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Las armas nucleares y sus consecuencias históricas

El 16 de julio de 1945, a las 5:30 a.m., se produjo una poderosa explosión en la ciudad de Nuevo México, que irradió una luz cegadora sobre las montañas circundantes. La bola de fuego creó una nube de hongo que se elevó a más de 11 km de altura.

Luego de la detonación, los científicos se rieron, se felicitaron y compartieron unas copas para celebrar el acontecimiento. Pero enseguida tomaron consciencia del potencial mortal del arma que habían creado. Acababan de generar la primera explosión nuclear de la historia.

La prueba, que recibió el nombre de “Trinity”, resultó todo un éxito; demostró que los científicos podían aprovechar la fisión de plutonio. Y así, se dio paso a una era atómica que cambió la guerra y las relaciones geopolíticas para siempre. Menos de un mes después, Estados Unidos arrojó dos armas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki, Japón, lo que terminó de confirmar que ahora se podían destruir grandes extensiones de tierra y acabar con la vida de multitudes en tan solo unos segundos.

En agosto de 1945, los Estados Unidos decidieron lanzar las armas nucleares que acababan de elaborar ...
En agosto de 1945, los Estados Unidos decidieron lanzar las armas nucleares que acababan de elaborar sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki con la intención de poner fin a la Segunda Guerra Mundial. En esta imagen, se observa a un hombre parado junto a una chimenea de azulejos, donde antes existía una casa. Hiroshima, 7 de septiembre de 1945.
FOTOGRAFÍA DE STANLEY TROUTMAN, AP

Desde el descubrimiento de la fisión nuclear en la década de 1930, los científicos comenzaron a trabajar en este fenómeno que genera una gran cantidad de energía a partir de la división de los núcleos atómicos. La Alemania nazi fue la primera en intentar emplear esa energía para la fabricación de un arma, y cuando corrieron ​​las noticias acerca de estos esfuerzos, muchos disidentes políticos y científicos, en gran parte de raíces judías, abandonaron el país.

En 1941, el físico Albert Einstein, quien se había ido de Alemania, advirtió al presidente Franklin Delano Roosevelt que Alemania podría estar cerca de obtener una bomba de fisión. Enseguida, Estados Unidos decidió sumarse a la primera carrera de armas nucleares y, para esto, puso en marcha un proyecto de investigación atómica secreto, denominado “Proyecto Manhattan”, que reunió a los físicos más destacados del país, y a científicos exiliados de Alemania y otros países ocupados por los nazis.

El proyecto se llevó a cabo en diferentes sitios, desde Los Alamos, Nuevo México, hasta Oak Ridge, Tennessee. Si bien, a lo largo del proyecto, participaron unas 600.000 personas, el propósito se mantenía tan reservado que muchos de los colaboradores no tenían idea de cómo influiría su trabajo en el objetivo final. Para el desarrollo de las armas nucleares, los investigadores siguieron dos caminos: uno que dependía del uranio y otro, más complejo, que dependía del plutonio.

En 1945, luego de años de investigación, el Proyecto Manhattan hizo historia con el éxito del dispositivo nuclear de nombre clave “Gadget”, una de las tres bombas de plutonio producidas antes del final de la guerra. Estados Unidos también había desarrollado una bomba de uranio que no fue probada. A pesar del potencial obvio de estas armas para terminar o alterar el curso de la Segunda Guerra Mundial, muchos de los científicos que ayudaron a desarrollar tecnología nuclear se opusieron a que se destinaran a la guerra. Leo Szilard, un físico que descubrió la reacción nuclear en cadena, pidió expresamente al gobierno de Harry S. Truman (quien asumió la presidencia luego de Roosevelt) que esta tecnología no fuera usada en la guerra. Pero su solicitud, que firmaron también decenas de científicos del Proyecto Manhattan, fue ignorada.

El 6 de agosto de 1945, el bombardero pesado Boeing B-29 Superfortress arrojó una bomba de uranio sobre Hiroshima con la intención de que Japón se rindiera incondicionalmente. Tres días después, se lanzó sobre Nagasaki una bomba de plutonio, idéntica a la bomba Trinity. Los ataques diezmaron ambas ciudades y mataron o hirieron al menos a 200.000 civiles.

El 15 de agosto, Japón se rindió. Algunos historiadores sostienen que las explosiones nucleares tenían, además, otro propósito: intimidar a la Unión Soviética. Y desde luego, las explosiones desataron la Guerra Fría.

El líder soviético Joseph Stalin ya había aprobado un programa nuclear en 1943, y un año y medio después de los bombardeos en Japón, la Unión Soviética logró su primera reacción nuclear en cadena. En 1949, la URSS probó “First Lightening”, su primer dispositivo nuclear.

Irónicamente, EE.UU. creyó que un poderoso arsenal nuclear funcionaría como un elemento disuasorio para prevenir una tercera guerra mundial, ya que fomentaría la idea de que el país norteamericano podría aplastar a la URSS invadiendo Europa Occidental. Pero cuando EE. UU. comenzó a invertir en armas termonucleares que superaban cientos de veces la potencia de las bombas utilizadas para terminar la Segunda Guerra Mundial, los soviéticos no se quisieron quedar atrás. En 1961, probaron la “Bomba del Zar”, un arma poderosa equivalente a 57 millones de toneladas de TNT, con una nube de hongo que se elevaba a la altura del Monte Everest.

“No importaba si ya tenían una cantidad insuperable de bombas que producían explosiones descomunales…siempre iban a querer producir más bombas con más potencia”, escribe el historiador Craig Nelson. “Nunca era suficiente”.

A fines de la década de 1950 y principios de la década de 1960, el potencial nuclear había crecido también en otros países y la Guerra Fría estaba en su punto más álgido. En este contexto, se gestó un movimiento antinuclear en respuesta a una variedad de accidentes nucleares y ensayos que tuvieron consecuencias ambientales nefastas y una enorme cantidad de muertes.

Los científicos y la sociedad comenzaron a presionar para que se prohibieran los ensayos nucleares, y luego abogaron por el desarme. Entre estos científicos, estaba Einstein, quien había intentado prevenir la guerra nuclear. En un manifiesto de 1955, el físico y un grupo de intelectuales pidieron por el cese de uso de armas nucleares. Este es pues el interrogante que planteamos, espantoso, terrible e ineludible: ¿desaparecerá la raza humana o la humanidad renunciará a la guerra?

El planteo quedó sin respuesta. Luego, en 1962, se descubrió que la URSS había instalado secretamente sus misiles balísticos en Cuba y esto derivó en la Crisis de los misiles, un tenso enfrentamiento entre los EE. UU. y la URSS que se pensó terminaría en una catástrofe nuclear.

En respuesta al pedido urgente de los activistas, los EE. UU. y la URSS (y luego Rusia) firmaron un Tratado de prohibición parcial de ensayos nucleares en 1963, seguido de un Tratado de No Proliferación Nuclear en 1968, y otros acuerdos elaborados para limitar el número de armas nucleares.

Así y todo, a principios de 2020, la FAS (Federación de científicos estadounidenses) informó un total de 13.410 armas nucleares en todo el mundo -el número ascendía a casi 70.300 en 1986- La FAS informa que el 91 por ciento de todas las ojivas nucleares son propiedad de Rusia y Estados Unidos. Las otras potencias nucleares son Francia, China, el Reino Unido, Israel, Pakistán, India y Corea del Norte. Y se sospecha que Irán intenta construir su propia arma nuclear.

A pesar de los peligros que implica una proliferación nuclear, solo dos armas nucleares se han llevado a la guerra, los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki. De todos modos, según la Oficina de Asuntos de Desarme de las Naciones Unidas, “que existan estas armas, de por sí, ya supone un peligro”.

A setenta y cinco años de la prueba Trinity, hemos sobrevivido, por ahora, a la era nuclear. Pero en un mundo con miles de armas nucleares, alianzas políticas inestables y conflictos geopolíticas constantes, no dejan de existir las preocupaciones planteadas por los científicos que crearon la tecnología nuclear.

Con información de National Geographic.

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