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Opinión

La urgencia del amor

Por María Calvo Charro

La maternidad es la experiencia más apasionante, excepcional y enriquecedora que se
pueda llegar a vivir. Nada te prepara para ser madre, pero ser madre te prepara para
todo. Y la sociedad debería ser capaz de valorar las virtudes y aptitudes que desarrolla una
mujer cuando ha traído vida al mundo, todas ellas altamente útiles y beneficiosas para el
mundo laboral, profesional y social en general. Flexibilidad; imaginación; intuición;
cooperación; expresividad emocional; empatía; paciencia; afectividad; consenso;
pragmatismo; capacidad de improvisación; visión contextual; magnífica gestión del tiempo,
son algunas de las habilidades sociales innatas de la mujer—todas acentuadas por la
maternidad— que, según los estadistas, serán un valor en alza prácticamente en todos los
sectores de la economía del siglo actual. Un hijo es un regalo para la madre. Pero una
madre es un regalo para la entera sociedad.

Sólo una sociedad enferma, que no está dispuesta a hacer frente a sus propios problemas
y que es incapaz de concebir objetivos y retos a la altura de la capacidad de las mujeres,
opta por ignorar la inmensa fuerza de las madres. Décadas de feminismo antimaternal han
logrado desfeminizar a la mujer y hacernos creer que los hijos son una carga, un estorbo,
un obstáculo o un problema que debemos solucionar en soledad. Identifican “liberación”
con eliminación de la maternidad («la tiranía de la procreación» en palabras de Beauvoir) y
asumen que evitar traer hijos al mundo es intrínsecamente progresista. Tener hijos y
cuidarlos con amor es una tarea que sencillamente no encaja en absoluto en los conceptos
de desarrollo personal, autorrealización y libertad impuestos por la cultura actual; como si
aceptar libremente una vinculación filial supusiera indefectiblemente caer en las redes de
la opresión.

En un marco narcisista y autorreferencial, la relación materno-filial no tiene cabida. La
autorreferencialidad sólo conduce a la insignificancia. Cuanto más quiero ser sin el otro,
cuanto más quiero ser el fundamento de mí mismo, más me pierdo y me precipito en la
desesperación.

El invierno demográfico, esta tendencia global de disminución de la natalidad, afecta a
gran parte del mundo. Es urgente y necesario dar un impulso a la natalidad. Pero no de
cualquier forma y a cualquier precio. No se trata de tener niños “en serie”, como en una
cadena de producción para salvar la situación cuantitativamente. Es preciso que vuelvan a
nacer niños en los países desarrollados, pero que nazcan de la única forma en la que el ser
humano es realmente libre y adquiere dignidad: con un comienzo indisponible, sin la
intervención de la técnica, como un resultado inesperado del azar de la relación sexual
Acompañando a las familias en un mundo desafiante.

Amorosa de sus padres. Expresión carnal de la tensión creativa de una pareja que se
ama. Niños no deseados, sino profundamente amados. Niños no buscados, sino acogidos.
Niños no creados para llenar mis vacíos existenciales, sino para volar libres sin tener un fin
prefijado por sus progenitores.

Pero para ello, será preciso, en primer lugar, recobrar la capacidad de enamorarnos, de
comprometernos para toda la vida, de formar una familia, imperfecta y maravillosa, capaz
de dar a los hijos raíces y sentido de pertenencia. Será necesario asumir que lo que
perdemos en perfección y en ganancias económicas en el ámbito laboral, lo ganamos en
verdad de vida, satisfacción y paz personal.

Habrá que defender que sacrificarnos por los demás, cuidar a los que nos rodean, pensar
en los otros antes que en uno mismo, ser imperfecto y no llegar a todo, luchar por ideales
y objetivos, ir contracorriente, carecer de cosas materiales, dar prioridad a la vida personal
frente a la profesional, enfrentarse a situaciones imprevistas e inesperadas, pasar desvelos
y angustias, no tener tiempo para uno mismo, tener conflictos con los hijos y saber ponerlos
en su lugar, que los platos vuelen en el hogar y saber pedir perdón y recomenzar, son
cosas buenas, por las que merece la pena luchar y vivir y que, en último término, son
manifestaciones de amor que nos generan felicidad, por paradójico que pudiera parecer.

Como nos enseñaba Sócrates, cuando no cuidamos de las cosas que realmente importan,
nuestra existencia sufre, ya que nuestro valor depende inexorablemente de las cosas que
cuidamos.

Ha llegado el momento de volver a defender lo humano y, en consecuencia, aprender de
nuevo a amar. «Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse
del hombre en cuanto hombre». Una sociedad como la actual, reacia a cooperar, al afecto
materno y al autosacrificio por los descendientes es, como señala Scruton, disfuncional y,
por ello, llamada a desaparecer. El cambio de paradigma resulta urgente y no podrá
realizarse “a golpe de ley”, sino con un cambio de actitud individual y social ante la
maternidad. Sin embargo, el rumbo actual se antoja difícil de rectificar en un corto plazo
(han sido demasiados los años de influencia negativa del feminismo radicalizado con la
desculturización de la maternidad que ha implicado) y deberá venir, en cualquier caso, de
la mano de las propias mujeres, motor de generación del cambio social. Y, por supuesto,
con el imprescindible apoyo de los varones, revalorizando asimismo la grandeza de la
paternidad.

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