa hoy, porque Alejandro Dumás publicaba en un formato ya de por sí popular: el folletín. Un periódico de gran circulación publicaba capítulos de la novela como entrega semanal. Esto tenía a las y los lectores pendientes de las aventuras de los personajes –mecanismo precursor de las series de TV streaming de hoy día.
Así las cosas, las aventuras de Montecristo se diseñaron para enganchar a las masas francesas que –medio siglo después de la Gran Revolución– usaban (y abusaban) su reciente alfabetización. Te cuento de los “abusos”, lectora: la Iglesia Católica incluyó las obras románticas de nuestro Dumás en el Index Librorum Prohibitorum del Vaticano. El castigo de los curas ocurrió en 1863, cuando un Alejandro Dumás de 61 años servía como director de Museos de Nápoles. ¿Qué estaba haciendo en Italia nuestro novelista francés? Resulta que en 1860 había vendido sus bienes para comprar armas para Garibaldi y luego se embarcó a Sicilia para entregarlas. De esta aventura nació Les Garibaldiens, Révolution de Sicile et de Naples, una crónica de esa aventura revolucionaria y republicana en el sur italiano. (Puedes leer una versión completa en la biblioteca electrónica de Hathi Trust en la Liga 1.)
En otras palabras, el escritor hijo de general seguía peleando en 1963 del mismo lado que su padre en 1793 –y los conservadores de su día acusaron recibo y prohibieron la obra. (Acaso aún esté en el Índice… tengamos cuidado con nuestra alma inmortal.)
¿Imaginabas algo de esto, lectora, cuando viste la versión de Montecristo de Kevin Reynolds (Touchstone/Spyglass,2002) con Jim Caviezel como Edmundo Dantés-Montecristo y Henry Cavill (Supermán) como Alberto Mondego? Te será difícil, porque del mismo modo que las ediciones se rasuran, las películas simplifican la historia que cuentan. (La puedes ver en YouTube, en versión doblada al Castellano, en la Liga 2.)
En mi opinión, la versión más completa de Montecristo la produjo Télévision Française 1 (TF1) en 1998, con Gérard Depardieu como Edmundo Dantés-Montecristo. Tiene cuatro episodios de poco más de una hora y media cada uno, dirigidos todos por Josée Dayán. Los puedes ver en YouTube en versiones dobladas al Castellano (Ligas 3 a 6). Una versión en Francés, pero sin subtítulos, está también en esa plataforma en un solo bloque de seis horas y media (Liga 7).
La versión en Francés permite disfrutar la precisión y sonoridad del lenguaje de Dumás –que el director Dayán se preocupó de preservar. (En alguna ocasión, una amiga y yo la usamos para practicar nuestro Francés, oyendo algunas escenas con nuestro libro en mano.) Las dos versiones que te recomiendo, lectora, te mostrarán varias historias secundarias que omiten las versiones rasuradas ó simplificadas de la novela.
Todas y cada una de esas historias tienen que ver con la sociedad de clases que nació de la Revolución: cómo los comerciantes menores se enriquecieron hasta volverse banqueros abusivos (Danglars), cómo los militares de fortuna abusaron del honor y se convirtieron en nuevos nobles discriminadores (Mondego), cómo los leguleyos se encumbraron cometiendo injusticias y justificando su crueldad a nombre de “la moral” (Villefort). En la versión de Dayán me impactó especialmente el fiscal general Villefort: ciegamente orgulloso de su “severidad” explica la importancia de “la Ley” al Conde de Montecristo –sin reconocer en él al joven marino a quien, veinte años antes, él había condenado sin razón a prisión perpetua.
Lo extraño es que la versión de Dayán no aprovecha completamente los primeros capítulos de la novela original. Allí, Alejandro Dumás se detiene a explicar cómo era la sociedad francesa justo en el momento de la derrota de Bonaparte: la vieja nobleza regresaba, sin haber aprendido nada de la nueva política; y la nueva nobleza trataba desesperadamente de quedar bien con el régimen conservador restaurado. Es en ese contexto que el capitán del velero mercante Faraón recaló en la Isla de Elba para recoger una carta del Emperador –justo antes de la saga de los Cien Días. Al morir el capitán de una fiebre, fue el joven primer oficial del Faraón (Edmundo Dantés) el encargado de llevar el mensaje subversivo. Y, en un giro fatal de la suerte, el joven abogado Villefort le captura. La excusa para la prisión de Dantés en el Castillo de If es política. Se le considera bonapartista. Se le cree jacobino. Se le cree radical. Edmundo es demasiado joven para ser cualquiera de esas cosas, pero Los de Arriba no se arriesgarán y lo encarcelarán sin juicio.
Las descripciones de Dumás sobre Villefort y Dantés en su juventud son un elegante esbozo de las contradicciones entre la burguesía emergente de la Francia postrevolucionaria. En esas líneas del novelista vemos la sombra del general mulato que luchó por la República y por Bonaparte.
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