Suecia parece vivir en un mundo aparte. Con 10,2 millones de habitantes, el país había declarado hasta ahora 2.016 casos de coronavirus y 25 muertos. Sus datos son de los mejores que pueden encontrarse en Europa. España, con una población cuatro veces superior, tiene 19 veces más contagiados (39.673) 107 veces más muertos (2.696).
Cualquiera diría que los suecos, concienciados u obligados por sus autoridades, llevan semanas encerrados y aislados. Pero Suecia se aleja de esa imagen corriente desde hace días en Europa y cada vez más en el resto del mundo. El gobierno sueco ha decidido no detener la vida económica y social. Todo está abierto: restaurantes, bares, centros comerciales, escuelas. Sólo se prohíben las concentraciones de más de 500 personas y se permite hacer deporte, en solitario o en equipos.
El Gobierno no impone restricciones por ley, aconseja. Por ejemplo aconseja que se mantenga una higiene escrupulosa y que la gente se encierre una semana en casa en cuanto tenga algún síntoma de la enfermedad. A los mayores de 70 años se les pide que salgan lo menos posible.
Una de las polémicas de los últimos días fue la decisión de mantener abierto todo el sistema educativo. Las universidades aconsejan seguir vía online todos los cursos que se puedan pero también permiten la asistencia a clases presenciales y mantienen abiertas todas sus dependencias: bibliotecas, comedores o centros deportivos.
Los colegios, desde jardines de infancia a secundaria, siguen abiertos. El gobierno sueco asegura que no hay evidencia científica de que sean focos de contagio y recuerda que cerrarlos significaría mantener a los niños en casa y con ellos a sus padres, que no podrían ir a trabajar.
Los suecos no quieren seguir la vía contra el virus que sigue prácticamente todo el planeta.
El éxito de su modelo (siempre y cuando en los próximos días no se dispare el número de afectados y de fallecidos) se basa más en la disciplina social que en la imposición de restricciones por ley. La prensa sueca cuenta que cines y teatros están cerrando sus puertas, no por obligación, sino porque la gente ya no los frecuenta. Lo mismo pasa con bares y restaurantes.
También, aunque no hay ninguna restricción para salir a la calle, la gente lo hace sin formar grupos y manteniendo siempre la distancia de seguridad. Los expertos dicen que si el crecimiento de casos y fallecidos no aumenta exponencialmente y en los próximos días y semanas empieza a bajar, Suecia habrá conseguido vencer al virus sin destrozar su economía y su vida social. Probablemente gracias a una población que cumple con las recomendaciones antes de que la obliguen a cumplirlas.
El primer ministro Stefan Löfven habló el domingo en televisión para todo el país, algo rarísimo. Les dijo a sus ciudadanos que lo peor está por llegar, que deben hacerse a la idea de que habrá más muertos y más afectados por la enfermedad. Pero no anunció restricciones ni medidas de confinamiento ni nada similar. Sí pidió que quien pueda trabajar desde casa no se desplace a su centro de trabajo. Y que los desplazamientos y sobre todo los viajes en las próximas vacaciones de Semana Santa se limiten a lo mínimo imprescindible.
Suecia sigue pensando, en contra del criterio del resto del mundo, que al virus se le puede torcer el brazo simplemente pidiendo a los ciudadanos que cumplan una serie de consignas sencillas. Por ahora no le va mal.
Por Clarin