Federico Anaya Gallardo
’est tout…. Ellos bailan, yo filmo. Es todo. Esto nos decía en 1969 Louis Malle en el minuto siete del primer capítulo, titulado “La cámara imposible”, de su L’Inde Fantôme, Réflexions sur un voyage (La India Fantasma: Reflexiones sobre un viaje). Se trata de un documental en siete episodios, cada uno de poco menos de una hora. Puedes verlos en YouTube gracias a “oh em-gi” (¿O-M-G por “Oh my God!”?) en buenas versiones francesas con subtítulos en Inglés. (La Liga 1 te llevará al primero.) Fueron transmitidos por las televisiones públicas de Inglaterra (BBC) y Francia (Nouvelles Éditions de Films) luego de seis meses de travesías que hizo el cineasta y documentalista francés entre 1967 y 1968 por la inmensa República fundada por Gandhi y Nehru.
Las fechas y los lugares importan. Pero antes de contarte más acerca del viaje indio de Malle, lectora, te invito a otra travesía por el tiempo y la obra previa de este director de cine. A mí este camino me está ayudando a entender al realizador.
Louis Malle nació en 1932 en la Picardía, en la parte francesa del antiquísimo Flandes. Tenía 36 años cuando emprendió el rodaje de La India Fantasma. Pero los ojos conque vió aquéllos espectros estaban calibrados por los de su propio pasado.
El ciudadano Malle nació en Thumeries, un pequeño municipio de 7 km2 que hoy tiene 3,900 habitantes. El Boletín de la Comisión Histórica del Departamento del Norte (la circunscripción territorial adonde está Thumeries desde la Primera República), en su tomo 6, página 186, impreso en 1862, reportaba que la población ya existía allá por 1187 entre los bosques vigilados por el castellano (señor del castillo) de Lille –ciudad que sigue siendo el centro rector de esa región. Entre 1364 y 1387, Thumeries fue parte de varios litigios de una familia Rayne, comerciantes de trigo y vino en la vecina ciudad de Douai. (Todo esto lo sabemos gracias a www.books.google.com y a la plataforma Gallica de la Biblioteca Nacional de Francia, Liga 2.)
Cuatro siglos más tarde, en 1789, la Revolución reorganizó la propiedad territorial y un sembrador de betabel llamado Joseph Coget adquirió una buena cantidad tierras nacionales. Emprendedor, instaló en su propiedad un ingenio para fabricar azúcar –aprovechando que la Revolución Haitiana y el bloqueo inglés a Napoleón había eliminado del mercado francés el dulce de caña caribeña. Pero el de Coget era sólo uno entre los 150 ingenios que había entonces en la región. Sus hijos heredaron tierras e ingenio, pero fue un sobrino de éstos, Ferdinand Béghin (1845-1895), quien logró expandir la producción de betabel é industrializar la refinación de azúcar. Dos generaciones más tarde, otro Ferdinand Béghin (1902-1994) crearía el gigante azucarero francés Béghin-Say. La hermana del gran industrial, llamada Françoise (1900-1982), desposó al socio de este segundo Ferdinand (1897-1990), quien era un capitán naval de nombre Pierre Malle. Ella fue quien parió a nuestro director de cine.
Por eso es que la Wikipedia francesa nos dice que Malle est issu (desciende, nace, brota) de una gran familia de industriales. Viene de la gran burguesía francesa que, en la entreguerra (1918-1939), se opuso histéricamente al “avance del comunismo” y que luego apoyó la “revolución nacional” del régimen autoritario de Vichy durante la segunda guerra mundial (1940-1945) –pero que también leía y debatía con la intelligentsia de Izquierdas. Esto lo veremos en la película Le Souffle au cœur (Un soplo en el corazón, 1971). Nacido en 1932, Louis Malle vivió la primera parte de su adolescencia bajo la Ocupación. Su condición social le salvó del sufrimiento que azotó a muchos, pues vivió aquéllos años en internados católicos. Sus primeros experimentos con una cámara 9mm datan de 1944 (al parecer, nada extraordinario). Pero aún en ese nicho protegido se dejó ver la hecatombe. La experiencia indirecta de Malle sobre la guerra la refleja en su película más famosa: Au revoir les enfants (Adiós a los niños, 1987).
Los Béghin y los Malle fueron una familia unida –orgullosa de sus raíces locales. (Un empresariado patriarcal con mucha legitimidad social.) De Louis se esperaba que siguiera en el negocio familiar ó que sirviese de conexión con las instituciones públicas de la segunda postguerra. Por eso se le matriculó a los 18 años (1950) en el Institut d’Études Politiques de París (el famoso Sciences Po). Pero Malle deja este camino y se inscribe en 1953 (a los 21 años) en el Institut des Hautes Études Cinématographiques (IDHEC) que hoy, conocida como La Femis, es una de las cuatro escuelas públicas de cine en Francia.
En 1954, el capitán Jacques-Yves Cousteau solicitó al director del IDHEC candidatos para filmar los viajes del Calypso. Escogió a Malle. El rodaje ocurrió en 1955. El documental Le Monde du Silence (El Mundo del Silencio, 1956) ganó la Palma de Oro en Cannes. (Liga 3.) Malle, co-director, tenía sólo 23 años.
Me interesa la frase con que abre este primer documental. La audiencia acaba de ver cómo tres buzos se adentran al abismo acuático. Llevan unas antorchas especiales que flamean extrañas, dejando una estela de burbujas que escapan hacia arriba –rumbo a nuestro ambiente natural– é iluminan los flacos cuerpos humanos en medio del azul oscuro. Entonces oímos a Cousteau: “A cincuenta metros de la superficie, unos hombres filman una película. Equipados con escafandras autónomas de aire comprimido, se han liberado de su peso, se desplazan libremente”. Se trata del observador ajeno y libre que filma un mundo desconocido. Pero en ese mundo no hay humanos. A lo mucho, hay naufragios de lo humano.
Durante los siguientes 13 años, Louis Malle filmó ficciones en ocho largometrajes de mucho éxito, haciéndose fama por su buena factura y por una visión crítica, pero siempre indirecta, de las clases opulentas de Francia. Será hasta 1968 –aquél año admirable– cuando el ya famoso director retorne a los documentales con La India Fantasma. Es probable que la herencia material de su familia fue lo que permitió esa extraña aventura. Recorrió la inmensa India, primero durante dos meses y luego por cuatro meses, sin un plan ó guión predeterminado. Regresó a editar su material en París a mitad del Mayo Francés. Es verdad que BBC y Nouvelles Éditions de Films aceptaron distribuir el producto final, pero creo poco probable que hayan financiado la filmación. Una apuesta que seguro les parecería riesgosa. Para esto es que sirve ser un Malle de la Béghin-Say.
A mitad del primer episodio (recuerda el título, lectora: “La cámara imposible”) Malle inserta una escena de camino. Es un atardecer más bien gris –de esos que te hacen sentir un vacío en el pecho. El narrador y la cámara se enfocan a la izquierda de la carretera, en una interminable hilera de grandes árboles, detrás de los cuales se pone el sol. Malle-narrador nos cuenta que, si en la India los caminos son todos terribles, los árboles que los bordean son todos magníficos. Reverenciados desde hace siglos, a veces uno encuentra junto a uno de los viejos troncos un altarcito a Ganesh, el hijo de Shiva, ese dios de la prosperidad con cabeza de elefante. Y aquí Malle se confiesa: Ce voyage je l’ai décidé pour des raisons a moi. C’est une fuite, un retour, un brusque détour. Et puis très vite la fuite a devenue une quête a besoin de trouver ou de retrouver. On fait chaque pas au nôtre film (“Hice este viaje por razones personales. Es una huida, un regreso, un desvío repentino. Y luego, de pronto, la huída se convirtió en una búsqueda para encontrar ó para redescubrir. Vamos, paso a paso, a nuestra película”).
Es decir, Malle filma para buscarse… pero Malle sabe bien quién es él –ó mejor, qué es él. Por eso es que la necesidad de encontrarse es también re-descubrirse. Malle-narrador cierra su reflexión mientras la oscuridad envuelve camino y árboles: Occidental avec la caméra, deux fois occidental (“Occidental con cámara, dos veces occidental”). Hay que hacernos cargo de la genética del séptimo arte: nació europeo.
La búsqueda de Malle en la India no le descubrió los secretos de aquéllos pueblos (algo que él sabía imposible de antemano), pero entrenó su ojo para verles tal y como se le aparecían. Y trató de mostrarlos así –comentándonos sus asombros al margen. De regreso en Francia aplicará a su clase y a su sociedad la misma regla: Ils dansent, je les filme. C’est tout. Ellos bailan, yo filmo. Es todo.
Ligas usadas en este texto:
Liga 1:
Liga 2:
https://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k5744410s/
Liga 3: