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Opinión

Ver para Pensar: El verdadero Gengis

La semana pasada presenté a la lectora tres ejemplos de cine ruso-soviético. La idea federal en la URSS permitió superar el muy conservador eslavismo de la Derecha rusa. Desde tiempos ancestrales los eslavos de los bosques y ríos noroccidentales se oponían a los pueblos nómadas de las inmensas estepas centroasiáticas (algunos turcos otros orientales). Relatos tradicionales, como El Cantar del Príncipe Igor (siglo XII) relatan las épicas derrotas eslavas. La conquista mongola del siglo XIII fue sólo la última y más potente de esas invasiones nómadas. Los nacionalistas rusos encuentran una justificación para su cerrazón en El Yugo Tártaro que Gengis-Kan y sus descendientes les impusieron por tres siglos. Amarga herencia. Para vencerla, la Revolución de Octubre señaló que todos los pueblos eran igualmente explotados por el capitalismo imperialista y les llamó a unirse en una federación de repúblicas socialistas hermanas.

Una herencia fílmica de ese internacionalismo multicultural puede verse en la película Mongol (Монгол, 2007) de Sergei Bodrov. Está en YouTube en el original Mongol con subtítulos en Inglés (Liga 1) o doblada al Castellano (Liga 2). Nacido en 1948 en Jabárovsk, en el Extremo Oriente ruso, Bodrov es de origen buriato –uno de los pueblos mongoles del área del Lago Baikal. Eso explica una escena íntima. Diez años antes de ser proclamado Gengis-Kan (Universal-Señor), Temujin está en medio de la verde estepa, bajo un cielo de brillante azul claro. Le acompañan su amada mujer, Borte y sus dos primeros hijos, el muchacho Jochi y la muchacha Alaga Beji. Temujin deshuesa una presa bajo el sol –y comparte pedacitos de carne a los niños. Les dice: “—Nuestra lengua es la más bella de todas las conocidas. Llegará un día, no muy lejano, en que todo el mundo la hablará. Escuchen lo bien que suena: «maj» [carne]”. La narración de Bodrov dura dos horas y salta –una y otra vez– entre momentos familiares de felicidad como éste y períodos de dolor en los que Temujin fue capturado y humillado por diversos enemigos.

El director no romantiza. Los percances de Temujin se registraron en El libro secreto de los Mongoles (1242) –una saga familiar dejada por el líder para recordar a sus descendientes la humildad original del gran conquistador. (Se descubrió en una biblioteca china en el siglo XIX. Sigo la versión de José Manuel Álvarez Flórez, México: Muchnick/Océano, 2001.) El centro de ese viejo relato gengiskánida es la solidaridad. Una persona se hace hermana de otra a través de actos concretos de ayuda. Uno, esencial, es compartir la carne de la presa capturada. La solidaridad debe recordarse: cuando Bodrov muestra a Temujin imaginando la ley que unirá a todas las tribus, destaca el “recordar nuestras deudas”. Es decir, no olvidar los actos de solidaridad recibidos. Como estos pueden (y suelen) trascender los estrechos (egoístas) círculos de familia, clan y tribu, la gratitud siembra una red de lealtades que igualan a todas y todos. En El libro secreto el viejo Temujin ilustraba esto señalando que incluso los hijos bastardos de una madre son hermanos y deben unirse para sobrevivir. La solidaridad de los descastados, de los periféricos, de los alienados, de los débiles, garantiza la sobrevivencia  y –acaso– es la semilla de la grandeza.

Ligas usadas en este texto:

Liga 1:

Liga 2:

Imágenes, tomadas de www (www.kinopoisk.ru & http://gulnarasarsenova.kz/):

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